miércoles, 4 de enero de 2023

Los adictos

- ¿Querés algo de tomar? - me preguntó.  


Yo ya estaba hacía algunos minutos sentada en la silla de la cocina de su casa. Mirándolo con cierta intermitencia porque lo cierto es que sus ojos me devoraban. Con esa habitual mezcla de deseo y cariño histórico - pero solo cariño porque parece que el amor en Javier es una mala palabra - sostuvo sus ojos en el puente creado con los míos. 


Se hizo un silencio incómodo y se dió vuelta para acomodar algo en la heladera que estaba haciendo ruido. Le dió un golpecito que sonó seco y ese ruido paró. 


- Agrrrrgg, me estaba volviendo loco ése ruido  - se quejó - ahora sí. ¿Te sirvo algo? 


     - Una patada en el pecho para digerir los bizcochitos estaría muy bien - le dije. 


Javier me sonrió. 


- Tengo... - dijo, mientras abría la heladera - Agua, cerveza, Coca Cola... O puedo hacer mate. ¿Querés tomar? 


- ¿Vos tomas? - le pregunté. 


- No.


- Entonces no... No, quiero. Otra cosa… Agua… - musité. 


- No, no, está bien. Te doy - dijo, y me miró. 


Fue algo dicho a la pasada, parte de lo cotidiano de merendar. Pero en Javier nada es dicho de forma inocente y menos dentro de la situación en la que estamos.  De hecho, cuando nos miramos, ambos entendimos que había sido una metáfora equivocada. Él se puso colorado y me miró con sorna. Lo miré y sonreí. Me acomode en la silla y me toqué el pelo, le hice un gesto de "no estamos hablando en ese sentido" y lo limité con el silencio. Sin embargo, había logrado su propósito: yo estaba nerviosa, ansiosa y comprometida.   Preferí pensar que más allá del chiste, estaba hablando de la infusión y conservé la composición del papel que estaba llevando adelante. 


- ¿Te doy? - me preguntó, con tono amable - ¿Mate? 


Le clavé la mirada y se rió. Lo había puesto nervioso, ansioso, y lo estaba comprometiendo. 


- Sí. Por favor - le dije y mire la televisión - Unos mates. Está bien.  


Escuché a Javier reírse por lo bajo. Se sentó a la mesa frente a mí. Apoyó la pava. Aprontó el mate. Me miró y trató de retomar la charla. 


- Deja que se enfríe un poco, el agua está re caliente, mirá - le dije. Hablando en serio, obvio y señalando la pava.  


La pava estaba muy caliente. El vapor salía de sus orificios cuando Javier la destapó. Me la quedé mirando y pensé que él estaba tan nervioso que se le había pasado el agua. A él, si, que toma mate siempre y se resiste a usar pava eléctrica. Y también admití que yo estaba todavía nerviosa por rehacer el camino hacia su casa, donde me habían temblado sin parar las piernas y se me había encogido la panza. ¿Por qué lo que le tenía que decir me resultaba tan difícil, me inhabilitaba tanto, me producía un movimiento interior tan grande? Mientras miraba la pava humeante de Javier, pensé que no encontraría respuestas más allá de lo que estaba haciendo, es decir, frenando el oleaje. Me dije que me tenía que rendir y decirle lo que considera una parte de la verdad. 


- Si, me pasé - dijo. 


Le acerque el paquete de masitas que llevaba a mí casa pero que terminó en la suya y lo alenté a comer. Si bien no quería, ni quise en su momento, compartir escenas cotidianas en este caso era inevitable. De otra manera ¿cómo lo haría? ¿Sentada en un sillón, dentro de un auto, o inmersa en el jacuzzi que Javier tiene en su jardín?  El mate, las masitas y la sencillez de la propuesta eran a fin de cuentas más propias de mi mundo. Una forma contenida para decir la verdad. O al menos, esa parte de la verdad que iba a asegurarnos no tener más problemas. 


- Servite - musité - No están envenenadas . 


- No, no quiero - dijo , riéndose despacito.  


- Come algo, al menos hasta que estén las milanesas - musite - ya sé que no almorzaste pero para que piques algo. 


Me sonrió y agarró uno. 


- Me voy a comer un cuernito - observo, curiosamente - y tomo mate. Está bien. Después como las milanesas. 


Lo miré, dejé pasar ese comentario, y volví a temas seguros. 


- Si, fíjate que acá también hay pepas, capaz te gustan… - le indique. 


Javier asintió, mastico tranquilo su comida y reflexionó en silencio. Tomó impulso y volvió a mirarme decidido a romper el silencio. O al menos, a racionalizar mi visita. 


- Soy la última persona que te puede ayudar en cosas contables... No sé por qué pensaste en mí para eso... ¿Yo realmente te puedo ayudar? 


- Si me lo decís así, Javier, me voy - le dije, con sorna. 


-Noooo - dijo, riéndose de pronto - Pero no entiendo por qué pensaste en mi para ésto específicamente. Es contable. Vos conoces mas que yo - anunció. 


- Pero trabajas en Comercio Exterior. Cómo yo, ahora. Me pediste que te cuente y te cuento. Más allá de eso, quiero decirte algo. Por eso vine. Porque si te lo decía por mensaje me ibas a clavar el visto… 


- ¿Por que sos mala? No te ignoro. 

- Deberías. Pero sos tonto y me escribís y salís corriendo todo cagado - le dije, con sorna - Igual no viene al caso este punto. Realmente quiero decirte algo más. 


  • Estás muy seria - observó. 


- Estoy bien. ¿Estoy seria? No sé... Yo estoy bien - le mentí - Cansada, capaz. 


- Si, pero seria. Estás cansada , lo sé, pero…  no me digas las cosas toda derechita, tan formal que sos… 


Me reí.

 

- Es con buena onda. Vos me re conocés y sabés cuando estoy enojada y cuando estoy seria porque vengo embalada… 


- Siiiii. Mucho te conozco… Pero no te pongas seria, dale  - admitió. 


- Y sabes que ahora no estoy enojada, estoy siendo racional - musité - que está todo bien... pero que estoy poniendo orden. 


- Es verdad. Tenés razón - dijo, suspirando - Podés decirme lo que quieras. 


¿Podía decirle lo que quisiera o lo que debía? Ése era el problema. Si yo le decía lo que quería íbamos a marchar presos. Pero, en cambio, si le decía lo que debía y lo que no quería, cada uno de nosotros sería - al menos de forma manifiesta - un ser humano libre. Y la libertad, en éste sentido, no dependía de la decisión de Javier, sino, del corte que yo le estaba pidiendo por favor que pudiéramos hacer de los dos lados. 



II 


Hablando ya de la cuestión personal, sobre lo que realmente había ido a decirle, Javier me dijo: 


(...) 


- Es muy difícil controlarme cuando me pongo así. Para mí la pasamos bien. Pero me había quedado con esa duda y quería saber qué te pasó a vos. Porque yo ya sé que soy un indio, pero tenía miedo de lastimarte y no sabía si algo no te gustó o si fui muy bruto o si… No sé. Me quedé pensando en eso desde ese día. 


- Me imagino, Javi - suspiré - bueno, si lo miramos de lejos, fue porque estábamos muy ansiosos. En ese momento la situación nos sorprendió a los dos. Nos desordenó todo. Nuestros cuerpos además tienen una dinámica y experiencia diferente. Yo tengo una edad y una experiencia y vos tenés otra edad y experiencia - dije. 


Meditó mis palabras unos cuantos segundos en silencio, me miró con atención y finalmente asintió. 


  • Creo que con eso te sacas todas las dudas que te hayan quedado... - añadí, con timidez. 


- Me controle un montón con vos, no sabes. Tenía miedo de lastimarte o ser bruto... Pero no podía parar... Y cuando yo me pongo así, que no puedo parar, controlarme.... Es re difícil.  - dijo, con esa manera de ser tan sintético. 


-Si, fue diferente. Me di cuenta - musité - Me sentí... No sé, como que me querías comer. Nunca me había pasado eso. Disculpá la metáfora pero realmente no te lo puedo explicar de otra manera ¿sabés? No había pasado por eso antes. 


- Si , te quería comer - musitó y me miró con una mueca que mezclaba la dulzura y la picardía. 


Lo miré y le abrí grande los ojos, en señal de advertencia. Suspiré y me rendí finalmente al influjo: 


- Fue diferente por eso. Pero todo bien. Paso como paso. Ya pasó, además. No se puede analizar todo con el diario del lunes - le dije. 


- ¿Por qué fue diferente? 


Lo miré con cuidado. Me recordó a la explicación o la experiencia de los adictos. Y era una descripción que Javier estaba haciendo conmigo pero además algo que yo no terminaba de saber manejar consigo .Precisamente. Un cuerpo y un encuentro descripto como si fuera una adicción. O más bien, como un objeto-sujeto-droga. 

 

- Porque fue una especie de locura todo. Imagínate que estábamos atravesados por mil cosas ése día - le dije, de forma engañosa, como si en el presente nada me hubiese llevado hasta allí-  Mí experiencia de otros encuentros no tuvo nada que ver con lo que pasó entre nosotros. Me había acostumbrado a algo que disfrutaba mucho, donde todo era en función a mi ritmo, pero el caso de nosotros fue diferente. Nada más. Yo no sé si podría tener algún concepto… - musité , para ser cuidadosa con mis palabras y no herir susceptibilidades -  Vos marcaste un ritmo que hasta ahora no había conocido. Parte de lo nuevo o inesperado. 


Lo miré como diciéndole "ya está, quedate tranquilo". Javier me miró, recibiendo todo ese paquete de información y nos quedamos sumergidos en un breve silencio. Creo que ambos nos acordamos del momento, de ése momento en particular dentro de casi diez años de conocimiento y trato. . La imagen de nosotros dos desnudos, de nuestras charlas previas con vino de por medio, y de la copa que me había traído para después, mientras mi miraba acercarse despacio… 


  •   Pero ok, ya estamos con el tema… - le dije, conteniendo mi propia memoria -  No sé por qué estamos hablando de esto con tanto adjetivo - musité, tratando de recobrar el humor. 


- ¿Te lastimé? 


- No. Mí cuerpo fue capaz de resistirte. Pero me di cuenta que sos una persona que hasta para el sexo sos intenso, me sentí como "Dios, ¿de dónde sacó esa fuerza, esa intensidad y esa manera?" - le dije, intentando representar lo que había sentido - No quiero decir que no te fijaste en nada, porque la verdad es que me tuviste en cuenta, pero me sorprendiste mucho. Me sentía como que me ibas a consumir. 


- Yo con vos tuve mucho cuidado - dijo - Tenés un cuerpo chiquito. Tenía miedo de lastimarte o pasarme en fuerza. Pero me di cuenta que… te gustó. ¿No? 


-Con la fuerza que sacaste me podrías haber revoleando por todos lados - le dije, en broma para cortar la tensión que iba creciendo en el medio de las confesiones inevitables - pero en cambio en mí memoria no hay nada de dolor. Solamente lo recuerdo como si hubiese venido una avalancha y yo ahí, entremedio... Absorbiendo. Se trata de incorporar experiencia - le dije, sosteniendo mi mentira y mi máscara indiferente hasta el fondo. 


Mi corazón estaba desbocado. Sentía que me transpiraban las manos, pero, andaba haciendo uso del mejor recurso que la vida me regaló hasta ahora: la capacidad de no demostrar mis sentimientos en momentos donde ellos pueden dejarme en malos estados. 


  • Pero ¿te gustó? 


Le sonreí. Javier me sonrió . 


  • Sí, Javi. Pero bueno, fue una mezcla de todo. 


- Pero… ¿te hice doler o algo? 


- Al otro día , me dolía el pelo - le dije, de mala gana, teniendo en cuenta que lo que me había dolido durante muchos años había sido el corazón  - el cuerpo también, pero el pelo... Eso fue un despropósito… 


Le revoleé los ojos. Él se rió. Pensé que a él le encantaba mi pelo, que lo había acariciado y elogiado pero que a la vez lo había amarrado con fuerza. Y Javier tiene mucha fuerza. Y eso se traducía en la relación de nosotros: te gusta tanto aquél otro, ese objeto deseadísimo, pero resulta que de tanto que te gusta también te hace mal y te mete en problemas. 


- ¿En qué momento te hice doler? ¿Por qué no me dijiste? - me preguntó Javier, intrigado. 


- Nooo. Javier, en ese momento, ¿qué me iba a dar cuenta de eso, si estaba en otra? - exclamé.  Solamente te estoy contestando. Te putee un poco al otro día porque me dolía el cuero cabelludo... Y pensé que había sido en la desesperación del encuentro... Eso fue lo diferente. Nada más. No hablemos. 


- Te lo merecías - dijo y se rió. 


- ¿Qué? 


- Si, te lo merecías... - dijo. 


Me hizo reir. Sonrió. 


- ¿Te das cuenta, no? No seas pícaro. 


Se rió a carcajadas. 


- ¿Cómo me vas a dar esa respuesta, Javier? 


- Es la verdad. 


Lo miré. Me quedé en silencio. Puse cara de desconcierto y mientras una parte mía se estaba por enojar, la otra, eligió la parte más calma de la estrategia. De otra manera, el enojo evidenciaría el desborde que estaba atajando a manos llenas, con toda la fuerza que reuní desde los 18 cuando nos conocimos, hasta mis casi 28 años, cuando a fuerza de todo nos tenemos que poder despedir. 


  • Sí, entiendo a donde vas. ¿Yo tengo la culpa de todo, no? Soy la pendeja que viene a volverte loco, a cagarte la vida, dale… - le dije con ironía.

  • No. Y sí  - aclaró - A volverme loco sí. 

  • Por eso, no me hables más - musité - Es un montón de sufrimiento al pedo, sé mi amigo o por lo menos sé mi vecino normal…  - le pedí, y sentí como se me prendía fuego el corazón - ¿Qué hacés vos con tus vecinas? Las saludás de mala gana cuando cortás el pasto ¿o no?  - lo burlé. 


Me miró muy serio y con ese comentario se le escapó una sonrisa dulce. Asintió. 


  • Bueno, conmigo, hacé algo así. Porque corremos el riesgo de vernos todo el tiempo mientras los dos vivamos acá, en el mismo barrio, Javi. 

  • Lo sé. 

  • Y bueno, tonto… Es así la cosa. 


Me miró, se agarró la cabeza con las manos, y se rascó la barba con violencia. 


  • Es que yo a mis vecinas no les quiero tocar ***, no es lo mismo. 

  • ¡Ay, Javier, la puta madre! ¿Vos estás loco o quieres que nos maten a los dos? Nos van a matar, Javier, nos van a matar a los dos. 

  • ¿Pero a vos no te pasa?

  • Siiiiiiiiiiiiiiiiii. Pero no se puuuueeedee - le expliqué, con parsimonia - ¡Por favor, te lo pido por favor! 

  • No me importa - dijo, clarito - Nos vamos a ir bien lejos, a un lugar solos los dos. ¿Quieres? Dale. Nos vamos. 

  • ¿Vas a tener problemas, sabés? ¿Qué me estás diciendo de irse lejos, vos? Son tonto. 

  • Sí. 

  • Y bueno, por eso… Por favor, no me mandes más mensajes, ni más gatitos tiernos, ni me quieras desnudar acá… Todo eso puede llegar a terminar en un lío enorme y me muero si pasa eso… 

  • Ya lo sé. Yo no quiero que te mueras… 

  • Sabés que no te lo digo por mí, además, porque no tengo que darle explicaciones a nadie… Pero vos, Javi… En vos no cambió nada. Y yo sé que la vas a pasar mal. Sé que te morís de ganas pero que la vas a pasar mal. Y no quiero que la pases mal, te lo juro - le dije. 


Mi corazón ardía. Sentía una desesperación muy grande porque comprendiera algo que, finalmente, nos distanciaría para siempre. Como debía ser, sí… aunque mi corazón ardiera. Con mucho valor, aguanté la compostura. Javier empezó a darme argumentos increíbles acerca de sus motivos para escribirme o volverme a contactar. Motivos que cada vez tenían menos coherencia y menos que ver con el sexo. Motivos que tampoco tenían o eran claros en cuanto al amor. Motivos que solo eran inentendibles o confusos para los dos.  


  • Yo te juro, hago el esfuerzo, trato de evitarlo y de esquivar… pero se me escapa. No puedo - argumentó - No puedo. 


Lo miré a muy poca distancia. 


  • Ya lo sé… Sí, te entiendo, te aseguro que entiendo todo… Pero no se puede esto, no podemos volver a mandarnos cagadas. Va a terminar haciéndose cada vez más difícil… 


Javier me miró, inspiró muy hondo y me dijo: 


  • Tenés razón, pero - dijo, acercándome más aún a su cuerpo de imprevisto - ¿como queres que haga? Vos venís acá, me decís esto, y… Te quiero tocar, te quiero abrazar, te desnudaría acá mismo ¿entendés eso vos? 


Me olisqueó el cuello, mientras perdía sus manos por mi pelo y me acariciaba más allá de la cintura. 


  • Si. Mucho lo entiendo - musité - pero si no venía me ibas a seguir escribiendo y era lo mismo. 

  • Entonces, dejame… Dale, por favor. 

  • No te puedo dejar. Ese es el problema. Si yo pudiera dejarte, te dejo, pero no te puedo dejar. Vine acá para decirte que basta, por favor, de tentar a la suerte. Basta de todo esto. Se tiene que terminar. Basta porque vamos a hacer un quilombo tremendo.  Pensalo, por favor, pensalo cuando estés menos caliente - musité. 


Javier se rió a carcajadas. 


  • Me hacés sentir un pelotudo… - se quejó.

  •  - No, tonto, vos sabés que no… Te pasan las cosas y lo sé, lo entiendo. No está mal que te pase. Está mal que te pase estando como vos estás, con ésta señora… - musité - No quiero problemas. A mí me van a matar, me van a colgar de un palo de luz acá en la puerta de tu casa y me van a decir "puta, puta de mierda" - argumenté - Y a vos también te van a matar. . Así que dale ordenemos éste lío mental por favor… ¡Y no me mandes cositas, nada, por favor! 


Entre pedidos, súplicas, e intentos de convencerme, Javier se dio cuenta que yo ya me iba a ir. Y no me la hizo nada fácil. Pero me fui. Al igual que hace - ahora - nueve años atrás, pero ésta vez, tanto o más fuerte. O al menos, intentando fortalecerse pese al dolor de ésta relación que se acaba y no se acaba.  


Cuando salí de la casa de Javier, atajando todo lo que hubiera hecho y no hice, todo lo que le hubiera dicho y no dije, no sentía mi corazón. En cambio, sentía un dolor muy fuerte en el estómago y una angustia muy palpable.  Las ganas de llorar me invadieron entera y tuve un momento de duda donde me dije: "¿y si pego la vuelta y vuelvo y le doy un beso?". Y lo pensé, realmente lo pensé, y en cuanto pude pensar y saber que sentía todo lo que sentía, me dije: "no, no tendría sentido nada de lo que acabo de hacer, ya está, esto se acabó"


Desde ese día soy, simplemente, una fiesta de ojeras. Una persona que ha pasado por éste dolor de desprenderse de él más de una vez, entre renuncias y amagues a lo largo de ésta década de vida, pero que siente que ésta vez es diferente. Porque es un dolor donde por primera vez los dos queremos hacer lo mismo y los dos sabemos que no es correcto y los dos debemos renunciar. 


Yo tengo en claro, muy en claro, que Javier no va a romper sus compromisos. No lo pretendo tampoco porque no podría vivir este sentimiento de tanta intensidad y porque volver a esperar algo que no fue me dolería demasiado. Y ya estoy grande para semejante dolor por amor… Sí, eso me digo. Que ya es hora de sentar cabeza. Que ya es hora de suspender la pasión, al menos, hacia su persona, que tengo que alinearme con un tipo que me trate bien y que no me traiga problemas. Que debería casarme. Formar un hogar. Sí, yo, justito… Casarme, ser la esposa de alguien, y seguir poniendo cosas que me alejen de ésto que no tiene sentido y que no cambiará jamás. 


  Tengo en claro que Javier es muy muy malo disimulando. Que quizá no quiere disimular. Y que hay una infinidad de decisiones que no se animó a tomar y que probablemente no tome nunca. Pero que todo eso, esas dudas y esas indecisiones, son suyas ya.   De mi lado, solamente tengo una renuncia. Sí, una renuncia voluntaria pero que es a la luz un total sacrificio. Algo que me deja mitad viva y mitad muerta. Algo que no soluciona nada de lo de fondo, pero que evita problemas mayores.  El mal menor, que le dicen.  O mejor dicho, el buscar una vida en base a lo que te quedó para elegir de lo que elegiste y salió mal. 




No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¡Muchas gracias por pasar a visitarme!

Si querés, podés dejar tu comentario más abajo (será respondido a la brevedad)

Hasta la próxima,

Veinteava