| Dashiell Hammett |
José María Guelbenzu
La intriga me mata
6 de junio de 2007
Todo empezó un día que ya no recuerdo, pero que nunca podré olvidar. Hasta entonces, yo había sido un lector compulsivo de las obras casi completas de un autor italiano llamado Emilio Salgari, un tipo que nunca se movió de su casa, pero que, provisto de una enciclopedia, escribió los más fascinantes libros de aventuras de la época. Si acaso, sólo el capitán Gilson, con novelas como La pagoda de cristal o El ojo de Gautama, podía acercársele. Los libros estaban en la biblioteca de la casa de mi padre y mis tíos, en un pueblo de La Rioja llamado Leiva, y entre los libros y el largo verano familiar con mis hermanos y mis primos de Zaragoza, nada he sentido tan parecido a la felicidad que durase tanto tiempo seguido. Había otras aventuras, claro, y más cercanas a la vida de uno: las de Guillermo Brown, por ejemplo, otra pasión de la época. Ahora bien, aquel día al que me refiero estaba yo tratando de hacerme, una vez más, el interesante, supongo que por el sistema de ocuparme de todo aquello que fastidiase a mis padres, como oir con maníaca persistencia mi primer disco de jazz (Rose room, por Louis Armstrong) o... leer mi primera novela policíaca. No me refiero a la primera de todas, sino a la primera que me hizo modificar muy seriamentre mis ideas sobre lo que era una novela. Debo ese descubrimiento a una señora, Agatha Christie, y a un libro cuyo título en castellano (bastante parecido al sentido del título inglés, de todos modos) era y es uno de los mejores con que me he topado nunca: Pleamares de la vida. ¿Alquien puede pensar que éste sea el título de una novela policíaca?. Yo tampoco, pero sí sé que elegí el libro por el título; y eso que la Sra. Christie dispone de títulos tan apropiados como Cianuro espumoso o Se anuncia un asesinato.