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lunes, 4 de mayo de 2020

He visto cosas que vosotros no creeríais…


El caso de Ridley Scott es digno de estudio. El prestigio ligado a sus tres primeras películas ha ido decreciendo desde entonces, siguiendo el camino inverso de desarrollo y mejora que, gracias a Los duelistas (1977), Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982), había hecho de él uno de los grandes directores de su época, comparable a Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Stanley Kubrick, Víctor Erice o Andréi Tarkovski. El posterior creador de Black Rain (1989), Thelma & Louise (1991) o Gladiator (2000), por no citar otras peores, es una sombra de lo que fue, no un autor distinto, sino uno que convierte sus virtudes en defectos y la belleza y la poesía de sus imágenes en fachada chillona para historias vacuas.


Basada en la muy notable novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, casualmente muerto poco antes del estreno, Blade Runner es uno de esos casos en los que la adaptación cinematográfica supera al original literario —no siempre el libro es mejor—, dotando Scott y sus colaboradores de una atmósfera y un tempo al film que hacen de él una obra maestra y única. La puesta en escena de aquél, la fotografía de Jordan Cronenweth, la música de Vangelis, el diseño de producción de Lawrence G. Paull y la dirección artística de David Snyder trabajan en una misma dirección que, partiendo del guion de Hampton Fancher y David Webb Peoples, utiliza diversos referentes cinematográficos, arquitectónicos y pictóricos (Fritz Lang, Edward Hopper y Frank Lloyd Wrigth entre ellos) para crear un fascinante universo distópico. Sin seguir al pie de la letra el texto de Dick, el largometraje casa cine negro y ciencia ficción pintando un futuro hostil y oscuro (metafórica y literalmente) que tiñe de fatalismo sus fotogramas. Los semblantes de los actores (Harrison Ford, Sean Young, Rutger Hauer, Daryl Hannah, Edward James Olmos, etc.) se alían con la idea de Scott y sus miradas cargan con la pesadumbre inclemente que rodea sus actos y se infiltra en su psique.


El montaje del director aparecido diez años después de su estreno (habrá otras versiones con cambios de menor enjundia) eliminará la voz en off de Ford y el final feliz que la productora había impuesto y añadirá unos planos de un unicornio en un bosque que, oníricos o no, se vinculan a las figuritas de papel que hace el personaje de Olmos y acrecientan la sospecha de que el de Ford sea un replicante, creaciones genéticas similares a seres humanos que él mismo se encarga de eliminar o retirar. Cambios que matizan y mejoran Blade Runner, si bien no alteran la esencia del montaje original ni disminuyen el culto que reciben su lírica parsimonia, su hipnótico desarrollo, su vestimenta posmoderna y su desesperanza crónica. Como dice el replicante que encarna Hauer: "He visto cosas que vosotros no creeríais…".