La siguiente conversación que mantuve con Javier luego de esa salida abrupta de su casa fue por mensaje. En un impulso había decido mandarle un mensaje diciéndole que me acordaba de él y que no podía creer por qué me había hecho esto. Por suerte, y los pocos instantes, lo había borrado sin que lo leyera. Unas horas después, Javier me escribiría y me preguntaría cual era el contenido de ese mensaje borrado.
En esa charla, pedí disculpas por mí manera de reaccionar y le expliqué que yo no estaba enojada consigo. Que me había escapado porque no podía hacer otra cosa y que tenía razón en todo. Las cosas entre nosotros - le diría - cambiaron para siempre.
Luego de esos mensajes de reconocimiento, de rendición, le expliqué a Javier que me había dado vuelta todo otra vez y que yo jamás lo había puesto en esa disyuntiva. Él me dijo que se había estado guardando demasiado tiempo sus pareceres conmigo como para callar sus intereses. Que ya no quería guardarse nada. Yo le dije que se diera por satisfecho con ese reconocimiento y que seguramente así, ahora, podríamos encontrar la paz.
Javier me dijo que no había apuro. Que el ya había tomado una decisión y que no iba a cambiar de parecer. Quería pasar la noche conmigo y estaba dispuesto a esperar lo que hiciera falta. Al respecto, argumento que cuando hubiera tomado una decisión él iba a estar a disposición. Que solamente tenía que comunicarle cuál era cuando la tuviera y que él aguardaria.
Le pregunté si esa era una posibilidad abierta para cualquier momento de mí vida. El me dijo que si. Le pregunté si tenía fecha de vencimiento la posibilidad de tener nuestra noche juntos y me dijo que no. Que él ya estaba convencido. Que sabía que algún día lo ibamos a vivir y que iba a esperar.
Lo despedí diciéndole que se cuidara y que se quedara con lo que le reconocía para poder vivir en paz. Que le mandaba un beso grande y que algún día quizá las cosas mejoraban.
Nunca más le escribí hasta la noche donde él me escribió algunas semanas después.
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