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JUST ONE OF THOSE THINGS

Alan Broadbent via streaming

Que la tecnología llega a todas partes y al jazz en particular no es nuevo. La tecnología inmortalizó el jazz desde la primera grabación de la Original Dixieland Band, maduró en el estudio de Rudy van Gelder y hoy día mantiene viva la tradición gracias a Youtube y a los blogs que, como éste, nos permiten compartir la pasión por la música de manera instantánea. El neozelandés afincado en Nueva York Alan Broadbent, uno de los pianistas del bop con una carrera más longeva, sigue en activo de manera incansable. Con su nuevo Just One of Those Things (Edition Longplay, 2014) son ya tres los álbumes que nos han llegado en año y medio.

Esta semana, Broadbent protagoniza un singular evento tecnológico que no conocíamos en el jazz: el próximo sábado 4 de octubre a las 19:00 horas (horario de Europa Central) ofrecerá un concierto en vivo via streaming que podrá ser visto a través de la web StageIT.com (www.stageit.com/alanbroadbent), un concepto novedoso que, para algunos como nosotros que vivimos alejados de las capitales del jazz, supone un aliciente y probablemente una futura adicción. El sistema funciona comprando una entrada (el arte no es gratis y los músicos comen, como nos comentaba uno de ellos hace algunos días), eso sí: con un precio mucho más ajustado que en los locales habituales.

El nuevo disco de Broadbent está repleto de canciones de amor, standards que hacen fluir un componente sentimental que subyace bajo la imperecedera sonoridad bop del pianista, intemporal, inclasificable y, a la vez, compendio de tantas influencias... El swing está más contenido aquí que en otros de sus discos y ayuda a reforrar ese lado sentimental. Sólo en algunos temas más desatados como "Just One of Those Things" explota en forma de acelerada improvisación, acentúa la síncopa ("Autumn Leaves") o se nos ofrece con un sonido más blues, más negro y puro ("Django").

Grabado en junio de 2013 en Portland, al igual que su anterior álbum en solitario, Heart to Heart (Chilly Bin, 2013) y producido por Rainer Haarmann, antiguo director artístico de JazzBaltica, Just One of Those Things es un pequeño maratón emocional en el que el pianista marida sensibilidad, experiencia y versatilidad sobre las teclas, repasando ocho standards que pasa por su tamiz personal. Charlie Haden, con el que trabajó en su Quarter West, lo llamó "uno de los improvisadores más originales del jazz".

Pero Alan Broadbent es mucho más (ya hicimos un repaso de su biografía cuando lo descubrimos hace un par de álbumes): ha trabajado en su dilatada y fructífera carrera con multitud de músicos como líder y como sideman, desde Woody Herman hasta Diana Krall. Y ahora, en el mejor momento de su carrera, se apunta a las novedades tecnológicas para ofrecernos algo tan singular como un concierto en directo vía web. No es la única singularidad. El álbum, que sale al mercado hoy 1 de octubre, puede adquirirse también en formato LP en una edición limitada de 500 copias y en otra mucha más limitada de 4 únicas copias en un formato de LP especial que incluye dos cortes adicionales. Estas ediciones están disponibles únicamente en la web del productor Rainer Haarmann (www.editionlongplay.com).

Tobias Richtsteig, en las notas del disco, lo describe como "un solista con un brillante piano de cola conversando íntimamente y sin compromisos con el oyente atento."

 



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* Web del concierto via streaming: www.stageit.com/alanbroadbent

** Más info sobre AB y su gira: http://janmatthies.com/blog/en/?page_id=240

*** Fotografía de Yngve Froyen.

JAZZLIFE

La fotografía es jazz para los ojos

Chet Baker toca la trompeta en la barandilla de un barco. Stan Getz lo hace bajo el claroscuro de una bombilla en la entrada de artistas del Cosmo Alley de Hollywood. Will Shade presume de su bajo casero de una sola cuerda. Durante un ensayo, Woody Herman cierra los ojos al tocar. Anita O'Day fuma, pensativa. Art Pepper sube la empinada cuesta de Fargo Street como una metáfora de las dificultades que supone luchar contra las drogas. Misas gospel, desfiles en Nueva Orleáns, sesiones de hardbop en los clubs de Chicago... En ocasiones, el salto de Hecho a Arte en un fotografía consiste sólo en saber encontrar el modelo adecuado, ensayar el encuadre perfecto y obtener la historia que, desde otro punto de vista o desde otro encuadre, jamás se contaría. El valor de William Claxton consiste en saber extraer esas historias de las imágenes y hacerlo respetando y/o descubriendo la esencia del personaje.

Recorrer Estados Unidos a bordo de un Chevrolet debe ser una aventura difícilmente igualable; hacerlo en 1960, cuando estaban en su etapa más creativa músicos como Ornette Coleman, Miles Davis, Dave Brubeck... debió ser una aventura irrepetible, histórica y musicalmente hablando. El fotógrafo William Claxton empleó en esta aventura tres meses de 1960 acompañado por el musicólogo alemán Joachim E. Berendt, de quien partió la idea, cubriendo todo el panorama desde Harlem hasta Hollywood, pasando por Louisiana, Kansas City, Chicago, San Francisco... y fotografiando clubs, ensayos, brass bands, aficionados, músicos profesionales y músicos callejeros... Al libro de Claxton sólo le falta la foto de Fats Domino siendo rescatado del Katrina en una barca.

Mi capítulo favorito del libro por cuestiones sentimentales es Nueva Orleáns. Sus personajes tienen el carisma primigenio que dio vida al jazz. Las imágenes tienen un folklorismo muy alejado de la sofisticación de los jazzmen de Nueva York o de la Costa Oeste. Paradójicamente, cuando se disponían a hacer escala en Nueva Orleans, recibieron este consejo en Nueva York: “Ni os molestéis en ir a Nueva Orleans,. El jazz en Nueva Orleans está muerto”. Es cierto que el jazz de principios de siglo desapareció una vez que los barrios “malos” como Storyville, que mantenían la mayor parte de los locales con música en directo, fueron cerrados por cuestiones morales (se adujeron otras razones de salud pública). La mayoría de los músicos se trasladaron a Kansas City, a Nueva York y a Chicago, dando paso a otros estilos que revolucionarían el concepto de jazz, como el Kansas City y el swing.  

Y lo que Claxton y Berendt encontraron en la ciudad del Mississippi fue una música más moderna y sofisticada de lo que esperaban. Quizás porque los mismos músicos orleanos pensaban que el jazz (el hot jazz) estaba muerto, explica el libro, estaban creando una música más evolucionada, más moderna. También se encontraron con reminiscencias de la inacabable guerra dialéctica sobre quién “inventó” el jazz, encarnada en Nick La Rocca (The Original Dixieland “Jass” Band) en una nueva versión: fueron los blancos los inventores (!).



El libro posee la calidad de la fotografía de Claxton en 552 gloriosas páginas, incluyendo algunas fotografías en color que no se habían incluido anteriormente y un prólogo del fotógrafo, que se suma a los incisivos aunque escasos textos de Berendt, y se ha convertido en un tesoro que, nada más abrirlo, devuelve la fe en un arte que alcanzó su punto culminante en aquellos años.

Creo coincidir con muchos aficionados en que este es El Libro de Fotografías de Jazz. Por excelencia. Es algo emocional, un objeto de culto tanto para los aficionados a la fotografía como al jazz, un libro al que siempre vuelvo cuando escucho un disco de jazz que no me convence. Este libro me redime de muchas cosas. Es Arte. En palabras de Claxton, la fotografía es jazz para los ojos.

Lo edita Taschen, por supuesto.