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viernes, 22 de mayo de 2020

Lily King / Xambun III




Lily King
XAMBUN III




19

    15/3 (15 de marzo) Las fiestas para celebrar el regreso de Xambun no parecen tener fin. Cada mañana pienso que seguramente habrán pescado todos los peces que había que pescar y cazado todas las aves de gran calibre y los cerdos salvajes que había que cazar, que sin duda habrán agotado sus fuerzas, si no ya sus provisiones de alimentos. Y cada noche pienso que sin duda al día siguiente todo volverá a la normalidad, que las mujeres saldrán al lago al alba, que volverán mis visitas de la mañana, que los comerciantes irán al mercado, pero eso no acaba de ocurrir. Duermen todo el día porque se han pasado despiertos toda la noche. Justo antes del anochecer los tambores vuelven a sonar y las hogueras se encienden y arranca una nueva noche de comida, de bebida, de bailes, de gritos, de cantos y de llantos.

Lily King / Xambun II




Lily King
XAMBUN II




18

    La cuarta noche de fiestas por el regreso de Xambun, Fen volvió a casa desnudo y embadurnado con un aceite que olía a queso rancio, afirmando que había bailado con Jesús, con su tatarabuela y con Billy Cadwallader.
    Nell estaba frente a la máquina, escribiéndole una carta a Helen.
    —¿Quién es Billy Cadwallader? —preguntó.
    —¿Lo ves? Por eso sé que es de verdad. No podría haberme inventado un nombre así. No era más que un niño.
    Miraba por la puerta hacia el exterior, como si esos compañeros de baile pudieran haberlo seguido a casa. Tenía el cabello lleno de cuentas de arcilla pintadas y la ceniza de las hogueras se le había pegado al aceite de la piel. Abrió bien las piernas para mantenerse en pie, pero aun así se tambaleaba. Era puro hueso y músculo, como un nativo. Él nunca habría rechazado un alucinógeno; habría bebido, comido, esnifado o fumado lo que le hubieran ofrecido.

Lily King / Xambun I



Lily King
XAMBUN I




17

    Se despertaron con un grito prolongado, seguido por muchos otros gritos confusos. Nell no tenía ni idea de qué hora era. El cielo estaba negro, no había ni una pizca de luz.
    En situaciones de crisis Fen se volvía aún más rápido... y felino. Desapareció de un salto por la escalera. Ella se apresuró para seguirlo. El alboroto procedía del camino de las mujeres. Fen dijo algo, pero no lo oía bien.
    Cuando doblaron la esquina, era como se temía: una masa de cuerpos gritando. Pararon a unos seis metros del borde exterior de la multitud, que miraba hacia el interior de la aglomeración, hacia la casa de Malun. En la oscuridad consiguió distinguir la larga espalda de Sanjo, los gruesos brazos de Yorba y la cabecita de Amun, pero sólo por un instante. Todos se movían, se agitaban y gritaban tan fuerte que le afectaba a la visión. Muchos se habían arrancado los collares, los brazaletes, los cinturones y las bandas de los brazos, e incluso las cintas del pelo, y los tiraban al suelo, abrazándose, llorando y gritando mientras se apretaban hacia el centro, hacia lo que fuera que estuviera sucediendo en el interior de aquella densa masa de cuerpos.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Lily King / Fiebre III




Lily King
FIEBRE III




13

    El tiempo se estiraba como un pelo agarrado por ambos extremos, más próximo a romperse a cada segundo. Tenso. Más tenso. Más tenso aún. Todo estaba de color naranja. Mis dedos jugaban con el fleco de una almohada en la cama de mi abuela. Una almohada naranja. Inglaterra. Yo era un niño pequeño. Un niño pequeño con una pequeña erección. Si no me la apretaba levantaba la sábana como una tienda de campaña. Un insecto parecido a una babosa del tamaño de un automóvil de juguete me pasó por encima, dejándome marcadas unas rodadas húmedas de neumático. Hacía calor, luego frío, luego calor. Unos rostros enormes de color naranja se inclinaban sobre mí y desaparecían con un temblor. No siempre podía tocarlos. Los ojos me lagrimaban. El pene me dolía cada vez más. Me giré y se deslizó en el interior de un ñame helado, duro y frío, y me dormí o me sumí en otro sueño. Soñé con mi cubo, tras la casa de Dottie: de madera, manchado de moho verde, con un asa de alambre que se te clavaba en la piel cuando pesaba mucho. Soñé que me faltaban dedos en las manos. Alguien se asomaba a mirarme, personas que sabía que debía reconocer, pero no los reconocía. Los globos oculares me pesaban un quintal cada uno. Cuando cerré los ojos vi las espirales de una oreja, una oreja gigante, y tuve que hacer un esfuerzo para abrir los párpados de nuevo y hacerla desaparecer.

Lily King / Fiebre II






Lily King
FIEBRE II




12

    21/2 (21 de febrero) Bankson volvió y luego se desplomó, como muerto, en el camino de las mujeres. Ahora está tendido en nuestra cama, con fiebre. Lo vamos mojando con agua y le damos aire con hojas de palma hasta que nos duelen las articulaciones. Tiembla, tirita y a veces tira el abanico al otro extremo de la habitación. No encuentro el termómetro por ninguna parte, pero creo que tiene mucha fiebre —o quizá lo parezca por su piel de inglés—. Sin la camisa, se le ve enrojecido pero con la piel de gallina. Sus pezones son como los de un niño después de un baño frío: dos bolitas minúsculas y duras en su largo torso. Duerme y duerme, y cuando abre los ojos parece que está perfectamente consciente, pero no lo está. Habla en kiona y a veces frases cortas en francés con un acento bastante bueno. Fen refunfuña lamentándose de que Bankson nos ha evitado todas estas semanas para luego presentarse aquí enfermo, diciendo que no quería importunar, pero el caso es que ahora lo tenemos en nuestra cama, delirando. Yo veo que sus quejas esconden preocupación. Sus palabras hirientes, sus gestos agresivos... son todo preocupación, no rabia. La enfermedad le asusta. Al fin y al cabo así es como murió su madre. Ahora veo que todas las veces que ha rondado alrededor de mi cama riñéndome, apremiándome para que me levantara, era miedo, no enfado. No cree realmente que yo sea tan débil. Simplemente le aterra que me muera. Yo le digo que la fiebre de B. desaparecerá en un día o dos y él me hace un repaso de toda la gente, blancos y nativos, que hemos conocido o de los que hemos oído hablar, que han muerto de un acceso de malaria. Ahora mismo está fuera de casa; le he enviado con Bani a buscar agua. Es difícil hacer que B. beba. Parece darle miedo la taza. La aparta a manotazos como el ventilador. Sé que tiene un poco de miedo a su madre, así que hace unos minutos le he levantado la cabeza y le he dicho en mi mejor tono de arpía británica: «Andrew, te habla tu madre. Vas a beberte esta agua», le he colocado la taza entre los labios y ha bebido.

Lily King / Fiebre I




Lily King
FIEBRE I




11

    Siete semanas. Esperé siete semanas completas y ya no pude esperar más. Subí a la canoa antes del amanecer y di gas a fondo, abriéndome paso por entre las negras nubes de mosquitos y algún cocodrilo que otro flotando como un tronco. El cielo estaba de un color verde pálido, como la pulpa de un pepino. El sol salió de pronto, derrochando luz. Empezó a hacer calor enseguida. Estaba acostumbrado al calor, pero aquella mañana, incluso con la velocidad de la canoa, me pilló por sorpresa. A medio camino empecé a ver brillos y se me oscureció la visión, y tuve que parar un rato.
    Sabía que los tam habían sido un éxito sólo con el recibimiento que me dispensaron. Las mujeres que estaban en medio del lago con sus canoas me saludaron con voces que oí pese al ruido del motor, y unos cuantos hombres y niños se acercaron a la playa y me saludaron con los ostentosos gestos típicos de los tam. Era un cambio notable con respecto a la contenida bienvenida de la que habíamos sido objeto seis semanas antes. Apagué el motor y acudieron varios hombres que tiraron de la barca hasta la orilla y, sin necesidad de decir una palabra, dos jovencitos de trasero respingón con una especie de bayas rojas enredadas entre el cabello rizado me llevaron por una cuesta y me hicieron luego bajar un camino, dejando atrás una casa de los espíritus con un enorme rostro tallado en la entrada: un tipo delgado e iracundo con tres huesos gruesos atravesándole la nariz y una gran boca abierta con numerosos dientes afilados y una cabeza de serpiente en lugar de lengua. Era una imagen mucho más elaborada que las rudimentarias representaciones de los kiona, con líneas más limpias y colores —rojo, negro, verde y blanco— mucho más vivos y brillantes, como si la pintura aún estuviera húmeda. Pasamos por delante de varias de estas casas de ceremonias; los hombres que había en la puerta les decían algo a mis guías y ellos respondían. Me llevaron en una dirección y luego, como si no fuera a darme cuenta, me hicieron dar la vuelta para ir en dirección opuesta, por delante de las mismas casas, hasta que el lago quedó de nuevo a la vista. Cuando empezaba a pensar que su plan era el de pasearme por el poblado todo el día, doblaron una esquina y se pararon frente a una gran casa de reciente construcción con una especie de porche delante y cortinas de tela azul y blanca en las ventanas y en la entrada. Al ver aquella especie de tetería inglesa rodeada de hierba alta en medio de la jungla no pude reprimir una carcajada. Unos cuantos cerdos escarbaban en el suelo alrededor de la escalera.

martes, 19 de mayo de 2020

Lily King / Euforia VI


Gregory Bateson (Bankson), Margaret Mead (Nell) y Reo Fortune (Fen)


Lily King
EUFORIA




6

Una mosquitera no ofrece ninguna intimidad. A la mañana siguiente Fen y yo estábamos sentados a mi mesa con un mapa del río que habíamos trazado juntos. Nell, aún en la cama, se giró y se sentó lentamente. Apoyó la mejilla sobre una rodilla y se quedó inmóvil un buen rato.
    —Creo que hoy está peor —comenté.
    La fiebre de la malaria atacaba con fuerza, con un dolor de cabeza que era como si alguien te hubiera dado un hachazo en la nuca.
    —Nellie. Arriba y por ellos —dijo él sin girarse—. Tenemos tribus que visitar. El truco es ir por delante —añadió, dirigiéndose a mí—. Si dejas de moverte, estás acabado.
    —Por mi experiencia, la fiebre no siempre te da esa opción —le contesté.

Lily King / Euforia V


Gregory Bateson y Margaret Mead



Lily King
EUFORIA




5


    Mi poblado en Nengai se encontraba a cuarenta millas de Angoram, río arriba. Eso a vuelo de pájaro, pero el Sepik, el río más largo de Nueva Guinea, es extraordinariamente sinuoso, el Amazonas del Pacífico Sur, y serpentea tanto que, tal como supe una década más tarde en circunstancias muy diferentes, ha creado más de quince mil brazos muertos, lugares donde los meandros eran tan cerrados que se separaron del curso del río. Pero cuando viajas de noche en una canoa tallada, aunque lleve motor, no eres consciente de lo poco que se avanza con el zigzag de la ruta. Simplemente notas que el río se curva hacia un lado y luego hacia el otro. Te acabas acostumbrando a los bichos en los ojos y en la boca, a las siluetas rugosas y brillantes de los cocodrilos asomando en el agua, y al revoloteo y el trajín de miles de animales nocturnos poniéndose las botas mientras sus depredadores duermen. No sientes las veinte millas innecesarias que recorres de más. Si acaso, se te hace corto.

Lily King / Euforia IV


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Lily King
EUFORIA




4
  
    Me criaron en el respeto a la ciencia como otros crecen en el respeto a Dios, a los dioses o a los cocodrilos.


    
    Si nos situáramos en Nueva Guinea y apuntáramos con un arco hacia arriba para atravesar el globo, quizá la flecha apareciera por el otro lado en el pueblo de Grantchester, a las afueras de Cambridge, en Inglaterra. Hemsley House, la casa en la que me crie, había sido propiedad de los científicos Bankson durante tres generaciones, y cada mesa, cada cajón y cada armario estaban llenos de material científico: catalejos, tubos de ensayo, balanzas a dedo, lupas de bolsillo, brújulas y un telescopio de latón, cajas de diapositivas y alfileres para coleccionar insectos, geodas, fósiles, huesos, dientes, madera petrificada, escarabajos y mariposas enmarcados, y miles de carcasas de insectos sueltas que se convertían en polvo al contacto de los dedos.

lunes, 18 de mayo de 2020

Lily King / Euforia III





Lily King
EUFORIA

3



    -Bankson. ¡Dios mío! ¡Qué alegría verte, hombre!
    Recordaba a Schuyler Fenwick como un capullo estirado y picajoso que me tenía cierta manía, pero cuando le tendí la mano, la apartó y me rodeó con sus brazos. Yo le devolví el abrazo y aquella exhibición de afecto provocó las risas de los kiaps achispados que teníamos cerca. La garganta me ardía con la emoción inesperada del momento, y antes de que tuviera tiempo de recuperarme me presentó a su mujer.
    —Es Bankson —dijo como si no hablaran de otra cosa día y noche.
    —Nell Stone —dijo ella.

Lily King / Euforia II



Lily King
EUFORIA

2

   
 Tres días antes había ido al río, decidido a ahogarme.
 


    «¿En serio, Andy?» La pregunta me recorría el cuerpo a intervalos regulares, a veces en mi propia voz, otras en la de alguno de mis hermanos: en la de Martin, reflejando el sarcasmo de la situación; en la de John, más preocupada pero aun así con ese tono de quien levanta una ceja. Sentía el aire suave mientras atravesaba la vegetación más allá de mi pueblo, al noroeste, en dirección a un tramo del río sin gente. Unos pasos más cerca de Londres, sólo unos pasos. Hola, mamá; adiós, mamá. Te quería, sí que te quería, antes de que me echaras del hemisferio sangriento. No estaba seguro de estar absorbiendo oxígeno. No me sentía la lengua. «¿ No puede sentir la lengua o qué?», oía decir a Martin, dirigiéndose a John con la voz de nuestra vieja cocinera Mary. John se reía tanto que era incapaz de responder. Las piedras golpeteaban sonoramente contra mis muslos, de un modo ridículo. Ahora mis hermanos se reían de la chaqueta de lino, la de nuestro padre, la que tenía la mancha de huevo que Martin recordaría en aquel momento. A Andy le dio un ataque cuando le llamé la atención educadamente sobre la mancha. Seguí abriéndome paso por entre la espesa vegetación, con mis hermanos imitándome, riéndose de mí a mis espaldas, John diciéndole a Martin que dejara de hacerle reír o se mearía encima. Llegué al lugar donde aquel niño teket había sido mordido por una víbora de la muerte. Murió enseguida; el aparato respiratorio se cierra por completo. «Hay gente con suerte, ¿eh?», dijo Martin. Es curioso cómo te olvidas del dolor cuando estás decidido. La sensación que se me había pegado como la cera durante tanto tiempo había desaparecido y me sentía extrañamente eufórico, había recuperado el buen humor y tenía a mis hermanos más cerca de lo que los había sentido en años; casi como si fueran a hablar de verdad otra vez. A lo mejor todos los suicidios acaban siendo acontecimientos felices. A lo mejor es que en ese momento uno encuentra el sentido de todo esto: que una vez se ha nacido, no es otro que el de morir. Eso es lo único para lo que todos y cada uno de nosotros estamos programados, el destino al que nos dirigimos y que no podemos esquivar indefinidamente. Incluso mi padre, ya muerto también él, tendría que reconocerlo. ¿Era así como se sentía Martin cuando se dirigía a paso de marcha a Piccadilly? Así es como siempre me lo había imaginado, no caminando ni corriendo, sino a paso de marcha, marchando como John marchó a la guerra que se lo comió. Y luego la pistola, de su bolsillo a su oreja. No a su sien, sino a su oreja; eso lo habían dejado claro, por algún motivo. Como si hubiera querido dejar de oír, no dejar de vivir. ¿Habría tocado la piel el metal? ¿Se habría parado a sentir el frío o lo habría hecho todo en un instante, en un gesto fluido? ¿Se habría reído? En ese momento sólo me lo imaginaba riendo. Martin no se había tomado nada especialmente en serio. Desde luego no se tomaría en serio la imagen de un joven en Piccadilly con una pistola en la oreja. Eso es lo que me preocupó tanto cuando me enteré, cuando el director entró a buscarme a la clase de francés. ¿Por qué se había tomado tan en serio eso Martin? ¿No podía haberse tomado en serio alguna otra cosa? Sentí que volvía a abrirse ante mí el abismo, una especie de ahogamiento mental. El viejo Prall de la oficina se enteraría, y se sentiría como yo aquel día en el despacho del director, contemplando un helecho en el alféizar y poniendo en duda que Martin lo hubiera hecho en serio. Prall no sabría muy bien si reírse o llorar. «El jodido de Bankson se ha metido en ese río y se ha ahogado», diría, balbuciendo, a Maxley o a Henin en el pasillo. Y entonces alguien se reiría. ¿Cómo no iban a hacerlo? Pero yo no iba a volver a sentarme solo en aquella habitación con mosquiteras otra vez. Si no giraba hacia el río (que ya avistaba entre las carnosas hojas verdes grandes como platos) tendría que seguir caminando. Con el tiempo llegaría al poblado de los pabei. Nunca había visto uno. A la mitad los habían metido en calabozos porque se negaban a acatar las nuevas leyes.

Lily King / Euforia I


Lily King
EUFORIA




1

    Cuando dejaban a los mumbanyo les arrojaron algo que cabeceó sobre el agua a pocos metros de la popa. Algo de color pardo.
    —Otro bebé muerto —dijo Fen.
    Ya le había roto las gafas, así que ella no pudo saber si estaba bromeando.
    Ante ellos se extendía un claro luminoso en la curva de tierra verde por donde pasaría la canoa. Nell se concentró en aquello y no volvió a mirar atrás. Los pocos mumbanyo que había en la playa estaban cantando y tocando el gong de la muerte en su honor, pero no se giró a mirarlos por última vez. De vez en cuando, los cuatro remeros (todos de pie, dando voces a su gente o a los que iban en las otras canoas) bogaban simultáneamente y Nell sentía una tenue ráfaga de aire contra la piel húmeda. Las llagas le escocían y se le tensaban, como si tuvieran prisa por sanar con el aire seco. La brisa llegaba y paraba, llegaba y paraba. Notó el desfase entre el momento en que percibía el contacto con el aire y el instante en que lo reconocía, y supo que la fiebre estaba volviendo a hacer acto de presencia. Los remeros pararon un momento para acuchillar una tortuga cuello de serpiente y subirla al bote aún retorciéndose. A sus espaldas, Fen murmuró un canto fúnebre por la pobre tortuga, tan bajito que sólo ella podía oírlo.

domingo, 17 de mayo de 2020

A solas con Lily King



Lily King
A SOLAS CON Lily King

Cristina Pernas
24 de febrero de 2016

Yo no la he leído Euforia, la he devorado. Lo que la escritora Lily King ha conseguido en este libro que os presento es novelar un episodio de la vida de la antropóloga Margaret Mead, y reconstruirlo dejando volar su imaginación para adentrándonos en un relato increíble. Margaret Meadbrillante y bastante atípica para su época, fue una antropóloga polémica, célebre por sus estudios sobre la sexualidad en los adolescentes polinesios, por su bisexualidad declarada y por su rigor científico.

Euforia, de Lily King / Lucha de egos en el interior de la jungla

Gregory Bateson, Margaret Mead y Reo Fortune en 1933

Euforia, 

de Kily King

LUCHA DE EGOS EN EL INTERIOR DE LA JUNGLA

Raquel C. Pico
1 de marzo de 2016

Hace unos años, la escritora Lily King fue arrastrada por una de sus amigas a una librería de viejo que estaba a punto de cerrar. Su amiga le obligó a comprarse algo y la escritora se compró una biografía de Margaret Mead, la antropóloga, que leyó con entusiasmo y donde descubrió algo que le hizo pensar ‘aquí hay una novela’. Cuando estaba casada con su segundo marido, el antropólogo Reo Fortune, coincidió en lo que ahora es Papúa Nueva Guinea con Gregory Bateson. Bateson era el tercer hijo de un brillante genetista y el único superviviente (el mayor había muerto en la I Guerra Mundial y el segundo se había suicidado) y toda la presión familiar por hacer algo grande en el campo de la ciencia se había concentrado en él. En los años 30 era un antropólogo que vivía con una tribu en Nueva Guinea. La relación fue más allá del ser colegas científicos y se convirtió en un triángulo amoroso y los tres antropólogos vivieron apasionadamente mientras observaban a las tribus y sufrían brotes de malaria. Mead acabará dejando a Fortune por Bateson.

Lily King / Euforia

In the Nevernever: Euforia, de Lily King

Euforia

Lily King
Una novela inteligente y seductora sobre los egos y deseos de un trío de antropólogos en la exótica jungla de Nueva Guinea de los años treinta. Un best seller de calidad sobre la pasión, la posesión y el desamor, sobre lo que significa ser humano.
Euforia es la emocionante historia de un triángulo amoroso en uno de los paisajes más exóticos del mundo, y también es un relato extraordinario sobre los orígenes de la antropología como disciplina de investigación.

sábado, 16 de mayo de 2020

Triángulo de amor / La vida novelada de la antropóloga Margaret Mead


Margaret Mead — Groundbreaking Girls
Margaret Mead

Triángulo de amor científico: la vida novelada de la antropóloga Margaret Mead

Euphoria describe con certeza y visión el viaje que hizo la famosa investigadora norteamericana en 1933 a Nueva Guinea. Allí se llevó a su segundo marido y se encontró con el que pronto sería el tercero. Todo lo demás es historia de la antropología.


Marta Pereirano
3 de abril de 2016



Margaret Mead y sus amigas de Samoa
Para disfrutar Euforia no hace falta conocer a la antropóloga Margaret Mead, ni al psicólogo neozelandés Reo Fortune, ni al biólogo británico Gregory Bateson. La cuarta novela de Lily King se sostiene sin la ayuda del famoso triángulo que la inspiró. Pero merece la pena entrar con algo de contexto, porque hace casi un siglo que despierta una gran fascinación. Y es una buena iniciación a la historia temprana de la antropología; está basado en un episodio de la biografía que Jane Howard escribió sobre Margaret Mead en 1984.