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lunes, febrero 24, 2025

Ricardo Güiraldes / De "El cencerro de cristal", 3





Leyenda
 
El río dijo al sauce: «Yo soy la vida y, en mi incesante correr, renuevo emociones».

El sauce dijo al río: «Yo soy el poeta, ¿no ves como te embellezco, rezando sobre ti las estrofas de mis ramas?»

Dijo el río: «Pues ven conmigo, tú me darás la belleza de tu canto, yo el encanto de nuevas bellezas».

Y aceptó el sauce; pero en la primer caída, la frágil armazón de verdura se desgarró sobre las toscas.

Y dijo el sauce: «Déjame, que si bien soy un momento de alegría en tu carrera, no puedo, sin romperme, seguirte todo el tiempo».
 
Y el río, para quien el sauce empezaba a ser carga, le depositó en un rincón sereno.

El sauce ha reverdecido y sus hojas besan el agua.

El río sigue su brutal correr, mas al pasar frente al poeta, amansa su delirio, y las aguas, acariciando las raíces, han labrado el remanso.

Un encanto fatal, envuelve aquel sitio dormido. La doncella que pasa, no debe ceder al llamado tranquilo.

La Porteña, 1913

 

Solo

Está el llano perdido en su grandura.
La tarde, sollozando púrpuras, aquieta
las coloreadas vetas,
que depura.

De la cañada el junquillal sonoro, 5
en rojo y oro,
detiene girones de color,
que haraganean, lentos,
sus últimos momentos.

No hay ni hombres, ni poblado.

Polvaredas, 1914



El nido
   
Donde más alto trepa la sierra, un pico agudo y liso apunta al cielo su puñalada de piedra.

El sol y el viento se astillan entre sus riscos.

Y si la nieve, en su base, le circunda con regio fulgor de pureza, emerge más frío, más puro; severo e inconmovible, en su negrura lustrosa.

Cuando la amenaza de enorme cilindro rojizo rueda del horizonte, como un toldo que se corriese sobre el mundo, las cosas todas se quejan, en terror de espera; la tierra empalidece a la amenaza brutal de la tormenta. Entonces un punto negro aparece en el espacio, crece y crece, mientras, en impetuosas curvas, viene ampliando la espiral de su vuelo.

Es el Cóndor.

El viento chirría en sus rehacias plumas. Y súbitamente, cerrando las alas, desciende en perpendicular hacia la cima, como un pedazo de infinito que cayera sobre tierra.

París, 1912

Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927), El cencerro de cristal, Librería "La Facultad", de Juan Roldán, Buenos Aires, 1915 Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes

Más poemas de Ricardo Güiraldes en Otra Iglesia Es Imposible
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martes, enero 19, 2016

Ricardo Güiraldes / De "El cencerro de cristal", 2














Verano

Buenos Aires. Calle Santa Fe en el 900. Diciembre. La casa abierta, respirando noche, todo apagado dentro.
Cielo, implacablemente estrellado, cuyo azul de zafiro australiano se aleja, por obra del aturdimiento luminoso que mandan a los ojos los focos eléctricos.
De tiempo en tiempo, coches pasan, en rectilíneos destinos.
En la acera de enfrente, una madre aparea la obesidad de su flácido descanso a las epidérmicas lasitudes de su hija, que corre mano distraída, sobre su muslo, apenas suavizado por un batón rosa.
El reflejo de los focos se aplasta, extendido contra el asfalto.
Caballito, caballito que llevas el fiacre vacío, pareces un cuento, infantil, de madera.

Buenos Aires, 1913


Pierrot

Nació de un rayo de luna, sobre un muro blanco, y alegre va, desparramando amores.
Son las doce, hora de las apariciones.
Su dedo, fosforescente, abre en París la herida luminosa de Montmartre, y, como mariposas sorbidas por la luz, un vuelo de hetairas cae en remolino. Y como negro bordoneo de insectos, los sedientos de alcohol, de erotismo, de vicio.
Todos llevan en el rostro una palidez de risa dolorosa: es el sello de Pierrot. Y hasta la primera luz del día, el Rey de Histeria prodigará risas, llantos, deseos y cansancios.  
Pero el sol ha salido: todo se apaga, todo se avergüenza, y Pierrot, sintiendo el cuerpo disgregarse, arrastra su último malestar, un refrán canallesco, roto entre los dientes.
Cruza una plaza y ve, con odio, la estatua de un Baco robusto, que ríe, la boca en media luna. Él empieza a vivir, con la luz naciente. Su bronce es negruzco y muere en la noche.
-¡Padre grosero! -dice Pierrot-, y el rayo de luz que le pega, en la frente, le mata.
El viejo Baco reanima, entretanto, a su cosquilleo, y los ojos irónicos, mirando el lugar vacío, burlón exclama:
-Pobre mi alma... ¿Te has vuelto loca?

París, 1911


Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927), El cencerro de cristal, Librería "La Facultad", de Juan Roldán, Buenos Aires, 1915 Biblioteca Virtual Cervantes

jueves, diciembre 31, 2015

Ricardo Güiraldes / De "El cencerro de cristal"
















Tríptico

AMANECE

Es la noche de las estrellas; soñolentas parpadean, para dormir en la violencia del día.
Un churrinche, gota de púrpura, emprende su viaje azul.
El disco de luz, invencible en su ascenso, ha desgarrado en amplia herida, las nubes que pesaban sobre él.
Las nubes sangran.
   
MEDIO DÍA

La atmósfera embebida de átomos solares, tiene solidez irrespirable.
El canto de la torcaza, adormece con la monotonía de su ritmo lloroso.
A lo lejos, el campo reverbera, turbio.
El sol, sus grandes alas desplegadas, planea inmóvil sobre el mundo.

LA ORACIÓN

Las ovejas vuelven del campo.
Rezagadas, las decrépitas y enfermas, son punto final de la larga frase blanca, que parece evaporarse, en el polvo, inmovilizado por la tranquilidad del aire.
Es la hora mística.
Lentamente, la noche se ha dormido, acostada sobre el llano.

«La Porteña», 1913

Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927), El cencerro de cristal, Librería "La Facultad", de Juan Roldán, Buenos Aires, 1915 Biblioteca Virtual Cervantes
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Imagen: Detalle de la fotografía de Güiraldes en la edición de la librería El Ateneo de la novela Don Segundo Sombra Buenos Aires, 1928

lunes, mayo 13, 2013

Ricardo Güiraldes / De "Poemas místicos", 2





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18-

Fe

Me he perdido a mí mismo.
A veces tomo entre mis manos los recuerdos con cariño y busco largamente mi infancia, mi fe y mi fuerza. Las veo allá, detrás de una infranqueable transparencia de años, señalando con desprecio mi actual desvío y admiro su firmeza de brújula.
Me he perdido a mí mismo cuando más hondo me buscaba, como si a fuerza de vivir hubiese muerto.

  -19-  

Tiendo adelante mis brazos y todo es adelante ¿Cómo saber?
Espero.
Una voz más grande me dirá: ¡Ven!
Y desde entonces caminaré con la vista de mi frente abierta, de rodillas, en un campo de heridas, llevando en la garganta el trago de la victoria.
Y una cesación de dolores precederá la hoz de mi paso con salutación de trigo unísono ante la segadora.
Me he perdido a mí mismo y espero.

Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927), Poemas místicos, Talleres Gráficos Colón, San Antonio de Areco, 1928. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2000
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Ilustración: Strada di casa, 1900, Carlo Carrà

sábado, mayo 11, 2013

Ricardo Güiraldes / De "Poemas místicos"






  













-12-
Algunos habían seguido tu martirio.
La pequeña Jerusalén inquieta de harapos y discusiones, seguía picoteando sus migajas de ideas y nada supo de los siglos por venir y de tu advenimiento en el hombre.
La pequeña Jerusalén inquieta como un sarpullido y piojosa y mugrienta seguía tirada en sus calles.
-Te doy tres por veinte.
-No, te doy veinte por cuatro.
-¡Me arruinas!
-¡Me robas!


  -13-
Tu serenidad no tocaba siquiera las cúpulas de sus templos.
Así pasaste y viniste hacia nosotros.


  -14-  
Tenías los brazos abiertos y en tu pecho cabía el mundo.
Las estrellas andaban siempre a pesar de tu dolor reducido a la estatura del hombre.
Y había una palabra en todas partes. Y los que en torno tuyo no comprendían eran un cuadro pequeño de carne ignorante y egoísta.
Al fin abriste los brazos definitivamente para sobrevolar tu imagen humana.
Y hubo un pensamiento obscuro, obscuro -15- en las cosas y los hombres tuvieron miedo.
Tres días esperaste para surgir.


  -16-
Mi cuerpo sabe el dolor de la herida y el dolor del placer.
Mi corazón conoce sus propios engaños y la impotencia de los otros.
Mi inteligencia ha caído tantas veces que prefiere quedar de rodillas.
Estoy desnudo como una médula dolorida de encontrarse en contacto descubierto con la vida.
¡Que mis brazos levantados sean la plegaria fuerte que eleva al que pide!
¡Que sobre mi soledad caiga una astilla de   -17-   iluminación como sobre el campo un rayo de aurora noble!

"La Porteña"
Agosto 22-1923.

Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927), Poemas místicos, Talleres Gráficos Colón, San Antonio de Areco, 1928. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, Alicante, 2000
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Ilustración: Efigies en equilibrio, 1992, Alfredo Hlito

martes, mayo 07, 2013

Ricardo Güiraldes / De "Poemas solitarios"




















18-

La soledad absoluta.

I mi alma que bracea en derredor como un molino, sin encontrar más que viento en sus brazos abiertos.

El hombre que responde con suficiencia irónica a mi grito y a mi alegría.

I a veces la duda de que todo lo que agito en mi cabeza cargada de inquietudes no es sino locura. I mi sentimiento de soledad manía de persecución.

La Porteña
Enero 1922


19-

Todo se ha agrandado en la soledad.

El crepúsculo hermana al mundo con los astros.

El cielo se ha dormido.

I un hombre que canta, desliza su alma por la falda de las montañas hacia la quietud inamovible.

Pequeña antena de carne alucinada de imposible, espero en la tensión de todos mis anhelos que algo grande como un Dios me eleve a la armonía universal.

Puerto Pollensa
Septiembre 1922


20- 

El día inicia, en su explosión de luz nucleada por el sol, el eterno período de claridad que se salva de dos noches.

Soy centro de una tromba vital en elevación.

I abro las manos para que en ellas pase, vibre, resbale, todo lo que no puede ser finito.

La Porteña
1922


22- 

Tengo miedo de mirar mi dolor, no vaya a ser que me quede demasiado grande.

Prefiero calzar mi deber como una valentía de espuelas e hincando mi pereza, que quisiera morir cobardemente, andar con frente firme ante la pampa yerma del dolor de los otros.

Sólo así quiero merecer.

La Porteña
Septiembre 1924

Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927), Poemas solitarios, 1921-1927, copias mecanografiadas por copista anónimo probablemente de la edición de 1970 de la Editorial Ricardo Güiraldes
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Ilustración: Sin título, 1946, Tomás Maldonado

miércoles, febrero 18, 2009

Ricardo Güiraldes/ Luna




Luna que hace ulular a los perros y a los poetas.
Faro de tiza
Astro en camisa.

Disco, casco y guadaña, colgada del hombro de la noche, representación de la muerte.
Impotente
intermitente.

Parásito luminoso del sol, chinchorro giratorio de nuestra barca sideral.
Ronda vejiga
pálida miga.

Surtidora de falsas purezas. Frígido ovillo.
Pulcro botón de calzoncillo.

Nadie te teme; todos te quieren. Inofensivo bollo de harina sin importancia.
Blanca jactancia.

Sudario de azoteas. Velador de noctámbulos.
Orgullo hinchado
de trasnochado.

Luna, muerte, maleficio,
gorda madama del precipicio.

Ojalá se ahogue dentro de un charco
tu ojo zarco.

Angel caído en frialdad, per-in-eternum.
Mundo maldito,
me importa un pito.

Ricardo Güiraldes (Buenos Aires, 1886-París, 1927), Juan Carlos Martini Real, Los mejores poemas de la poesía argentina, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1974
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Foto: Ricardo Güiraldes. Onmibiography.com