Mostrando las entradas con la etiqueta Enrique Molina. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Enrique Molina. Mostrar todas las entradas

lunes, junio 01, 2020

Enrique Molina / Dos poemas


















Los hoteles secretos

El brillo nómade del mundo
Como un ascua en el alma una joya del tiempo
Se abre tan sólo al paso de ciertos hechos tormentosos
Arrastrados por la corriente
Hasta las escaleras cortadas por el mar
En ciertos antros de lujuria de bordes sombríos
Poblados por estatuas de reyes
Casi irreconocibles entre el reverberar de las antorchas cuya
                             luz es la hiedra que cubre los muros
¡Oh corazón corazón orgulloso!
Entrégate al fantasma apostado en la puerta

Ahora que tan bien te conozco
Sin otra sed que tu memoria
Criatura melancólica que tocas mi alma de tan lejos
Invoca en las alcobas el éxtasis y el terror
El lento idioma indomable de la pasión por el infierno
Y el veneno de la aventura con sus crímenes
¡Oh! invoca una vez más el gran soplo de antaño
En estas cámaras de piedra enlazada a tu amante
Y ambos envueltos en la lona de los días perdidos como el muerto en el mar
Y prontos a deshacerse en las hogueras instantáneas
Sobre lechos de un metal misterioso que brilla en las tinieblas
                              bajo la zarpa de los candelabros
Y el coro de pájaros lascivos girando con furia en las habitaciones
                              selladas por el hierro de otras noches

Pues tales antros solemnes cubiertos de flores carnívoras
Con mármoles que se pudren a la sombra de cabelleras opulentas
Se balancean labrados pomposamente desde el portal hasta la cúpula
Como la nave anclada sobre el abismo
Agitando con lentitud sus espejos para adormecer a la mujer
Desnuda entre los verdugos que incineran el corazón de la noche
Y el zaguán donde se cruzan la lluvia y la frustración
Los camareros con el rostro podrido por el tufo de las flores
Acumuladas en los pasillos infinitos
El rumor de los suspiros sofocados
Los besos entretejidos en nácar tristísimo
La hierba sin nombre en que se hunden sus huéspedes
Repiten una vez más entre la sombra
La leyenda del amor que nunca muere

Costumbres errantes o La redondez de la tierra [1951]


Los lugares, los dioses, los demonios

Los lugares, los dioses, los demonios que uno amará para siempre
le están ya destinados desde el vientre materno,
con el polen y el graznido del cuervo, desde la flor del nacimiento,
si esperanzas en el furor de lo orgánico,
hasta descubrir la secreta explosión del sol en cada cosa: la muerte.

¿Pero cómo podía saber que los muertos bailan en el jugo de las frutas,
con grandes risas de magos en el vino, seguidos por las gaviotas,
con un corazón pintado que salta de gozo en la lluvia...?
Porque el zumbido del abejorro los conduce a la fiesta,
despreocupados y pródigos con el encanto del viento,
aunque no vuelva jamás el mantel de la infancia
y el sombrío sol del sexo con su idilio perdido.

¿Pero qué podía saber de los días con su fatal imán?
Los espíritus que escarban en sueno asoman a la luz desde las raíces,
con terribles recompensas, proyectos pagados con sangre,
los milagros, la agazapada belleza que abre las alas,
¿y quién canta por mí par perderme, para encontrar la esposa saltarina'
Solemnes mujeres profanas que perfuman el tiempo con majestuosa lentitud
y la luna de la mortaja silbando en la noche
para que nada deje de ser amado en un reino de incendio.

¿Cómo podía saber de tal manera
          las extrañas ramificaciones de todo vínculo...?

Poemas recientes [1987]

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997), Obras completas, tomo II, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1987

Otra Iglesia Es Imposible - De Sibilas y Pitias - El Placard - Buenos Aires Poetry - UNAM - Antonio Miranda - Mágicas Ruinas - Poéticas - Altazor

Foto: Historia de la Literatura Argentina, volumen I, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968

martes, mayo 28, 2013

Enrique Molina / De "Una estancia entre los arenales"




De Una estancia entre los arenales

                      (Bella Vista. Corrientes)


II. Soledad: ¡qué hermosa es la tierra!

Soledad: ¡qué hermosa es la tierra!
¡Qué bello oír, bajo las justas alas del invierno,
el resplandor del ocio, el crepitar de días que devoran
la multitud de gestos perdidos en el viento!
Y en la sombra, como antes, las falenas girando,
entre el sonido sobrecogedor de las naranjas muertas
cuando caen en el polvo,
con un golpe sofocado y dichoso,
en la sed de la noche, llena de ocas salvajes.

Nárrame mi pasado. Abre la puerta rota
de la balaustrada sobre el arenal.
Ahí golpearon la aldaba los gitanos
con un pobre pandero,
y las gentes llegaban desde el río
desprendiendo un olor de luces tristes,
hasta dejar sus venas en silencio,
su corazón en medio de la noche.

Ahí está el traficante de tortugas,
el hombre de pollera de lona con el pescado suspendido de un palo
y quien trueca la víbora por un jarro de caña
que agradece sin prisa, con un chasquido peculiar.
¡Encandilada y vívida extensión!
¡Canta, canta por los esteros entre caballos salpicados de espuma!

Hoy los espíritus del caserón se esparcen
con sus errantes tribus de hormigas y lloviznas,
y nadie escucha el son de la arboleda.
Nadie, cuanto el verano se remonta, vaga con el aroma del hinojo
en el patio baldío.
Esa fue mi heredad.
                       Y para siempre
quiero tocan con mis gastadas manos
la tierra que sostiene su memoria.
Escribir con un dedo de polvo sobre el polvo:
"Es Enrique Molina, una cansada rama del olvido".

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997), "Pasiones terrestres, 1946", Obra poética. Obras completas Tomo II, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1987


Ilustración: A floresta, 1929, Tarsila do Amaral

sábado, octubre 15, 2011

Enrique Molina / Alta marea



Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan
se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
la errónea maravilla de sus noches de amor
las constelaciones pasionales
los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través de las piedras
sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el furor de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de
 /las antípodas
los lechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la memoria
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto con la palidez de la tristeza y todos los
 /gestos del abandono
dos o tres libros y una camisa en una maleta
llueve y el tren desliza un espejo frenético por los rieles de la tormenta
el hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles o
enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes
cada noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros hasta el techo
los enormes roperos crujían en las habitaciones inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura
siempre a punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo.

Y ese reguero de sangre
un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma de los días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas insaciables
esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro cielo en otro infierno
regresaba en un barco
una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal como un enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo marítimo con el desplomado trono de
 /las olas y el árbol de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta
éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo el mundo desesperado como una fiesta en su
 /huracán de estrellas
pero no hay piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca de las aguas y de los campos con las
 /violencias de este planeta que nos pertenece y se nos escapa
entonces tú estabas al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus brazos como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta y el cabo de Manila fue recogido
todo termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia del verano y el remolino de las hojas
 /sobre las sábanas vacías
y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997), "Amantes antípodas", 1961, Obra poética. Obras completas Tomo II, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1987
---
Foto: Enrique Molina por Enrique Hernández-D'Jesús

jueves, abril 30, 2009

He aquí los muertos




Descenso al olvido

He aquí los muertos sentados,
inmóviles alrededor del Tiempo;
adorando su pálida hoguera,
extrañamente sombríos en su reunión solitaria.

Ahí están, invadidos por marañas azules;
poblados por húmedas músicas, por cigarras.
Sobre ellos el cierzo ha pesado, y sus gestos de antaño, sus cuerpos de vapor
se condensan de súbito en alargadas lluvias.

No; no hables un idioma olvidado.
No pronuncies tu nombre.
Que no giren con letal lentitud la borrada, tormentosa cabeza.
Que no te reconozcan sus huecos corazones comidos por los pájaros.

Enrique Molina (Buenos Aires, 1910-1997), Poemas selectos, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 2009


Foto: Molina Letras Libres