Acaba de amenazar lluvia. Cuatro gotas y después una espléndida luz vespertina, tan limpia, que subraya todos los matices de verde de la sierra.
Esta mañana he salido a comprar. Es mi primera salida, aparte de una vez para tirar la basura al contenedor de la esquina, desde hace doce días. Por el camino, me he fijado en los escaparates de los comercios llenos de anuncios de temporada. Ofertas de fin de rebajas, de viajes de fin de semana o de vacaciones de Semana Santa. En ellos se nos urge, debemos apresurarnos para no perder las últimas plazas. Junto a ellos, otros carteles improvisados en los que los comerciantes anuncian el cierre de los locales mientras esto dure. Mientras esto dure. En muchos se expresa la solidaridad: no cierran por egoísmo, sino por la seguridad de todos. La mayoría tomaron esa medida antes de que la decretara el gobierno. He visto también un par de locales preparados para abrir nuevos negocios estos días, que se han quedado en buenas intenciones, proyectos ilusionados para salir de los apuros de la crisis económica que arrastramos desde 2008 y que parecía que estábamos superando. El pequeño comercio, los bares de barrio, ¿cómo podrán remontar esto si no los amparamos entre todos? Cuántos podrán reabrir. He pasado junto a una de las mejores floristerías de Béjar, Nomeolvides y me he preguntado qué habrá sido del género que tenían el mismo día en el que echaron el cierre temporal. ¿Qué habrá sido de las flores cortadas?
Un día 14 de abril falleció mi padre, hace ya nueve años. También se conmemora la proclamación de la II República en España. Según los documentos de mi padre, nació un 18 de julio antes de que esa fecha se marcara con sangre en la historia. Fechas. A veces me tranquiliza que mis padres no hayan vivido esta epidemia vírica.
Hoy he releído a Claudio Rodríguez. Sin duda, es el poeta que más me llegó cuando era adolescente y leía poesía como si la descubriera. Es tan grande que él solo representa lo que debe ser la poesía. A él hice referencia en el poema veneciano de mi libro piel, en el que repasaba con ironía la poesía española desde mediados del siglo XX, como el único sobre el que Pere Gimferrer no pudo levantar acta de defunción.