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¿QUIÉN DECIDE SOBRE LA CREATIVIDAD?

LA MADRE DEL BLUES (George C. Wolfe, 2020)


El argumento de la película gira en torno a los egos a la hora de grabar un disco. Ma Rainey (una convincente Viola Davis) intenta mantener su criterio en el estudio de grabación mientras su manager intenta actualizarla utilizando los arreglos de un cornetista (Chadwick Boseman) cuyo ego se siente atacado cuando la cantante los rechaza. ¿Quién decide quién puede puede mostrar su creatividad y quién no? ¿Quién tiene autoridad moral para decir a un artista qué debe grabar? Puede sonar habitual en la música comercial pero no en un país tan libre como este donde habitan el blues y el jazz.




Ma Rainey fue llamada la Reina del Blues por ser una de las pioneras. Grandes como Bessie Smith siguieron su estela y triunfaron en el mercado emergente de los consumidores negros en Norteamérica. La película, original de Netflix, en su título original, toma el nombre de uno de los grandes éxitos de la cantante, "Ma Rainey's Black Bottom". En España, ha adoptado el título de La madre del blues, menos provocativo. 

Qué callado está todo esto. Nunca he soportado el silencio. Siempre hay que tener algo de música en la cabeza. Mantiene el equilibrio. La música rellena las cosas. Cuanta más música hay en el mundo, más lleno está. 

El blues (como el jazz primitivo) era una música de instinto, creada por los mismos que la interpretaban. Las actuaciones en los locales para negros y el surgimiento de las primeras estrellas del blues convirtieron algunas canciones en standards pero, como dice el personaje de Viola Davis en la película cuando habla de blues, "no se canta para estar mejor. Se canta porque es la forma de entender la vida."


En una manera tan personal de pensar la música, solo cabe la libertad, libertad de expresión y libertad de creación. La creatividad se convierte entonces en un acto reflejo, un sentimiento. Esta música visceral entronca con el argumento de la película, basada en la obra teatral del ganador del Pulitzer August Wilson y ambientada en el racismo de los años 30, con personajes que arrastran detrás un equipaje vital tormentoso. En cualquier música hecha con honestidad no importan solo las notas. El sentimiento se expresa a través de la ejecución, y de esto saben mucho tanto cantantes de blues como músicos de jazz:

-¿Dónde aprendiste a tocar el bajo? Le he oído cantar.
-Yo solo seguía a Toledo. Acariciaba las teclas con sus largos dedos. Yo solo seguía su ritmo.
-Eso es lo que hay que hacer, ¿no? Tocar música.

 La canciones de Ma Rainey que aparecen en la película han sido arregladas y producidas por Wynton Marsalis, quien, además, ha escrito la música incidental y el tema con el que el trompetista interpretado por Chadwick Boseman quiere triunfar ("Baby Let Me Have It All"), contando con un combo pequeño para los temas que tienen lugar en el estudio de grabación, una big band de 16 músicos (entre los que está nuestro favorito, Delfeayo Marsalis) y una sección de cuerda. La banda sonora, en global, tiene un fabuloso aire años 30, pulido y brillante al estilo Hollywood, como el vestuario y los decorados de la película, todo impecable.




FELIZ NAVIDAZZ

UN AÑO MÁS (Y VAN 12), FELIZ NAVIDAD A TODOS

Puede que, para algunos, las navidades sean épocas tristes que les hacen recordar tiempos mejores. Nostalgias aparte, ¡que nos quiten lo vivido! Los que ya no están nos dejaron lo mejor que tenemos, al menos en mi caso, y toca disfrutar de los que están. La Navidad es, también, una época para dar. Regalar es una de las cosas que más endorfinas produce. Ver la felicidad (o la sorpresa) en la cara del otro no tiene precio. y si lo que regalamos es un disco de jazz, bueno, ¿qué les voy a decir? Que regalen, que regalen, y no solo discos, también entradas, momentos, swing...

Para celebrar estos momentos y no salirnos de la filosofía de este blog, suelo recomendarles cada año un disco de jazz relacionado con la Navidad, pero este año será un concierto. Para poner banda sonora a esos momentos que las fiestas les dejen libres, vean y escuchen este concierto de la Jazz at Lincoln Center Orchestra dirigida por Wynton Marsalis que no tiene nada que envidiar al de Viena en Año Nuevo (que, por cierto, tampoco me lo pierdo).

Grabado en 2015, incluye swingueantes standards clásicos de Navidad como "Jingle Bells" (con los arreglos de Count Basie), el ineludible "White Christmas", "Sleigh Ride"... con toda la potencia de la big band y, en algunos temas, vocalistas como Denzal Sinclaire (ganador del National Jazz Award) y la vocalista de bebop Audrey Shakir, y solos, muchos solos que el realizador ha tenido la coherencia de nombrar con subtítulos, lo que es de agradecer.

Que ustedes lo disfruten. ¡Feliz Navidad!





                                

MARSALIS PUEDE CAMBIAR TU VIDA

O el jazz como filosofía

Lo más maravilloso de los libros es que pueden aparecer en tu vida cuando menos te los esperas, en un escaparate, en el penúltimo anaquel de una librería que hace tiempo que no visitas, en una lista de Internet o en un cajón de saldos. Yo encontré este libro hace unos meses en una tienda de segunda mano y no pude resistirme. Escuchar o leer a Wynton Marsalis es algo que nunca te deja indiferente. Hablando de jazz (o de la vida, como aquí) Marsalis puede ser filosófico, erudito, apasionado, radical, intransigente o insuperablemente lúcido.





Si en su libro anterior (El jazz en el agridulce blues de la vida, Paidós, 2002), coescrito con Carl Vigeland, nos permitía acompañarle sentimentalmente durante una gira, alternando anécdotas con opiniones, en Jazz. Cómo la música puede cambiar tu vida (2015) vuelve la vista atrás y repasa algunos momentos que considera relevantes de su vida, algunos tan curiosos como el hecho de que padre le llevara a estudiar jazz por obligación, esa cosa tan aburrida: "¡Vaya por Dios!, pensé. Ahora resulta que nos vamos a quedar sin salir los sábado por la noche para volver a la época de la esclavitud" (pág. 12) pero, en realidad, resultó que les estaban enseñando algo importante: "que fuésemos lo que fuésemos, éramos personas creativas" (pág. 16).

Escrito con una pasión incondicional hacia el jazz, casi todo en el libro ofrece una visión positiva sobre el ser humano y la música y, sobre todo, sobre la interrelación entre ambos porque, en esencia, es un libro sobre la vida, una especie de disertación existencial sobre la importancia de la música en la persona y en la personalidad: lo más atractivo del texto es la manera en que relaciona la vida y el jazz, cómo explica, por ejemplo, que el jazz es un juego a la vez individual y colectivo, donde escuchar a los otros músicos es tan importante como decir (tocar) lo que uno es capaz de decir: "Respeto y confianza, eso es lo que enseña el jazz. Cuando se escucha a los grandes músicos, se puede observar el respeto que muestran por las habilidades del otro; al fin y al cabo, salvo en la sección rítmica, los músicos pasan más tiempo escuchando que tocando." (pág. 226). ¿No es algo para pensar... y aplicar en la vida?

También en algún momento, por supuesto, arremete contra las vanguardias: "Eso que la gente aún denomina vanguardia se inventó en Alemania durante el primer cuatro del siglo XX y llegó al jazz cincuenta años después. Ahora, cincuenta años después de que se iniciase, continúa sin ser tan moderna como la música que interpretaba la banda de King Oliver allá por la década de 1920." (pág. 176)


Por último, Marsalis repasa algunas de las figuras más importante del jazz de todos los tiempos desde una óptica tanto musical como una humana, intentando explicarnos cómo escucharlos y qué ha aprendido de ellos.

Sobre Billie Holiday y su último álbum (Lady in Satin), que su padre solía poner, dice: "Muchas personas lo aborrecen porque dicen que apenas le quedaba voz. Sin embargo, a mí me enseña que el mensaje que se transmite es más importante que las limitaciones del método de transmisión." (pág. 193).

De Miles Davis se muestra tanto admirador como detractor: "Muchos de los músicos de su época no superon salir del bebop; él, sin embargo, tocaba con músicos quince o veinte años más jóvenes que él, intentando adaptarse e interpretar en su compañía", dice (pág. 181). Más arriba, apunta: "Dejando aparte el culto a la personalidad, verdaderamente sabía tocar" pero echa por tierra el valor de Miles como inventor del jazz modal alegando que Duke Ellington, Charles Mingus, Dizzy Gillespie, Gil Evans y el arreglista George Russell (los nombra a todos) ya habían experimentado con improvisaciones modales antes que él. Concluye disparando lo siguiente a propósito de su regreso en los 90 y de su falta de integridad (sic): "Él (Miles) personifica ese viejo adagio que dice que lo mejor, cuando se corrompe, se convierte en lo peor" (pág. 182).

Sobre Charlie Parker: "Bird, por encima de todo, demuestra el potencial ilimitado de la mente para pensar con rapidez y lógica durnte largos periodos de tiempo. [...] con Charlie Parker, tocar con rapidez es el tema en sí." (pág. 204)

Pero más que sus opiniones sobre otros músicos, me quedo con su opinión sobre el valor del jazz como manera de entender la vida

http://wyntonmarsalis.org/books
Apartado de libros en la web de Wynton Marsalis
El libro, coescrito con Geoffrey Ward, lleva en inglés el título de Moving to Higher Ground: How Jazz Can Change Your Life y fue publicado originalmente por Random House en 2008; pero, visitando la web de Marsalis, hemos encontrado que nos queda mucho por descubrir de su literatura. 


Los músicos de jazz improvisan bajo la presión del tiempo, por eso lo que brota de ellos surge con tanta pureza. Es como verse presionado a responder antes de poder inventar una mentira. Normalmente, lo primero que se dice es la verdad. (pág. 27)


https://www.amazon.es/El-talism%C3%A1n-Alexandros-R-Martino-ebook/dp/B00HW9QLHI?ie=UTF8&adid=0RP4GC1T9XR4MV7R2HPA&camp=3598&creative=24794&creativeASIN=B00HW9QLHI&linkCode=as1&ref-refURL=http%3A%2F%2Fwww.jazzeseruido.com%2F&ref_=as_sl_pc_tf_lc&tag=jazeserui0f-21

CINE DE JAZZ

...que probablemente (nunca) veremos

Hablábamos hace tiempo en este mismo blog del proyecto de biopic sobre Miles Davis, una película que iba a ser dirigida y protagonizada por Don Cheadle. De momento, el proyecto parece haberse borrado del mapa: nada se oye en las webs de cine o de jazz al respecto, salvo que podría llevar el curioso título de Kill the Trumpet Player(!). De esto hace poco más de cinco años y nos apena porque creemos que Miles, nuestro icono, merece al menos el intento. Otro biopic que se prometió y se promocionó allá por 2009 (también hablamos de esto aquí en su día) fue What A Wonderful World, otra obra de actor/director, a cargo esta vez de Forest Whitaker. Se escucha que el proyecto, después de algunas batallas para su financiación, podría rodarse este año y ver la luz en 2015 con el título de Satchmo. Ojalá sea así. El problema es que, aunque admiramos la versatilidad de Whitaker, siempre que lo vemos en la pantalla grande sentimos que estamos viendo a Bird, al Bird perfecto.

Sean o no éstas unas películas de jazz que probablemente (nunca) veremos, hay ejemplos más raros que, por su falta de comercialidad, quizás tampoco lleguen a España, ni al circuito de DVD ni siquiera a los cines comerciales americanos. En concreto, nos referimos a dos películas de Dan Pritzker, un curioso millonario que se ha interesado en mezclar dos materias tan excitantes como el cine y el jazz. En 2010 estrenó una película fabulosa (los fragmentos que hemos vistos así lo apuntan) sobre la infancia de Louis Armstrong. Su titulo es Louis y entre sus peculiaridades están las de ser una cinta muda y en blanco y negro. Este aspecto que parece "poco comercial" es para nosotros un aliciente. Lo que la hace difícil de distribuir es la idea de presentar la película muda y con música en directo, en este caso a cargo de Wynton Marsalis con una banda sonora compuesta por él mismo para el film. 

Entre los temas, algunos de Louis Moreau Gottschalk, compositor criollo de finales del siglo XIX, interpretados en directo por la pianista Cecile Licad. Además, Marsalis arregló melodías como “Black Bottom Stomp” (Jelly Roll Morton), “Happy Go Lucky Local” (Duke Ellington) y “Boogie Stop Shuffle” (Charles Mingus).

En Youtube hay trailers y algún fragmento de Louis pero hemos sido incapaces de localizarla en DVD:




Protagonizada por Anthony Coleman como Louis Armstrong de niño, Louis es un homenaje a Storyville, al nacimiento del jazz en sus burdeles e incluso a Charlie Chaplin, con un Jackie Earle Haley soberbio en su papel de malvado juez al más puro estilo de los villanos que acosaban a Charlot. La película hizo una gira por varias ciudades de Estados Unidos acompañada por Wynton Marsalis en vivo con una banda de 10 músicos, una maravillosa interactividad con el público que hace inviable que se pueda repetir... especialmente en la época de las pelis de superhéroes en 3D...



Esperanzas hay, quizás, de que el próximo film de Dan Pritzker se estrene en el circuito comercial. Su título, Bolden! deja a las claras su intención: retratar los oscuros pasajes de la vida del cornetista. Cuenta también con Jackie Earle Haley, repitiendo papel, y con muchos actores que nos gustan: Wendell Pierce (Tremé), Eugene Byrd (Bones)... En IMDB lo anuncian como estreno para este 2014 (!) y nosotros rezamos para que así sea, rogando de paso por que, si algún lector del blog localiza la películas en los canales o tiendas de la red, lo comparta.

Para despedirnos de este artículo (improbablemente) pesimista, les dejamos un video encontrado en Youtube. En él, vemos a los participantes en el rodaje de Bolden! improvisando sobre una canción country que Pritzker escribió y que, parece, es un éxito en Estados Unidos. Según leemos en las notas, Pritzker es el de la camisa azul y el resto de los músicos son el asesor musical, el montador, un asistente de cámara, el productor, electricistas, gente de vestuario... y su hija. Fin de fiesta el último día de rodaje de Bolden! Que sea un feliz augurio de que ésta (o alguna de las películas anteriormente citadas) lleguen a nuestros ojos y oídos.


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Enlaces:

* Sitio oficial de Louis: www.louisthemovie.com



https://www.amazon.es/dp/B00EDUGPZ2

SOBRE SONIDOS E HISTORIAS

ACORDES Y DESACUERDOS (XIV)



I.
El jazz no se aprende necesariamente en la escuela. Muchos creen que el jazz significa simplemente subirse a un escenario y tocar lo primero que te viene a la cabeza y, cuando terminas, con un poco de suerte, los demás lo hacen al mismo tiempo.

(Wynton Marsalis, El jazz en el agridulce blues de la vida)


II.
Hablando de jazz existe una superstición, y es una superstición que debe ser destruida. Esta superstición es que el jazz es esencialmente negro. Los negros, por supuesto, llevan hasta el jazz, pero no es más negro que síncopa, la cual existe en todas las naciones. El jazz no es negro sino americano. Es la expresión espontánea de la energía nerviosa del moderno Modo de Vida Americano.

(Robert Wyatt & John Andrew Johnson, The George Gershwin Reader)


III.
Vivimos en la era del staccato, no del legato. Debemos aceptarlo. Pero esto no significa que fuera de esta sinfonía de staccatos algo bello no pueda desarrollarse.

(George Gerswhin)

IV.
Siempre cuenta una pequeña historia

(Lester Young sobre Frankie Trumbauer)


V.
El rock es más sencillo aún que el Diexieland, con la salvedad de algunos músicos de rock realmente espléndidos (o bien dedicados a hacer variantes del rock) como son Herbie Hancock, John Scofield, Mike y Randy Brecker, y unos cuantos más.

(Chet Baker en Como si tuviera alas)


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TOCAD POR LA PASTA

Cavilaciones después de Tremé


Después de ver la esperada primera temporada de la serie de David Simon Tremé, no puedo evitar una sensación de desamparo y, al mismo tiempo, de euforia. Qué obra de arte. Construida con escenarios de la catástrofe, pero con la sencillez de quien está al servicio del guión, explora las miserias y las luchas de los personajes y lugares para quienes, tarde o temprano, el huracán Katrina será sólo una (mínima, aunque trascendental) época de sus vidas. Sobrevivir, por encima de todo.

Pensaba en el acierto de enfocar de esta forma el desastre de Nueva Orleans, desde el punto de vista de los músicos y de la gente de a pie, cavilando sobre por qué el cine no había emprendido ningún proyecto sobre el tema, y decidí que lo del Katrina es demasiado grande para el cine. Pero después de "encontrarme" en la serie con tipos tan apreciados como Allen Toussaint, Elvis Costello y Trombone Shorty, y mientras escuchaba la frase, tan repetida, que pronuncia Khadi Alexander en uno de los primeros capítulos ("Me casé con un puto músico y eso nunca funciona"), comencé a pensar que lo grande es Tremé. La serie ES demasiado grande para hablar de ella aquí, pero supuse que cabrían en el blog algunas reflexiones. Aquí las dejo:

Conclusión #1:
· David Simon y Eric Overmyer son unos jodidos genios: la serie es material pesado.

Conclusión #2:
· No sólo de jazz vive New Orleans.

Conclusión #3:
· Sólo una forma de vida idealizada como el arte (la música, en este caso) puede sacarte de los peores agujeros de la vida o del espíritu.

Conclusión #4:
· Una ciudad (demodé) como New Orleans no la borran del mapa ni los huracanes ni las malas políticas.

Conclusión #5:
·  Las opiniones de Wynton Marsalis no (siempre) son bien recibidas en New Orleans.

Conclusión #6:
· No volveré a quejarme de las humedades de mi casa.

Conclusión #7:
· Los funerales forman parte del ciclo de la vida, y en New Orleans son una fiesta.

Conclusión #8:
· La ciudad nunca volverá a ser la misma.

Conclusión #9:
· Teneís que recomendar la serie a todo el mundo.

Conclusión #10:
· Hay que ser valiente para seguir tocando (y creando) en medio de las ruinas.

Conclusión #11:
· Hay orgullo en Bourbon Street.


¿FUSIÓN = ESTERILIDAD?

ACORDES Y DESACUERDOS (V)

Como siempre, dejamos los acordes en el aire, para que suenen con su propia voz. Ustedes ponen los desacuerdos.

Palabras de Wynton Marsalis, purista militante:  

«[...] La denigración estética del jazz comenzó cuando figuras capitales del jazz comenzaron a hacer los locos y a embaucar a quienes les escuchaban. En lugar de perfeccionar y elaborar los elementos integrales de su idioma, esas figuras diluyeron la sustancia de su arte en nombre de la expansión. Esta disolución resultó de una combinación de arrogancia, ignorancia y oportunismo de tan abominable determinación que amenazó la esencia de un arte musical tan profundo que su surgimiento había redefinido la historia de la música de una forma tan distintiva como el cubismo redefinió lo que todos conocemos como artes plásticas. La mayor parte de esa voluntad de diluir una forma de arte vital vino de la creencia sostenida tanto por el Tercer Reich como por Henry Ford: que la Historia es una sandez y que puede ser ignorada en la búsqueda de metas puramente personales que no ofrecen iluminación a través de la experiencia sino más pruebas de la capacidad humana para la corrupción.
»Pero la sustancia del arte no es cultivar sino combatir la corrupción. Como Ralph Ellison ha apuntado, el arte es un aspecto sustancial de la moralidad. Consecuentemente, el músico que ofrece al inocente y anhelante espectador un artefacto de sonido que no muestra respeto alguno por el arte y la tradición está siendo más que un inepto, más que un traidor; este músico está corrompiendo activamente la sensibilidad del público que escucha. Y, como probó el Tercer Reich, determinada corrupción puede llevar a hechos catastróficos.

»La corrupción que empezamos a ver tras la mala interpretación de las innovaciones de Ornette Coleman, y después de que músicos de jazz hambrientos cayeran ante el éxito de los grupos de rock ingleses, dio como resultado un culto fraudulento a lo primitivo por un lado y a un diálogo musical, igualmente falsificado, con pasiones adolescentes conocidas como jazz-rock, ahora jazz “progresivo”. El culto a lo primitivo desdeña la técnica instrumental, el conocimiento armónico, el estudio específico de las formas occidentales y de otros idiomas que ellos fingen, bajo la vapuleada bandera de la “world music”, haber incorporado a lo que ellos llaman arte. Lo que distingue este culto no es la innovación sino la indiscutible incapacidad para interpretar a un nivel profesional en ninguna situación de jazz más que en la excéntrica esquina en la que ellos mismos se han retratado con éxito en los últimos veinte años. Los proveedores de este jazz “progresivo”, de jazz–rock, muestran una peculiar androginia estética que tiene una cosa en común con los hermafroditas: la esterilidad [...]»

Wynton Marsalis
* Traducido del prólogo de The Illustrated Encyclopedia of Jazz de Brian Case, Stan Britt y Chrissie Murray (Tiger Books, Londres, 1986)

EL JAZZ EN EL AGRIDULCE BLUES DE LA VIDA

De gira con Wynton Marsalis

Hacía mucho, mucho tiempo que tenía este libro en mi interminable lista de lecturas pendientes. Menos mal que existen las vacaciones.

El jazz en el agridulce blues de la vida (Jazz in the bittersweet blues of life) prometía ser, en un principio, un experimento periodístico en el que el escritor Carl Vigeland acompañaría al septeto de Wynton Marsalis durante toda una gira para después publicar algo así como un “diario de carretera”. «Adoro la carretera», escribe el músico. «Para mí no supone ningún esfuerzo actuar en público. No lo siento como una obligación. Adoro salir ahí cada noche, y lanzarme de cabeza al swing con la banda, con la gente que viene a escucharnos. Espíritu de equipo, estilo y dar en el clavo, eso es el swing. Y, cuando lo pruebas, siempre quieres más.» Después describe esa sensación de que un lugar le trae a la mente otro lugar, una actuación le recuerda otra anterior. «En la carretera, ese tipo de cosas pasa cada día.»

Pero esta road movie en papel no es sólo un libro sobre música y mucho menos una biografía. Es casi un diario íntimo en el que el alma del músico se revela hacia el exterior en forma de palabra, con parrafadas, páginas enteras, que no se pueden describir como periodismo ni como entrevista ni como conversación. Son, simplemente, pensamientos en voz alta o monólogos en los que Marsalis expresa su concepción de la vida. lo que ve y lo que siente, lo que tiene entre manos y lo que proyecta y, sobre todo, en qué se inspira cuando escribe o cuando toca: 
«Una vez en Lincoln, Nebraska, pero para el caso podría haber sido cualquier otro sitio, tocamos You don’t know what love is, de nuestro repertorio habitual. Lo tocamos a menudo pero nunca del mismo modo. [...] Esa noche recuerdo que cuando tocamos You don’t know what love is yo pensaba en alguien que reía, un niño o una niña por la calle que oyes mientras estás sentado en el portal de tu casa al atardecer; o una mujer al teléfono a miles de millas de distancia, a la que haces feliz con algo que dices; o tus hijos jugando en la bañera. La risa. Pensaba en eso cuando llegamos al final de la canción y empecé a alargarme con unas cuartas, intervalos de cuartas: un minuto más o menos, no estaba contando. Después, fin.» .

Si en la portada aparece el nombre de Wynton Marsalis al lado del de Carl Vigeland es porque las impresiones del músico llenan tantas o más páginas que el trabajo del periodista.
También es un diario de toda la gente que aparece y desaparece día a día en la intermitencia de una vida llena de ciudades, conciertos, estudios de grabación, televisiones, pero sin contabilidades innecesarias. Es un diario de lo que pasa y de lo que permanece («Nunca dimos el mismo concierto dos veces. En realidad, “interpretar” no es realmente la palabra adecuada para describir lo que hacemos [...] Nunca sé qué pasará. En la vida pasa lo mismo») y una enciclopedia sobre sus esfuerzos. Queda constancia de sus continuos problemas para acabar a tiempo los encargos que le hacen, especialmente cuando se trata de componer para otros, su apretado calendario para grabar, actuar de aquí para allá con algún alto en algún instituto para dar una clase de música a los alumnos, sus vivencias en ese autobús que traslada al septeto y que siempre encuentra un lugar para parar donde hay una pista de baloncesto para que los chicos de la banda jueguen sus habituales partidillos. Los escenarios recorren todo Estados Unidos, Puerto Rico, Francia, España...

El septeto de esta gira proviene de un quinteto de los 80 que se convirtió en cuarteto cuando su hermano Brandford y el pianista Kenny Kirkland lo abandonaron para tocar con Sting. Marsalis nunca ha superado esta experiencia. Tras algunos cambios, quedó en septeto a finales de los 80, una formación que duraría casi quince años. Está formada por el trompetista y por Todd Williams (saxo), Wess Anderson (saxo alto), Wycliffe Gordon (trombón), Marcus Roberts (piano), Reginald Veal (bajo) y Herlin Riley (batería). Siete personajes memorables, humanos y cercanos, cada uno de ellos con tantos apodos que es imposible aprendérselos. Sus experiencias y opiniones terminan haciéndose familiares e imprescindibles.

El jazz en el agridulce blues de la vida está destinado a convertirse en uno de mis libros de cabecera. Después de haberlo terminado, es como si hubiera viajado con Wynton en ese autobús, estado entre bastidores con su banda y escuchado sus pensamientos mientras componía o improvisaba. No sólo es un documental fabuloso sobre Wynton Marsalis sino una experiencia viva que pienso repetir.

«¿Quieres saber lo que me enseñaron todos esos músicos de jazz con los que crecí? No hay ningún precio que pagar por la vida, excepto vivirla. Y, si alguien quiere hacerte pagar un precio por ello, que se joda. Deja que el filo azulado del amor te abra lo dulce y lo amargo y, cuando te toque el hueso y sientas aún que haces el amor como si el filo de la navaja te hubiera abierto el corazón por primera vez y encendido la sangre, deja tu alma en libertad y, cuando cada vez que toques sea así, entonces habrás encontrado el jazz en el agridulce blues de la vida.» (Wynton Marsalis)


JAZZ: LA HISTORIA

A Charo no le gusta el jazz. Me lo dijo una noche de noviembre en Trafalgar Square. Yo estaba pletórico: Londres se preparaba para las navidades, todo era color, una rubia con zapatos descubiertos comía un helado junto a nosotros a pesar del frío que hacía y un trío improvisaba jazz-fusión frente a un cine donde anunciaban El sexto sentido (en España aún no se había ni anunciado el estreno). Entonces me dijo aquello: que no entendía el jazz. Yo, en principio, lo entendí: el guitarrista había dejado de tocar y observaba con cara de haber fumado algo cómo el bajo y el batería improvisaban al compás. El bajista no era muy diestro y su solo se fue diluyendo en beneficio del batería, que tomó el tema por banda y nos regaló un solo que duró casi un cuarto de hora (de reloj) mientras los otros dos músicos desaparecían entre la multitud. Entendí eso, que no pudiera seguir el tema o que se aburriera de estar allí de pie esperando que aquel tío se cansara, pero hasta hoy no la había perdonado.

Hasta que me regaló por mi cumpleaños la historia del jazz contada por Ken Burns, y no se puede pedir más. ¿No es para perdonarle esto y más?

Kern Burns es un cineasta blanco de Brooklyn que comenzó pagándose su primer documental, una historia sobre cómo se construyó el puente de Brooklyn, y ha basado su carrera en esto, en estudiar la historia americana a través de series documentales como Baseball, La guerra civil o La historia del congreso. Dice interesarse por lo que fue y lo que pasó, todo en pasado, e investiga el jazz como "arqueología emocional", por lo que su historia del jazz termina en 1975, con el claro mensaje de que la historia evoluciona. Vamos, sin pillarse los dedos, aunque repasa todas las épocas, todos los estilos, todos los artistas, y todo ello con una cantidad de imágenes y documentos históricos increíbles (¡irrepetibles!) que hacen de estas doce horas de vídeo un placer incomparable.

Pero lo mejor es la presencia frente a la cámara de Wynton Marsalis, quien, trompeta en mano, pone ejemplos sonoros y esclarecedores a las explicaciones del documental sobre la esencia del jazz, sus giros musicales, sus claves. Estas entrevistas, y las de otros músicos, críticos y escritores, son altamente esclarecedoras incluso para apasionados profanos como yo, que no sé leer música.



En el lado gráfico, los vídeos son increíbles, y supongo que habrán supuesto años de investigación en filmotecas y televisiones. En ocasiones, las imágenes en movimiento son sustituidas por fotografías. La fotografía en el jazz debería ser un arte en sí, siempre lo he creído, y aquí "llenan" de una manera tan fabulosa el minutaje, que uno las echa de menos cuando vuelven a los vídeos.

Resumiendo, una obra de arte imprescindible.

Terminaré con algunas frases que justifican toda esta pasión. En la introducción al primer capítulo podemos oír cosas como éstas sobre el jazz:

"Es música americana, nacida entre millones de negocios americanos, entre tener y no tener, felicidad y tristeza, pueblo y ciudad, entre negros y blancos, hombres y mujeres, entre la vieja Africa y la vieja Europa. Esto sólo podía haber pasado en un mundo totalmente nuevo. Es arte improvisado que se hace sobre la marcha, como el país que le dio la vida, recompensa la expresión del individuo, pero exige colaboración desinteresada. Siempre cambia, pero casi siempre se arraiga al blues. Tiene una rica tradición y sus propias reglas, pero se define cada noche. Trata sobre ganarse la vida y correr grandes riesgos, de perderlo todo y de encontrar el amor [...] El batería de Art Blakey solía decir: El jazz se lleva el polvo de todos los días, pero sobre todo tiene ritmo."

Wynton Marsalis, trompetista: "La música de jazz celebra la vida, la vida humana en todos sus significados, su absurdo, su ignorancia, su grandeza, su inteligencia, su sexualidad, su profundidad; trata de la vida, sobre todo, trata de la vida".

Gary Giddins, crítico: "Es el indivualismo más duro, es salir al escenario y decir: No importa cómo lo hizo otro, así lo hago yo."

Albert Murray, escritor: "Cuando ves tocar a un músico de jazz, estás viendo a un pionero, a un explorador, a un experimentador, a un científico, estás viendo todas esas cosas porque es la creatividad en persona."

Y esto sólo en la introducción. El resto lo tendréis que ver vosotros... Yo ya tengo los vídeos.