miércoles, 11 de marzo de 2015

Fortalezas

(...) No te lo había dicho antes, pero quiero que sepas que sos un buen hombre, de verdad. Siempre estás pendiente de todo, aunque no lo parezca. Incluso, estás pendiente de mí. Por eso, con semejante poder de atención, no pierdas de vista las cosas que te ayuden a mantenerte fuerte, en este momento - le dije, a él.  Quien es, como pueden leer más arriba, un buen tipo.

No soy muy asidua a las demostraciones de afecto con los hombres. No soy de, a menos que lo sienta así, andar regalando flores y elogios. Pero con él sí es el caso, más que nada porque se lo merece. Me ha tratado, desde el primer día en que me vió, con un profundo respeto. Respeto que no descalifica sino respeto que te hace sentir honrada.   

A veces no es el hecho de estar al lado de un hombre o no, a veces es el simple hecho de que si disfrutamos de una cierta relación fluida, nos haga sentir cómodas. Y esto puede bien darse al revés. Con él, me pasa eso. Su respeto me hace sentir cómoda, especial, tranquila. Me hace sentir relajada, al punto de que no tengo que aparentar, ni falsear, ni reservarme. Me mando de las mías y se ríe de eso. Y lo entiende, y por ello, no soy ni peor ni mejor mujer.  Es un respeto simple, pero tan reconfortante. Un respeto que se desprende de abrirme o cerrarme la puerta cuando entramos o salimos de un lugar, de prestarme su abrigo cuando tengo frío o de servirme bebida cuando ve mi vaso vacío. Es un respeto de cerrarme la puerta del copiloto de su auto, antes de traerme a casa, como lo hizo una vez; cosa que me dejó tan desconcertada porque no lo veía absolutamente necesario. Es el respeto de cederme el asiento, de invitarme una bebida noches en las que llegaba a un evento agotada desde la facultad, justamente, en una época digna del olvido en mi vida. 

Es un respeto que no me incomoda y no me hace sentir menospreciada, creo yo, porque lo veo honesto. Veo que, más allá de que él sea un hombre y yo sea una mujer, no tiene de mí una imagen de la atorranta que no soy, sino que me sopesa por lo que soy. Me escucha, de hecho, más de lo que creo. Y así, aún en su apariencia silenciosa, demuestra lo que es y lo que, a su vez, no se esfuerza en exponer hacia los demás, porque le es propio independientemente de las circunstancias. 

Por todas estas cosas que ha hecho por mí, sin contrapartidas, durante todo este tiempo, es que yo me sentí en la necesidad - realmente - de hacerle saber lo que pensaba de él, ante lo que de seguro está siendo una pérdida muy grande en su vida. Él hace pocos días, ha perdido a su mamá.

 ¿Qué palabras hay ante tal cosa? No sabía cuáles usar, pero necesitaba hacer algo con  todas ellas. Por eso, me senté y junto con una cuota de coraje, le escribí algo sencillo,franco y real: que él es un buen tipo y que, apoyándose en esa bondad, tiene que mantenerse fuerte. Que puede contar conmigo para todo lo que necesite y que, aún no esté siempre en condiciones de hacerlo por lo tímida que soy, hoy necesitaba dejarle en claro lo que pensaba de si. Que se cuidara y que lo abrazaba fuerte.  Inmediatamente, me sentí mejor. Un rato después me sorprendió su respuesta, donde me decía, sin preámbulos, dos cosas: que hacía rato él no sólo había advertido que formaba parte de un grupo igual de sensible que yo misma, sino que además, aportaba mucha dulzura. 

Cabe destacar que el decir esto, para un hombre como él, quien no te dice nada después de haberlo macerado a fondo, es además de una sorpresa, un placer. Y pensar que los monosílabos de hace unos meses, con un par de " estoy intentando hablar con vos" de mi parte, en la actualidad, por suerte, dan otros resultados. 

Hoy entiendo, después de tantas variantes y tantas cosas, que la receptividad nos hace mejores personas. No hay nada como dar, pero además, no hay nada como ser recibido con el mismo cariño con el que damos. No hay nada como que, además de aceptar lo que le damos, el otro lo sepa valorar, lo tome en sus manos y se lo lleve para su interior, al resguardo. No hay nada mejor que, dentro de lo que tenemos cada uno de nosotros para dar, quien lo reciba, lo pueda además valorar.  

Es por esto que, a mi manera de ver, como seres humanos que somos y desde la perspectiva de que siempre nos vamos vinculando, esta reciprocidad es una de nuestras más grandes fortalezas. 

4 comentarios:

  1. Hola¡
    La verdad me gusto mucho leer este articulo y darme cuenta que en realidad las diferencias de géneros no nos separan de los mismos pensamiento al valorar la forma que nos tratan de alguna u otra manera una persona, si es un relato personal, me da gusto por ti y por esa persona que esta allí contigo, en esos momentos.

    Gracias por tu articulo, espero que esa relación perdure mas allá…
    Cuídate mucho y te mando un fuerte abrazo.

    ResponderBorrar
  2. Es todo un elogio el que le hiciste.
    Y conociéndote virtualmente, puedo opinar que es sincero y fundamentado.
    Un abrazo.

    ResponderBorrar
  3. "reciprocidad".
    Estoy completamente de acuerdo con vos en que es una de nuestras mayores fortalezas, no hay nada más liberador que sentirse de igual a igual con alguien, cualquier persona que sea.
    Te mando un abrazo gigannnnnnnnte

    ResponderBorrar
  4. Lo contrario sería dar todo y no ser valorado... Que por más esfuerzo que uno le ponga (en sentimientos y económicamente) terminen por valorar más una nimiedad que valga un rezongo y no un cúmulo de cosas que valgan un "te quiero"... Aunque a lo mejor todo sirva cuando se buscan razones para decir adios, no?

    ResponderBorrar

¡Muchas gracias por pasar a visitarme!

Si querés, podés dejar tu comentario más abajo (será respondido a la brevedad)

Hasta la próxima,

Veinteava