Ingmar Bergman fija para Sven Nykvist
un encuadre de Liv Ullman (de espaldas Ingrid Thulin)
en el rodaje de Gritos y susurros.
(Fotografía de Bo-Erik Gyberg.)
Ya sabéis -o lo podéis imaginar- cuánto me gustan las fotos de rodaje, aunque las más de las veces digan poco (íntimo) y apenas documentan instantes de esa película que se cuece tras la película; o mejor, la
otra película donde se cuece la película. (Aunque debo confesar mi debilidad por cualquiera de ellas, algo que denota una forma de incurable fetichismo.) Algunas de esas fotos de rodaje tienen un aquel de humor (surreal), como las de Cocteau en el rodaje de
El testamento de Orfeo (obra de Lucien Clergue).
O aquella de Charlton Heston en
El planeta de los simios (una fotografía de Dennis Stock).
O las de Buñuel en
La Vía Láctea (que le debemos a Antonio Gálvez).
O esta imagen insólita -que tanto le gusta a Ángeles- de Orson Welles con Laurel y Hardy en la Fox, durante un descanso de los respectivos rodajes: aquel en
Jane Eyre y éstos en
Jitterbugs.
Desde luego quizá ningún rodaje ha sido tanto y tan suntuosamente fotografiado como
The Misfits (aquí
Vidas rebeldes) de John Huston, donde desembarcó la flor y nata de la agencia Magnum para embalsamar -cosas del destino- los últimos días tras la cámara de Clark Gable y Marilyn Monroe. En aquel rodaje se dispararon algunas de las más bellas fotografías de la actriz. Como ésta, obra de Inge Morath.
También me interesan -sobra decirlo- las películas sobre directores (o rodajes de películas), esas piezas que suelen ir a parar al cajón de sastre del "documental" -a falta de una etiqueta mejor-, desde luego hay muy pocas que lo merezcan, y corramos un tupido velo sobre -casi todos- los
making of, son contados los que tienen algún interés. Ya me referí alguna vez -entre esas piezas que sí merecen la pena- a
Corazones en tinieblas, sobre el rodaje de
Apocalyse now, o las que amojonan la serie
Cineastas de nuestro tiempo, sin olvidar los ensayos fílmicos de
Chris Marker:
Un día en la vida de Andrei Arsénevich, sobre el cine de Tarkovski,
El último bolchevique, sobre el cineasta soviético Alexandre Medvedkin, o
A. K., que rodó mientras el
sensei hacía lo propio con
Ran. Y para los que amamos el cine de Mizoguchi representa un verdadero regalo el documental de dos horas y media
Kenji Mizoguchi: la vida de un director de cine (1975) de Kaneto Shindo, el cineasta japonés que fuera ayudante del creador de
Los amantes crucificados en los años 30. (Quedará para otra ocasión comentar las ficciones sobre películas:
RKO 281, sobre
Ciudadano Kane;
La sombra del vampiro, sobre el
Nosferatu de Murnau;
Mis aventuras con Nanuk, el esquimal, sobre el filme de Flaherty... O sobre directores, alguna incluso muy buena como
Ed Wood de Tim Burton.)
Coppola durante el rodaje
de Apocalyse Now en 1976.
(Fotografía de Mary Ellen Mark)
Pero aun teniendo debilidad por cualquiera de esos materiales, me gustan sobre todo aquellas fotografías y documentales que preservan y (nos) ofrendan un cierto grado de intimidad (tras las cámaras) y revelan un modo de hacer (o sea, de ser) -una poética, si se quiere- del cineasta al que se acercan. En ese sentido, pocos cineastas se han dejado fotografiar y filmar (o grabar) con tanta fortuna -o han fotografiado y filmado con tan (admirado y amoroso) cuidado- como Bergman. En no pocas fotografías de rodaje de sus películas se palpa la intimidad de su trabajo con los actores -con las actrices-, ese cuerpo a cuerpo, ese
estar ahí, el compromiso radical del cineasta con -y aun devoción por- la carne viva del cine (como en estas imágenes de
Gritos y susurros, obra de
Bo-Erik Gyberg).
Bergman con Ingrid Thulin.
Con Harriet Andersson.
Con Harriet Andersson, Ingrid Thulin e Inga Gill.
Y entre todas las películas que se han rodado sobre la figura y la obra de Bergman debe enmarcarse como una pieza mayor
La isla de Bergman (2004) de Marie Nyreröd, una trilogía documental producida por la televisión sueca. (Una de las mejores películas de este género que se hayan hecho nunca.)
Una película de tres horas -
Bergman y el cine,
Bergman y el teatro,
Bergman y Farö-, que deviene un testamento del cineasta, o quizá mejor, su última confesión.
Algo así sólo es posible gracias a una íntima complicidad que Marie Nyreröd se mereció. Le costó más de cinco años conseguir que Bergman aceptara participar en el proyecto; primero con cartas, luego con llamadas telefónicas,
hasta que el invierno de 2002 empezamos a encontrarnos -cuenta Marie Nyreröd-
para almorzar todos los sábados a mediodía. Cuando llegó el momento del rodaje me conocía muy bien.
Bergman se convirtió en uno de sus amigos más cercanos -y viceversa- y hasta la muerte del cineasta hablaban por teléfono varias horas a la semana. (La única pena que le quedó a Mary Nyreröd fue no haber podido prolongar la parte de la trilogía dedicada al cine del maestro. Y la que nos queda a nosotros.)
Hace dos o tres años, una edición de
El séptimo sello venía acompañada por otra pieza valiosa sobre el cineasta,
Pero el cine es mi amante (2010) de Stig Björkman, un documental que germina en la voz de Liv Ullmann evocando la figura de Bergman, en una imagen que recuerda la última escena de
Saraband, la última -gran- película del maestro.
Escuchamos en
Pero el cine es mi amante confidencias significativas del cineasta:
La única cosa que me da miedo, muchísimo miedo, es que esa capacidad de dar vida a algo [un texto teatral, un guión]
, de hacerlo conmovedor, me sea arrebatada, que la pierda. Que, de pronto, ya no sepa cómo hacerlo. O que me quede sin tiempo. (Una confesión que puede servirnos de sonda para medir la hondura confesional con que Bergman se desnuda en la película de Marie Nyreröd.)
Bergman con Erland Josephson en el rodaje
de una de las últimas escenas de Saraband.
(Una imagen de Pero el cine es mi amante.)
O en otro momento habla de algún rasgo de su poética:
Me preparo a fondo en casa. Trabajo mucho la dirección escénica y hago bocetos para memorizar los planos. Pero, luego, con los actores y la cámara en el plató, les doy las primeras indicaciones y, de repente, el tono de voz, un gesto o una sugerencia de un actor me hacen cambiar de idea. (Un cineasta se prepara para cobijar lo inesperado.)
Bergman con Harriet Andersson, Liv Ullmann
y Erland Josephson en el rodaje de Gritos y susurros.
(Fotografía de Bo-Erik Gyberg.)
O a propósito de las
erupciones pedagógicas durante un rodaje:
Creo que forma parte del trabajo del director crear un buen ambiente de trabajo, generar la sensación de estar disfrutando de lo que hacemos. Pero también hay algo que se llama "erupciones pedagógicas". Hay que echar mano de ellas de vez en cuando; eso sí, tienen que estar bien dosificadas. Mis estallidos de ira están muy calculados. Son bombas estratégicas para cuando hacen falta. No todo va a ser miel sobre hojuelas.
Ingrid e Ingmar Bergman en el rodaje de Sonata de otoño.
(Una imagen de Pero el cine es mi amante.)
Pero quizá el momento más conmovedor surge durante el ensayo de una escena de
Sonata de otoño con Ingrid Bergman y Liv Ullmann. Ante las dudas de las actrices sobre el guión, el cineasta esclarece -desentraña- el texto con sus palabras, les
hace ver la escena desde dentro de los personajes y, a modo de remate, les suelta:
Los demonios están trazando círculos en el aire. (Más que una imagen, una iluminación.) Y ya no necesita decir nada más, es como si les hubiera puesto bajo los pies una alfombra mágica. Las mejores fotografías de rodaje y documentales sobre películas o cineastas nos meten dentro de ese espacio íntimo donde se fragua la obra viva que un día iluminó la pantalla. En el círculo de los demonios.