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LOVER MAN (OH, WHERE CAN YOU BE?)

Los hombres de Billie Holiday 

Tarde de otoño. En el horizonte, nubes grises y en el cenit una amenaza negra como "panza de burro". Un amigo enfrente y una discusión. A veces, las terrazas dan para momentos cálidos en tardes frías. Se nos enfriaron los cafés discutiendo (¿cómo no?) de mujeres. Él apeló a la ironía que derramo (sic) en las cosas que escribo. Sostenía que uno tiene que estar pendiente de lo que ellas, en realidad, desean. Mi conclusión, tras muchas idas y venidas, circunloquios, algún chiste subido de tono y alguna alusión a Benedetti, fue que nuestra obligación como hombres es estar atentos a las cosas que ellas callan.

Billie Holiday apareció al final en la discusión y derivó el tema hacia la música. ¿Cuántas cosas callaría Billie en la "vida real" para expresarlas con mayor rotundidad en los escenarios? Escribió pocas canciones (dos, si no recuerdo mal) pero creó una forma única e inimitada de vivir las letras de otros. Rémi Raemackers escribe sobre ella: "En numerosas ocasiones es agredida antes de salir al escenario, lo que afecta a su estado de ánimo y da lugar a interpretaciones de una intensidad, en ocasiones, sobrecogedora". Los hombres que se cruzaron en su vida tienen mucha responsabilidad (y culpa) en ello. Me propuse elaborar una lista, una relación de milestones que justificara la textura rota de una voz emocionante, algo así como un cotilleo detrás del arte, como Picasso y sus amantes, un elenco artístico y destructivo, amor y otros desastres... a fin de cuentas:

Clarence Holiday. Padre de la cantante, tenía 15 años (su madre, 13) cuando ella nació. Se casan cuando ella tiene 3. Abandona a su familia para convertirse en trompetista y no vuelve a ver a su hija hasta que ésta es una adolescente que comienza a cantar por las calles y clubes de mala muerte. A pesar del pasado, Billie lo ha buscado desde que está en Nueva York. Él asume el papel de padre y le proporciona consejos para convertirse en profesional. 

El último cliente. 14 años, su madre le alquila una habitación en la Calle 14. Lo cuenta Billie en su autobiografía. Lo que no cuenta es que era el burdel de Florence Williams. Un cliente al que rechaza la denuncia y Billie acaba en la cárcel. 

Kenneth Hollon. Este saxofonista conoce a la Billie de 15 años y se la lleva de club en club cantando "My Fate is in Your Hands" y "Honeysuckle Rose". Comienza su carrera. Se dice que obtuvo más de 100$ en propinas.

Bobby Henderson. Billie conoce a este pianista en Harlem y se enamora de él. Actúan juntos durante un tiempo.

Willie 'The Lion' Smith toca en el Pod's and Jerry's, donde Billie trabaja como bailarina. Viendo lo mal que lo hace, le aconseja que pruebe a cantar. Billie sube al escenario y consigue el silencio respetuoso del público. Pero aún queda mucho. 

John Hammond. Este productor ve a Billie cantando en el Covan y se convierte en su representante. Escribe un artículo para Melody Maker y le presenta a gente de la profesión, incluyendo a Benny Goodman y al agente de Louis Armstrong, Joe Glaser, que la contrata inmediatamente. Hammond consigue que grabe un disco y que actúe en el Apollo con un discreto éxito que ella exagera en su biografía. 

Lester Young. Quizás la persona que mejor comprende a Billie, y su más íntima y duradera relación. Se conocen durante una jam session con la orquesta de Fletcher Henderson. Más tarde, en el tiempo libre que le deja la orquesta, Young acompaña a Billie en sus actuaciones, descubriendo que su tenor es la voz perfecta para acompañar a la cantante. Habría que dedicar a 'Prez' (apodo que ella le dio, a cambio del suyo, 'Lady Day') todo un capítulo. 

Ben Webster. Cuando Young se marcha de gira, Billie comienza una relación con Ben Webster, de quien recibe palizas cuando está borracho. 

Teddy Wilson. Este pianista, contratado por John Hammond para acompañar a Billie en una grabación, acabará acogiendo a Billie en su casa, donde él y su mujer darán a la cantante el calor familiar que antes no ha tenido.

Ed Fox. Billie canta con la orquesta de Fletcher Henderson en el Grand Terrace Ballroom de Chicago, pero el resultado no es del agrado del dueño del local. Billie tiene con él un enfrentamiento dialéctico que termina cuando ella le arroja un tintero. El resultado: es despedida. Sólo ha cantado una noche.

Count Basie es uno de los detractores de Billie Holiday. Tras el rotundo éxito del concierto del Apollo el 19 de marzo del 37, Basie la contrata, pero no tardan en aparecer diferencias entre ambos que hacen que la relación profesional dure apenas un mes. Billie abandona la orquesta, en la que trabaja Lester Young.

Lewis AllanEl poema de Lewis Allan "Strange Fruit" es un hito en el mundo del jazz. Su mensaje directo y antiracista encaja con la mentalidad de Billie, que había sufrido las penurias de tocar en orquestas de blancos en locales en los que ella, la única de color, tenía que entrar por la puerta de atrás y esperar en el almacén a que llegara su turno de cantar. Commodore Records aceptará grabar este tema en la voz de Billie. 

Jimmy Monroe se convierte en agente de Billie en 1939, pero es sólo un vividor con ansias de dinero. Todo lo que Billie consigue de él es una pasión ciega y las drogas, en cuyo consumo él la inicia de manera irremediable. Monroe es otro que también la maltrata.

John Simmons. Este bajista se convierte en su amante en 1943. 


Joe Guy. Este trompetista la lleva a la heroína en el momento más álgido de su carrera, cuando la llaman La Reina de la Calle 52.

Roy Harte. Este baterista la introduce en el consumo del LSD.

Bobby Tucker. El pianista y su mujer acogen a Billie en su casa de Nueva York a la vuelta de una gira por Miami y Cuba. 

John Levy, dueño del Ebony, se convierte en representante y amante de Billie después de que salga de la cárcel en 1948. La contrata y le hace regalos, pero se queda con su dinero y, a cambio, le proporciona opio y cocaína, le pega cuando discuten y la sustituye en el club por Sarah Vaughan cuando no está en condiciones de cantar. Levy es el comienzo del fin de Billie.

Louis McKay había sido novio de Billie en Harlem. Se reencuentran en Detroit y McKay se convierte en su representante, la lleva a la Costa Oeste y le consigue un contrato con Norman Granz. Graban "Love for Sale". Billie comienza a renacer, pero su éxito musical coincide con la decadencia de su salud. Billie y McKay se casan en México para evitar que él tenga que testificar en un juicio contra ella. Billie, sin embargo, camina ya cuesta abajo.

Como hemos visto, muchos no eran "hombres" en el sentido que yo entiendo. A pesar del intenso elenco y, sin que haya encontrado constancia de nombres ni de fechas, se dice que Billie levantaba iguales pasiones en hombres que en mujeres, muchas de las cuales gozaron de sus favores después de muchos conciertos. Sí, también hay mujeres que influyeron en la vida de Billie, como las monjas que educaron su voz con las oraciones, su madre y ¿algún nombre más? 

A mi amigo sólo le puedo decir que hay personas más permeables sentimentalmente que otras. A veces, como hemos visto en el caso de Billie, esto es una desventaja.


LOVER MAN (OH, WHERE CAN YOU BE?)
(Jimmy Davis / Ram Ramirez / James Sherman)

I don't know why but I'm feeling so sad
I long to try something I never had
Never had no kissin'
Oh, what I've been missin'
Lover man, oh, where can you be?

The night is cold and I'm so alone
I'd give my soul just to call you my own
Got a moon above me
But no one to love me
Lover man, oh, where can you be?

I've heard it said
That the thrill of romance
Can be like a heavenly dream
I go to bed with a prayer
That you'll make love to me
Strange as it seems

Someday we'll meet
And you'll dry all my tears
Then whisper sweet
Little things in my ear
Hugging and a-kissing
Oh, what I've been missing
Lover man, oh, where can you be?

*

PERO HERMOSO

Un libro de jazz



But beautiful fue compuesta en 1947 por Jimmy Van Heusen con letra de Johnny Burke para la película Road to Rio de Norman Z. McLeod. Luego lo cantó Billie Holiday y Freddie Hubbard lo incluyó en su Open Sesame. Pero, además de un estándar, But beautiful es también el título de un libro que todos los aficionados al jazz conocen y aman.





Geoff Dyer admite que quiso hacer un ensayo cuando comenzó su libro de ficción Pero hermoso (Jonathan Cape Ltd., Londres; en España, editado por Amaranto). Porque, aunque no es ficción todo lo que escribe (los buenos aficionados reconocerán episodios reales de todos conocidos), lo que aquí nos trae son reflexiones e historias ficcionadas, lo que él llama "crítica imaginativa", narraciones que ocurren o saltan entre las anotaciones de un viaje de Duke Ellington en coche, esos viajes de un bolo a otro, durmiendo en el coche y componiendo sobre el primer trozo de papel que encontraba. Y de esto es de lo que se trata, de componer. Duke fue el gran compositor de la Historia Negra del siglo XX (recordemos su Black, brown and beige) y, siempre atento a cazar la inspiración cuando se presenta, anota en este relato cada recuerdo que la somnolencia del viaje le trae de otros músicos. Es (habría sido, de ser real) una gran suite de la Historia del Jazz, la gran obra de Duke en homenaje a los músicos atormentados que protagonizan las historias que el libro cuenta entre pausa y pausa del viaje de Duke y que, se suponen, son recuerdos que acuden a él...

El hilo conductor del viaje nos lleva, a la manera de los impresionistas, a distintos flashbacks en los que asistimos a tormentosos momentos como el juicio militar a Lester Young, el amor que le profesaba Billie Holiday ("Pres era el hombre más amable que había conocido, su música era como una estola alrededor de sus hombros desnudos, sin ningún peso"), que aparece fugazmente para invocar el espíritu que puebla sus canciones ("Ella había vivido mil años en las canciones que había cantado, canciones de mujeres golpeadas y de hombres a los que amaban") y recordarle que todos han pasado por la cárcel. Monk no es menos. Su capítulo es pura paranoia. Su comportamiento, su arresto y su forma de tocar ("Una parte del jazz es la ilusión de espontaneidad") conforman un puzzle difícil de montar pero que da una idea bastante exacta de lo que fue su búsqueda. La alta capacidad de Bud Powell para la música ("como si el piano llevara esperando cien años la oportunidad de saber lo que se siente al ser una trompeta o un saxofón en manos de un negro") y para la autodestrucción ilustran el siguiente capítulo con momentos agónicos, como los de un Ben Webster para quien el día sólo caminaba hacia la borrachera ("Emborracharse en aquellos tiempos no requería su participación activa, sencillamente era el estado hacia el que tendía el día"). En otros capítulos, los protagonistas son la búsqueda de la identidad musical de Mingus o la belleza de la música de Chet en contradicción con su decadencia física y moral ("temblaba tanto que prácticamente vibraba"). El último flashback corresponde a Art Pepper, una metáfora para expresar cómo el jazz ha crecido gracias y a pesar de los músicos.

Lo que hace grande esta lectura es que el autor convierte episodios simplemente biográficos o incluso estereotipados en emocionantes relatos que apelan a nuestros sentimientos, hayamos o no escuchado a estos músicos. Otro aspecto curioso y que puede parecer una paradoja, aunque no lo es, el que la mayor parte de la inspiración para este libro no la haya recibido Dyer directamente de la música ni de las biografías de los músicos sino de fotografías de jazz, ese género que es un arte autónomo en sí y que ilustra, la mayor parte de las veces, más que una declaración, como ésta de Bud Powell: "encogiendo los hombros al seguir el ritmo, los ojos cerrados, una vena palpitando en la sien, sudor a raudales sobre el teclado, los labios estirados sobre los dientes, la mano derecha farfullando y bailando como agua en una roca".

Por último, Dyer nos regala, a modo de epílogo, un ensayo exento de ficciones que pone un punto brillante al libro, si uno supera los capítulos anteriores y las agonías a las que nos ha sometido, especialmente si somos de ese tipo de aficionados que nos dejamos llevar por la belleza de la música, conscientemente inconscientes del sufrimiento y, a menudo, de los pecados que hay detrás de cada disco, de cada biografía del jazz. El ensayo, titulado "Epílogo: Tradición, influencia e innovación" es una búsqueda del sentido que tiene la importante y rápida evolución de este arte musical que cuenta apenas con un siglo de vida. Ningún arte ha evolucionado tanto desde su nacimiento. Es, a la vez, un examen profundo y sereno de estilos y protagonistas. No tiene desperdicio. Termina con una reflexión sobre la forma de entrar en el jazz de los recién llegados. Hay tantas puertas que uno puede acceder a través de cualquier estilo y avanzar o retroceder en la Historia del Jazz hasta encontrar la corriente que enlaza con su espíritu, aunque Dyer sugiere como ideal el orden cronológico. "Las ideas de avance y retroceso, escribe, el sentido del pasado y del presente [del jazz], de viejos y nuevos sueños, empiezan a confundirse en el amanecer crepuscular de un perpetuo mediodía".

Si hay alguien que no conozca este libro, creo que debe anotarlo en su Lista de Libros Imprescindibles. Ignoro si a fecha de hoy está descatalogado en España. Hace poco pregunté en una librería y lo tenían, así como en tiendas de la red (El Argonauta, por ejemplo) o en sitios de libros de ocasión (Iberlibro). También se puede encontrar en inglés y en bolsillo. Para ser más concreto, se debe encontrar.

Como ilustración, les dejo con el Trío de Bill Evans: Marc Johnson al bajo y Joe LaBarbera a la batería, en Iowa, 1979, intrepretando, por supuesto, But beautiful:




DOS MAGOS DIALOGAN

DUKE ELLINGTON & JOHNNY HODGES, Side by Side
(Verve, 1959) 

Side by side
es uno de esos discos que te llegan por casualidad, sin buscarlos. Side by side es un descubrimiento, uno de esos discos lenitivos que me devuelven al origen para que después pueda volver a entender y apreciar lo que de verdad me gusta. Aunque Johnny Hodges representa lo que llamaríamos un solista de la orquesta de Duke Ellington, este álbum fue editado como un dúo de líderes, con los nombres de ambos en la portada: Duke Ellington and Johnny Hodges plus others, en realidad sólo contiene tres temas en los que aparecen juntos Hodges y Duke, grabados en febrero de 1959 con Harry “Sweets” Edison a la trompeta, Al Hall al bajo, Les Span a la guitarra y flauta y Jo Jones a la batería.

El resto es una excelente colección de temas grabados en agosto del año anterior con un plantel no menos espectacular acompañando a Johnny Hodges: Ben Webster al saxo tenor, Roy Eldridge a la trompeta, Lawrence Brown al trombón, Wendell Marshall al bajo, Billy Strayhorn al piano y Jo Jones a la batería.




El conjunto suena como una sola obra, con las diferencias y las semejanzas que podamos encontrar entre dos pianistas como Duke y Billy Strayhorn. Es cierto que el “instrumento” favorito de Duke Ellington era su orquesta, pero aquí toca el piano como acompañante y, al igual que Strayhorn en el resto de los temas, se ocupa de la introducción con unos compases que comparten la misma fuerza en sus pulsaciones (escúchense Stompy Jones versus Bend one) y el mismo carácter vocal de los dedos, que parecen cantar la introducción de los temas (Squeeze me versus Big shoe). Es un disco de Johnny Hodges, pero en ambas grabaciones es un pianista quien dirige a la banda.

Hodges, por su parte, disfruta y nos hace disfrutar con lo que Nat Hentoff define en las notas del disco como “conversational jazz”: todos sus fraseos se relacionan con algún instrumento, en todos tiene respuesta, no queda nada en el aire, consiguiendo que los temas suenen redondos, increíbles. Es realmente como si los instrumentos estuvieran manteniendo una conversación.

Johnny Hodges, señoras y señores. Impresionante en "Just a memory", con una interpretación de molde, aunque aquí todos los solos son fabulosos, sin una nota de más y sin estridencias. "Just a memory" es un tema romántico que discurre por todas las voces, pasando de un instrumento a otro hasta que llega el solo de Hodges, más extenso, con un Strayhorn fabuloso y etéreo de fondo, al que se van uniendo el resto de los metales para llegar a una coda concisa pero maravillosa.

Por cierto, del mismo año es Back to Back.