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jueves, 14 de noviembre de 2013
Sax Maniac
"Era punk funk free jazz. Punk porque una actuación de James era una confrontación. (…) Funk porque ésa era la matriz rítmica. (…) Free jazz porque James era un gran intérprete. (…) tan original como Ornette Coleman pero mucho más divertido." Así habla Glenn O'Brien de la música de James White (o James Chance) en las notas de la reedición de Munster de Sax Maniac, adjudicado a James White and The Blacks y originalmente publicado en 1982 por Animal Records. Artista asociado a la no wave neoyorquina, White se encuentra por aquel entonces en un momento creativo álgido, y queda reflejado en un álbum tan espléndido como iconoclasta que se ajusta a la descripción hecha por O'Brien: estructuras poderosamente funkies ancladas por la base rítmica; improvisaciones cercanas al free del saxo alto de Chance; su voz sucia que a veces llega al alarido; injertos atonales de farfisa y piano eléctrico; coros, vientos y guitarras marcianos pero muy sonoros… Todo esto y más lo podemos hallar durante la escucha de los siete temas del elepé (seis propios y una versión de That Old Black Magic), en los que se observa la obsesión de White (o Chance) por huir de las etiquetas, de la vulgaridad. "James estuvo siempre motivado por el odio. Odio a la estupidez, a la plasticidad, a lo banal. Odio al cliché, a lo insípido, a lo no original. De ahí venía su energía. Convertía la discusión en celebración, la arrogancia en elegancia, la venganza en ritmo", añade O'Brien en la funda del vinilo. Es por ello que los surcos de Sax Maniac pueden hacernos pensar en James Brown, George Clinton, Albert Ayler, Archie Sheep o Sun Ra (lo del punk es más espiritual), pero solo pertenecen a White y sus magníficos acompañantes, The Blacks, y —lo más importante— se encuadran perfectamente, a pesar de ser tan genuinos, en el momento en que sus sonidos fueron concebidos; es decir, no desentonan junto a los que Prince, Psychedelic Furs, New Order, David Bowie, Talking Heads o King Crimson, verbigracia, practicaban a la sazón.
Una nota final: el disco está dedicado a Anya Philips (compañera del alma de James White, de nuevo según O'Brien), joven diseñadora y agitadora cultural, hasta donde yo pueda saber, fallecida de un cáncer en junio de 1981 con menos de treinta años. Qué mejor manera de arrostrar el dolor de su muerte y recordarla en vida que este fantástico trabajo de James White and The Blacks. Anya se hubiera sentido orgullosa.
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