Porco Rosso

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martes, 20 de septiembre de 2011

CONAN, EL DESTRUCTOR de Richard Fleischer - 1984 - (“Conan, the Destroyer”)


La poderosa reina Taramis, después de mucho buscar por el mundo, logra encontrar al legendario bárbaro Conan, al que propone un pacto. El cimmerio ha de robar para ella un misterioso cuerno que se encuentra escondido en la fortaleza maldita de Toth Amon. Taramis, a cambio, le devolverá la vida a su amada Valeria, asesinada por Thulsa Doom. Conan parte al oscuro castillo acompañado de un grupo de grandes guerreros y de su compañero de andanzas Akiro, narrador de sus gestas. Pronto se percatan todos de que algo no funciona en el trato que han hecho con Taramis… Detrás del robo del cuerno hay un plan maligno; dicho cuerno tiene el poder de resucitar al malvado dios Dagoth, que según las leyendas puede destruir el mundo entero.


Aunque ahora es un gran clásico del cine de aventuras, “Conan, el Bárbaro” no gozó de todo el éxito del que en su momento se esperaba que gozara, aunque tampoco fuera un fracaso. Aun así, Arnold Schwarzenegger tenía un contrato para rodar la prevista secuela y volvió a interpretar al bárbaro de Robert E. Howard. John Milius fue sustituído tras la cámara, y por nada más y nada menos que por el gran Richard Fleischer. Este hecho alimentó unas expectativas que desgraciadamente no se cumplieron. Richard Fleischer, del que ya comenté la inolvidable “Los vikingos”, fue uno de los grandes directores todoterreno de la historia del cine, autor de obras imprescindibles como la mencionada “Los vikingos”, “20.000 leguas de viaje submarino”, “El príncipe y el mendigo”, “Barrabás”, “El extrangulador de Boston”, “El extrangulador de Rillington Place”, “Tora, Tora, Tora”, “Un viaje alucinante”… Fue uno de los mejores directores de cine de aventuras de todos los tiempos, aunque muchos se negaran a aceptarlo. Eso sí, “Conan, el Destructor” le pilló en horas bajas y en plena decadencia artística y hasta comercial, poco antes de abandonar, consecuentemente, su gloriosa carrera cinematográfica viendo que ya había hecho todo lo que tenía que hacer. La secuela de la primera de las aventuras cinematográficas del famoso bárbaro de Robert E. Howard es una de las películas fantásticas de acción más desastrosas, ridículas y nefastas de los años ochenta, además de una de las que peor han envejecido (y miren que hay para elegir…). No fue, de todas formas, toda la culpa de Fleischer. El guión del filme tal vez fuera el máximo culpable: ni Milius ni Stone estuvieron implicados en él, sino Stanley Mann, que hizo un trabajo despreciable. Basándose en retazos de las aventuras del héroe en los relatos y las viñetas, como se hizo en la primera parte, delineó una trama lineal, simplona y anodina hasta decir basta, predecible desde el primer momento, llena de diálogos de vergüenza y poblada de personajes mal desarrollados o directamente sin desarrollar.


Conan es gracias a esto mucho menos “profundo” y mucho menos carismático: Schwarzenegger no lo hace mal ni bien; dejémoslo en que “lo hace”, porque el personaje que interpreta da para muy poquito. El toque de antihéroe que tenía en “Conan, el Bárbaro” se ha perdido, así como los momentos en los que hacía gala de su humor bárbaro y brutal. Lucha por resucitar a su amada Valeria, fallecida en la primera parte, pero parece realmente que no le importa que siga muerta. Es indignante, pero no pasa de ser un bruto sin cerebro, un personaje plano como pocos, tan plano como cualquiera de los del grupo de aventureros que se le une: pueden resultar atractivos, pero no aportan casi nada a la trama. Además, el genial Subotai, el gran amigo inseparable del héroe, no aparece sin razón alguna en esta entrega, mientras que Akiro, el místico narrador de las gestas de Conan interpretado por Mako (ya lo hizo también en la primera parte) es ahora el típico secundario cómico irritante y sin gracia ninguna que dan ganas de matar a las primeras de cambio. Las escenas de acción tampoco ayudan: están construídas y rodadas de manera mediocre y aburren. Los efectos especiales cumplen con su cometido, aunque por momentos resultan realmente cutres, y el ambiente, con muchos elementos de la serie B, como el anterior, no está mal retratado pero tampoco destaca: mantiene el áura fantástica decadente con elementos eróticos propia de la saga, aunque la infantiliza bastante con respecto a la de la anterior cinta con decorados más suntuosos y menos oscuros. Básicamente “Conan, el Destructor” es un desastre de película, un terrible despropósito que, viniendo de un director como Fleischer, duele de verdad. De pena. No dio pie a una tercera entrega de la saga, que ha resucitado este 2011 con un horrendo remake que iguala a este bodrio en todos los aspectos.

viernes, 22 de julio de 2011

LOS VIKINGOS de Richard Fleischer - 1958 - ("The Vikings")


Siglo IV. Los vikingos siembran el terror y la muerte en todo el norte de Europa. Uno de ellos, el valiente y brutal Einar, hijo del gran y también brutal Rey Ragnar, está enamorado de la princesa Morgana, del próspero y avanzado reino de Inglaterra, reino que su pueblo quiere conquistar y someter. Mientras, otro de ellos, Eric, valiente guerrero pero por desgracia perteneciente a la marginada casta esclava, también está enamorado de la princesa, y piensa enfrentarse por ella a los propios vikingos y a Einar, su más odiado enemigo. Sin embargo, Einar y Eric tienen un pasado en común que ambos desconocen... Son hermanos. La gran guerra entre vikingos e ingleses ha comenzado, y va a ser larga y cruel como pocas.


Acusado injustísimamente de simple artesano impersonal integrado en la industria por muchos, el norteamericano Richard Fleischer es un director demasiado a menudo muy olvidado (muy injustamente olvidado) que, creador todoterreno como pocos (uno de los más grandes de la historia y también uno de los más versátiles), dirigió algunas de las más grandes películas clásicas de todos los géneros con un estilo ágil, preciso y rico en detalles y marcado por los dramas personales de sus personajes, interpretados por grandes actores y actrices a los que siempre supo sacar un provecho sin par. Educado en el mundo del cine, pues era hijo de Max Fleischer, animador y creador de la mítica Betty Boop y de Kokó el Payaso y adaptador para el cine de Popeye y del primer Superman animado, brilló Richard con luz propia en la comedia con "Así es Nueva York", "The Happy Time" o "Doctor Dolittle", en el documental con "Design for Death", en el género negro con "Asalto al coche blindado", "The Narrow Magin", "Impulso criminal", "El estrangulador de Boston" o "El estrangulador de Rillington Place", en el bíblico/histórico con "Barrabás", en el western con "Bandido" o "Duelo en el barro", en el cine político con la controvertidísima "Ché!", en la ciencia ficción con "Cuando el destino nos alcance", en el drama con "Sábado trágico" o "La muchacha del trapecio rojo", en el bélico con "Los diablos del pacífico" o "Tora, Tora, Tora" y sobre todo en el género de la acción y de las aventuras con "20.000 leguas de viaje submarino", "Los vikingos" o "Un viaje alucinante". Se retiró del cine a mediados de los años ochenta, tras experimentar su carrera un notable bajón artístico tal vez debido a su acomodamiento o a su cansancio laboral con títulos mediocres como "Conan, el Destructor", "El Guerrero Rojo" o "Pasta gansa". Murió a los 89 años y, a pesar de las irregularidades de sus últimos tiempos, dejó una carrera para el recuerdo y una de las más variadas del Hollywood clásico, una carrera que hay que reivindicar y revalorizar sin cesar.


"Los vikingos" es una de las mejores películas de aventuras del cine clásico de la historia, una odisea de la talla de otras injustamente más famosas como "Ben-Hur", "Espartaco", "Los Diez Mandamientos" o "El Cid", una soberbia muestra de cine espectáculo, de precisión narrativa y estilística, de manejo de la acción, de recreación de una ambientación histórica (que incluyó la construcción real de los barcos vikingos), de magistral fotografía de Jack Cardiff y banda sonora de Mario Nascimbene y de aprovechamiento de un esplendoroso reparto en total estado de gracia (Kirk Douglas, Tony Curtis, Janet Leigh, Ernest Borgnine... todos inolvidables). Mítica, sentida, cruda y violentísima (ciertamente lo es para la época, e incluso se acerca en fisicalidad y brutalidad -y hasta en sadismo, si no recuerden la pérdida del ojo o del brazo o el pozo de los perros- al posterior cine de la violencia de autores como Sam Peckinpah o Arthur Penn) "Los vikingos" narra la tragedia de dos hombres enfrentados con un pasado común que ninguno conoce y de la lucha salvaje de dos culturas en un ambiente de constantes hostilidades que termina derivando, tras dejar incluso a un lado los amores y los patriotismos, en una lucha de puro odio entre hermanos destinados a futuros gloriosos y a la vez terribles. Inolvidables son las grandes escenas de batallas de "Los vikingos" (y el desenlace en el castillo colgante es verdaderamente apoteósico), sus muchedumbres coordinadas a la perfección, su ritmo endiablado, su romanticismo que no esquiva la fidelidad histórica, sus diálogos magníficos. Sin ninguna duda, es esta una de las mejores películas de aventuras de todos los tiempos. Ojalá actualmente se hicieran películas de entretenimiento de esta manera tan seria, digna y adulta.