Manuel Crespo
21 de junio de 2022
Maestro y discípulo: ¿quién de los dos necesita más al otro? ¿Quién elige a quién? ¿Hasta cuándo se es discípulo, y desde cuándo maestro? La primera mitad de Kokoro —algo así como “corazón” en japonés, título que los traductores españoles de la novela decidieron conservar— da respuestas oblicuas a esas tres preguntas. La información que provee la anécdota es escasa: un estudiante conoce a un hombre maduro en una playa de Kamakura y por motivos no explicitados se fascina con él. Lo llama Sensei a la primera ocasión, lo frecuenta en su casa de Tokio, lo acompaña en sus paseos. Sensei es un misántropo sin ocupaciones, visitante regular de cierta tumba del cementerio de Zōshigaya. Si tiene alguna sabiduría para ofrecer, se la guarda junto con los pormenores de su pasado. Es igual: el estudiante no se despega de su sombra. Quizás lo que lo atrae de él sea justamente el autodesprecio, un arrepentimiento de años, imposible ya de sublimar.