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jueves, 28 de octubre de 2021

Literatura erótica / Las mejores novelas

 




Literatura erótica: las mejores novelas

Selección de literatura erótica. Una lista de erotismo delicatessen.



24 de septiembre de 2021. Estandarte

Nuestra selección de las mejores novelas eróticas de la historia quiere calentar los ánimos del respetable con una ración de buena literatura. Ahora que parece que la literatura erótica interesa especialmente, tanto a las grandes editoriales como a los lectores, como prueban fenómenos del tipo Cincuenta sombras de Grey o No te escondo nada, nos parece el momento ideal para recordar estos hitos de la literatura erótica a través de esta selección de novelas eróticas:

Historia de O
Dominique Aury (Pauline Réage)

Historia de O, una referencia de la literatura erótica

Cuando el editor francés Jean-Jacques Pauvert publicó, en 1954, Historia de O, su novela erótica estalló como una bomba en el puritano mundo postbélico, causando escándalo y desconcierto. Pero lo que una mujer, Pauline Réage, expresaba de pronto con tan desgarradora y brutal belleza respondía, curiosamente, a lo que millones de lectores, hombres y mujeres, sentían sin osar siquiera formular en forma de deseo. No tardó mucho Historia de O en convertirse en el libro más traducido y leído en el mundo desde El Principito de Saint-Exupéry. Historia de O expone las “aventuras” de una mujer que trata de conquistar plenamente a su amante entregando su voluntad y fe a un estilo de vida cercano al sadomasoquismo. Su gran pasión por este hombre la lleva a hacer cosas que nunca antes había podido ni siquiera imaginar…

Las diez mejores novelas eróticas



Las diez mejores novelas eróticas

Sade no ha sido el único en convertir la sensualidad en su protagonista. Junto a su «Juliette» destacan títulos «habituales» –«El amante de Lady Chatterley», «Ada o el ardor»– y otros menos conocidos, como «El erudito de las carcajadas»

Andrés Ibáñez
1 de diciembre de 2014

El amante es una obra autobiográfica que rememora una aventura erótica de la autora, cuando tenía quince años y vivía en Indochina, con un hombre chino culto, refinado y adinerado. Ambos se encuentran en el transbordador que cruza el río Mekong, cuando ella lleva un vestido de seda casi transparente y él la observa desde su lujoso coche europeo. Enseguida la niña descubre que puede hacer lo que quiera con su amante, que jamás le querrá, que le hará sufrir, y se lo dice; él llora y responde que ya lo sabía. Pero son también maravillosas las páginas en las que la autora describe su atracción por una compañera del pensionado donde ambas viven, la bella Hélène Lagonelle, cuyos senos son imposibles de olvidar.

viernes, 31 de enero de 2020

Henry Miller / Un hombre contra la historia

Henry Miller

Henry Miller

Un hombre contra la historia


¿Pornógrafo o profeta? A estas alturas ya sabemos que reducir la obra de Henry Miller a sus escándalos eróticos, a sus procesos por pornografía o a sus obsesiones sexuales es no solamente no entenderla, sino deformarla gravemente. Hay que recordar a respecto que entre los grandes escritores liberadores del sexo en este siglo las relaciones no estaban demasiado claras: James Joyce decía que El amante de lady Chatterley era un libro repleto de basura, mientras D. H. Lawrence pensaba que el Ulises era un libro pornográfico. Para arreglar las cosas, Henry Miller repetía, cuando se le quería oír, que tanto Lawrence como Joyce eran dos puritanos descompensados.En realidad, el sexo es, en la obra de Miller, uno de los caminos de los más importantes, desde luego para defender al individuo frente a la historia y la colectividad. Este autodidacta que devastaba bibliotecas, lector incansable de Nietzsche, Bergson, Dostoievsky, Elie Faure o Spengler, conectó primero con grupos anarquistas y teósofos, frecuentó las doctrinas místicas tibetanas, los mormones, los cuáqueros y los adventistas, leyó también a Swedenborg, Jacob Böhm y Eckhart, para concluir que entre Dios y él no necesitaba intermediarios. Este iconoclasta fue siempre un espíritu perfectamente religioso.

En un bar de Tokio / Recuerdos de Henry Miller




El escritor estadounidense Henry Miller (1891-1980) y su esposa japonesa Hoki Tokuda, en 1967, año cuando se casaron.

En un bar de Tokio

Recuerdos de Henry Miller

“No me avergüenzo de ser un fanático y de intentar saberlo todo acerca de la vida de mis ídolos... Tenía la intención de ir a Big Sur para ver a Henry Miller, pero falleció antes de que yo pudiese conseguir el dinero para el viaje”.
Un periodista japonés me hizo la pregunta de siempre: -¿Y cuáles son sus escritores favoritos? Yo respondo lo mismo de siempre: Jorge Amado, Jorge Luis Borges, William Blake y Henry Miller.

jueves, 2 de febrero de 2017

Brillantes y atormentados / Cómo el cine mostró a cinco escritores famosos

Charles Bukowski


Brillantes y atormentados: 

cómo el cine mostró a cinco escritores famosos


Recordamos algunos grandes largometrajes sobre genios de la prosa

Milagros Amondaray
LA NACION
MIÉRCOLES 12 DE OCTUBRE DE 2016

*1. DAVID FOSTER WALLACE - THE END OF THE TOUR (2015, James Ponsoldt)



Jason Segel y Jesse Eisenberg en The End of the Tour
Jason Segel y Jesse Eisenberg en The End of the Tour. Foto: Archivo

Uno de los tantos aciertos de la película de James Ponsoldt es que no se distrae en lo banal de caracterizar a Jason Segel como David Foster Wallace (más allá del necesario uso de la bandana) porque hay una tarea de fondo mucho más relevante: transmitir su desolación en un mundo de consumismo creciente. En The End of the Tour lo vemos al escritor en pleno auge por la edición de su impenetrable e imprescindible novela Infinite Jest, fenómeno que conduce al periodista y escritor David Lipsky ( Jesse Eisenberg ) a pasar unos días con él antes de que concluya el tour promocional.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Anaïs Nin / Diciembre 1931 / He conocido a Henry Miller


Fotografìa de Andreas H. Bitesnich


Anaïs Nin
HE CONOCIDO A HENRY MILLER
DICIEMBRE 1931

He conocido a Henry Miller.
Vino a comer a casa con Richard Osborn, un abogado a quien tuve que consultar sobre el contrato del libro de D. H. Lawrence.
Al salir él del coche y dirigirse a la puerta, donde yo esperaba, vi a un hombre que encontré agradable. En sus escritos es osten­toso, viril, animal, magnífico. «Un hombre que se emborracha de vida –pensé–. Como yo.»
En mitad de la comida, mientras hablábamos seriamente de libros y Richard se había abandonado a una larga perorata, Henry se echó a reír.
–No es de ti de quien me río, Richard –dijo–, pero no puedo evitarlo. Me importa un comino, ni un comino siquiera, quién tiene razón. Soy demasiado feliz. En este preciso instante me siento feliz con todos los colores que me rodean, y el vino. Es un momento ma­ravilloso, maravilloso. –Poco faltó para que se le saltaran las lá­grimas de la risa. Estaba borracho. También yo lo estaba bastante. Tenía calor y me sentía mareada y contenta.
Charlamos durante horas. Henry dijo las cosas más ciertas y profundas que he oído, y tiene una peculiar manera de decir «hmmm» en tanto se adentra en su propio viaje introspectivo.



Antes de conocer a Henry estaba absolutamente dedicada a mi libro sobre D. H. Lawrence. Será publicado por Edward Titus y estoy trabajando con su ayudante, Lawrence Drake.
–¿De dónde es usted? –me preguntó en nuestro primer en­cuentro.
–Soy mitad española, mitad francesa. Pero me crié en Amé­rica.
–Desde luego, ha sobrevivido al transplante. –Parece que hable despectivamente, pero yo sé que es una falsa apariencia.
Emprende el trabajo con un tremendo entusiasmo y rapidez. Yo se lo agradezco. Me llama romántica. Me enfado.
–¡Estoy harta de mi propio romanticismo!
Tiene una cabeza interesante: una vívida e intensa expresión en sus ojos negros, cabello negro, piel aceitunada, boca y nariz sensuales, un buen perfil. Se diría español, pero es judío, ruso, según me ha contado. Me resulta enigmático. Parece puro y fácil­mente vulnerable. Pongo cuidado al hablar.
Cuando me lleva a su casa a corregir las pruebas, me dice que le parezco interesante. Ignoro por qué. Da la impresión de que posee enorme experiencia, ¿por qué va a sentir interés por una princi­piante? Hablamos en una especie de esgrima verbal. Trabajamos, no demasiado bien. No me fío de él. Cuando me dirige la palabra con amabilidad, tengo la sensación de que se está aprovechando de mi inexperiencia. Cuando me abraza, tengo la impresión de que se divierte con una muchachita demasiado tensa y ridícula. Cuando él se pone más tenso, desvío la cara de la nueva experiencia de su bi­gote. Mis manos están frías y húmedas. Le digo con franqueza:
–No deberías flirtear con una mujer que no sabe flirtear.
Encuentra mi seriedad divertida. Me dice:
–Tal vez eres el tipo de mujer que no hiere a los hombres. –Se ha sentido humillado. Creyendo que he dicho «me fastidias», se aparta de un- salto como si lo hubiera mordido. No digo yo esas cosas. Es enormemente impetuoso, enormemente fuerte, pero no me fastidia. Respondo al cuarto o quinto beso. Comienzo a sentirme embriagada. Me pongo en pie y digo incoherentemente:
–Me voy. No puedo si no hay amor.
Me hace pequeñas bromas. Me mordisquea las orejas y me be­suquea; a mí me gusta su fiereza. Me empuja al sofá, pero consigo zafarme. Soy consciente de su deseo. Me gusta su boca y la fuerza experta de sus brazos, pero su deseo me espanta, me repele. Creo que es porque no lo amo. Me ha excitado pero no lo amo, no lo de­seo. En cuanto me doy cuenta de esto (su deseo apunta hacia mí y es como una espada entre nosotros), me libero y me marcho  sin herirle en parte alguna.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Henry Miller / Querida Anaïs

Anaïs Nin
Henry Miller

Querida Anaïs

AUGUSTO MARTÍNEZ TORRES 10 OCT 1979
Sin dinero ni permiso de trabajo llega Henry Miller a París en 1930 con casi cuarenta años y el manucristo de la novela inacabada Crazy cocken la maleta. Por intermedio del abogado Richard Osborn, conoce en el otoño del año siguiente a Anaïs Nin, una atractiva e inteligente joven de veintiocho años. Entre los dos nace una fuerte amistad que se materializa en el epistolario que empiezan a escribir cuando Miller se va al Liceo Carnot, de Dijon, como profesor de inglés. Es una divertida correspondencia en la que opinan sobre literatura, Proust y Dostoievski, especialmente, pero también D. H. Lawrence y Nietzche, música y cine, Buñuel, Chaplin y Gustav Machaty, y donde hay continuas referencias aTrópico de cáncer, que Miller escribe en ese momento, y al ensayo sobre Lawrence en que trabaja Anais. Tiene un tono muy claro, muy directo, porque entremedias Miller relata sus deprimentes experiencias en el colegio de Dijon y se intercalan curiosas disquisiciones, que fijan con perfección el tono de su relación inicial, como la que sigue y que se encuentra al principio de sus cartas.«Hoy... me han acompañado por todo el pueblo en busca de una máquina de escribir. Estaban dispuestos a conseguirme una sin pagar, entrada. Pero, ¡ay!, descubrimos... que en Dijon no hay máquinas para alquilar que tengan tipos americanos. Y las otras me resultan inservibles, puesto que escribo con rapidez, prácticamente por el sistema del tacto. Me arrepiento ahora de no haberme permitido pedirle a usted en préstamo su máquina -¿o también la suya tiene teclado francés?- ¿Qué hacer, pues?... Sencillamente, no puedo escribir a mano. De esa manera, no pienso.» «¿Puedo incordiarle a usted un poco más y pedirle que pregunte en alguna agencia de París si estarían dispuestos a enviarme una? He comenzado a tener serias dudas acerca de esto. Tal vez debería ir yo mismo a París para conseguirla. Espero que no sea necesario.» «Le agradezco profundamente que me haya enviado su propia máquina. ¿Significa esto que usted se quedará sin máquina? ¿O puede alquilar o pedir prestada otra en París?» «Entre paréntesis, la máquina no ha llegado aún.»

Henry Miller / Duro, solitario y feliz



Henry Miller entrevisto 

y entrevistado por Brassaï



JUAN A. JURISTO 30 MAY 1979

Obra maestra de la entrevista, Henry Miller, duro, solitario y feliz («Henry Miller Rocher hereux») continúa, desde la posguerra europea hasta 1973, la mirada biográfica enturbiada por meses e incluso años sobre el autor de El coloso de Marusi, que comenzó en Miller tamaño natural («Henry Miller Grandeur Nature») y que Brassaï, comentador visual de las noches parisienses de los treinta, organiza en forma de diálogo incluyendo comentarios y notas marginales del mismo Miller cuando lo requiere la ocasión.Desde la primavera de 1959 en París, hasta 1973, en Pacific Paliseades, se nos muestran en este volumen diversas dosis, múltiples anécdotas y algunos destellos de los encuentros entre un autor norteamericano cuya llegada a Europa revuelve multitudes comparables a las de la Loren o James Brownn, casi inmerso a fuerza de propaganda y escándalo en la sección de sucesos de la jet society y los viejos amigos de la Villa Seurat, Durrell, Perlés o el mismo Brassai. Encuentros con Buñuel en la Costa Azul, comentarios sobre Picasso, e incluso la presentación de un Miller regañando a sus hijos y preocupado por el pequeño resbalón en la calle de uno de ellos; el encuentro, al visitar un pueblo del Midi donde -vivió Nietzsche, de un excéntrico seguidor del filósofo de Sils María, poseedor de un enigmático método para lograr la paz mundial, etcétera, son algunos de los detalles que contiene la obra de Brassai. Sin embargo, si prescindimos del personaje tratado, de la variedad de comentarios hechos con un delicioso humor, esto es, de lo que en principio hace atrayente el libro, los seguidores (aquí si se puede hablar de seguidores) de Miller se cuentan hoy día por millares, nos encontramos con un volumen que merecería ser incluido, junto con la legendaria entrevista de Capote a Marlon Brando o las crónicas de neón de Tom Wolfe, dentro de las mejores obras del nuevo hacer periodístico.

Domingo García-Isabel / Carta a Henry Miller

Henry Miller
Carta a Henry Miller
BIOGRAFÍA
Ya estás en el otro lado, amigo. Ya eres pura ausencia. Tu bulto humano, inquieto, ágil, vivaz y reposado a un tiempo, no volverá a hacernos compañía itinerante en las callejas de París, en las madrugadas de Les Halles, hoy desaparecidas, en el bullicio de los cafés imprevisibles que tú amabas tanto. Lejos queda todo esto. Repito: ya eres no más que hueco, vaciado de ti mismo, imagen en negativo.Sí, ya sé. Ahí están tus obras; ahí están. Pero mucho me temo que no acaben de ser entendidas. Para escribir esta carta, que nunca recibirás, he esperado a que pasara el aluvión de la primera literatura funeraria. ¿Sabes que se han dicho sobre ti cosas increíbles? ¿Sabes que, salvo contadas excepciones, todos te han confundido? Desde luego, y por descontado, casi todos coincidieron en que no fuiste un escritor pornográfico. Menos mal. Pero de ahí no pasaron. Claro que tú no eras un escritor para facilitar orgasmos solitarios. Claro está. Tú eras otra cosa. Pretendiste ser otra cosa. Escribiste, escribiste y escribiste. Lo tuyo fue un chorreo continuo de confidencias, reales o inventadas -que eso poco importa-, a través de las que tú mismo pretendías, a fuerza de mostrarte con toda crudeza, tropezar contigo mismo. Así le diste vueltas y más vueltas a tu biografía. La exprimiste, la discurriste, la sufriste, o la soñaste. En ti, en tu burlona mirada y en aquel tu gesto simbólico de apartar obstáculos inexistentes, o de apartarte tú de ellos, había un decidido propósito: alcanzar la última esencia de la criatura humana. ¿Cómo diste con ella?

martes, 23 de julio de 2013

Henry Miller / Carta de despedida a Anaïs Nin




Henry Miller
CARTA DE DESPEDIDA
A ANAÏS NIN


"Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible"


Qué son las despedidas si no saludos disfrazados de tristeza? Lo mismo que el deseo y el placer de verte mientras te desnudas y te envuelves en la sábanas. Nunca has sido mía. Nunca pude poseerte y amarte. Nunca me amaste o me amaste demasiado o me admiraste como la niña que toma una lente y se pone a ver cómo marchan las hormigas y cómo, en un esfuerzo inacabable y lleno de fatiga, cargan enormes migajas de pan. Qué son aquellas noches lluviosas en medio de la cama de un hotel. Qué el recuerdo de nuestros pasos por la calle, en el teatro o en la sala de conciertos. Qué son los recuerdos de los celos y de tus amantes y de June y de mis amantes.Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro; con la sinceridad de tu cuerpo frágil y tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo puede ser cruel cuando estás volando febrilmente a tu próximo destino, a otros brazos que te reciban expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo que tirabas en la humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas de desearte. Te deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo imposible y ya te has ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico, leerás estas palabras una y otra vez, en medio de mi ciudad con la gente pasando en medio de las calles y la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el fuego en la mano derecha.Mi querida Anaïs, ma petite, ma jolie, infanta inquieta de sal nocturna. Te extraño cuando huyes de madrugada y te extraño cuando camino y me tomo un café en la calle; te extraño cuando June se acerca cariñosa y cuando paso por los grandes aparadores. Te extraño casi a todas horas: cuando escribo, cuando te pienso, cuando escucho las campanas que me anuncian que ya son las tres, cuando me acuerdo de las horas interminables entre humo y whisky, cuando tengo una comida que dura toda la tarde, también cuando me despido de ti cada día a la misma hora, cuando como en aquel lugar donde nos dio el aire y cuando escucho la radio. Adiós, Anaïs, adiós. Ya nos encontraremos en otras vidas y en otras vidas podré poseerte y quedarme contigo para siempre. Ya te veré en medio de la nieve y entre libros y vino. Adiós, tuyo siempre

Henry



lunes, 22 de julio de 2013

Henry Miller / Dos cartas para Anaïs Nin


Henry Miller
DOS CARTAS PARA ANAÏS NIN


Terriblemente, terriblemente vivo, afligido, absolutamente consciente de que te necesito. He de verte, te veo brillante y maravillosa y al mismo tiempo le he escrito a June y me siento desgarrado, pero tú lo entenderás, debes entenderlo. Anais, no te apartes de mí. me envuelves como una llama brillante. Anais, por Dios, si supieras lo que siento en este momento. Quiero conocerte mejor. Te quiero. Te quise cuando viniste a sentarte en mi cama -esa segunda tarde fue toda como una cálida neblina- y de nuevo oigo cómo pronuncias mi nombre, con ese extraño acento tuyo. Despiertas en mí tal mezcla de sentimientos que no sé cómo acercarme a ti. Ven a mí, aproxímate a mí, será de lo más hermoso, te lo prometo. No sabes cuánto me gusta tu franqueza, es casi humildad. Sería incapaz de oponerme a ella. Esta noche he pensado que debería estar casado con una mujer como tú. O es que el amor, al principio inspira siempre esos pensamientos?. No temo que quieras herirme. Veo que tú también posees fuerza, de distinto orden, más escurridiza. No, no te romperás. Dije muchas tonterias sobre tu fragilidad. Siempre he sentido un poco de vergüenza, pero la última vez menos. Acabará desapareciendo toda.
Tienes un sentido del humor delicioso; lo adoro. Quiero verte reir siempre. Te lo mereces. He pensad
o en sitios a donde deberíamos ir juntos, sitios oscuros, aquí y allí, en París, por el simple hecho de decir "aquí vine con Anaïs", "aquí comimos, bailamos o nos emborrachamos juntos".
Ay!, verte borracha alguna vez, qué privilegio!, casi me da miedo de proponértelo
; pero Anais, cuando pienso cómo aprietas contra mí, cuán ansiosamente abres las piernas y qué humeda estás, Dios, me vuelvo loco de pensar en cómo serías cuando todo se disuelve. Ayer pensé en ti, en cómo ciñes las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada. Y me estremecí y gemí de placer.
Pienso que si he de pasar todo el fin de semana sin verte, resultará intolerable. Si es preciso, iré a Versailles el domingo - lo que sea, pero he de verte. No temas tratarme con frialdad. Me bastará con estar cerca de ti, con mirarte admirado. Te quiero, eso es todo.








Quiero decir que no puedo ser absolutamente leal, no está dentro de lo que soy capaz. Me gustan las mujeres, o la vida, demasiado… No sé cual de las dos cosas. Pero ríe, Anaïs. Me encantaría oírte reír. Eres la única mujer que tiene un sentido de la alegría, una sabia tolerancia; no, es más, parece que me instas a que te traicione. Por eso te amo. Y ¿qué es lo que te lleva a hacer eso, el amor? Es hermoso amar y ser libre al mismo tiempo.
No sé lo que espero de ti, pero es algo parecido a un milagro. Te voy a exigir todo, hasta lo imposible, porque me animas a ello. Eres realmente fuerte. Me gusta incluso tu engaño, tu traición. Me parece aristocrático (¿suena inapropiada la palabra aristocrático en mi boca?).
Sí, Anaïs, pensaba en como traicionarte, pero no puedo. Te deseo. Quiero desnudarte, vulgarizarte un poco… no sé, ay, lo que me digo. Estoy un poco bebido porque tú no te encuentras aquí. Me gustaría dar una palmada y Voilà, ¡Anaïs! Quiero que seas mía, usarte, follarte, enseñarte cosas. No, no siento aprecio por ti, ¡no lo permita Dios! Tal vez quiera hasta humillarte un poco, ¿por qué? ¿por qué? ¿por qué no me arrodillo ante ti y te adoro? No puedo, te amo alegremente ¿Te gusta eso? Y querida Anaïs, soy tantas cosas. Ves solamente las cosas buenas ahora, o al menos eso es lo que me haces creer. Quiero tenerte al menos un día entero conmigo. Quiero ir a sitios contigo, poseerte. No sabes lo insaciable que soy, ni lo misera
ble, además de egoísta.
Me he portado bien contigo. Pero te advierto, no soy ningún ángel. Pienso principalmente que estoy un poco borracho. Me voy a la cama; resulta demasiado doloroso permanecer despierto. Soy insaciable. Te pediré que hagas lo imposible. No sé lo que es. Probablemente tú me lo dirás. Eres más rápida que yo. Me encanta tu coño, Anaïs, me vuelve loco. Y tu manera de pronunciar mi nombre. ¡Dios mío, parece irreal! Escucha, estoy muy ebrio. No soporto estar aquí solo. Te necesito. ¿Puedo pedírtelo todo? Puedo ¿Verdad? Ven enseguida y fóllame. Descarga conmigo. Rodéame con las piernas. Caliéntame.




domingo, 10 de febrero de 2013

Lawrence Durrell / Henry Miller y Brenda Venus

Henry Miller y Brenda Venus
Lawrence Durrell
Henry Miller y Brenda Venus
Prefacio de Querida Brenda
Traducción de Fernández de Castro

Tras una separación de casi diez años, un feliz accidente me permitió reencontrar a Henry Miller, mi viejo amigo. Ese golpe de fortuna fue una oferta de la cátedra Andrew Mellon del prestigioso California Institute of Technology de Pasadena. Comprendí que si aceptaba estaría a unos pocos kilómetros de Miller y más o menos a la misma distancia de Anais Nin. Era una maravillosa oportunidad de reforjar y reavivar una vieja e importante amistad que estaba dando síntomas de fatiga y negligencia, sujeta como estaba al azar del tiempo y la distancia. Así que irrumpí en escena (por decirlo de alguna manera) justo a mitad de la presente correspondencia. 
El propio Miller tenía un montón de cosas que contarme acerca de Brenda, y no dejó pasar un solo día sin garrapatear algún mensaje para ella. Estaba de forma omnipresente en su pensamiento. No exagera cuando dice que ella le mantiene en vida; realmente, su generosidad y tacto le permitieron acabar sus días en una maravillosa euforia de amorosa amistad. Esta correspondencia es el fruto de aquel profundo «asunto del corazón», y nunca mejor dicho porque dada su edad y su precario estado de salud difícilmente podría haber sido otra cosa. Era, como él mismo dice, una ruina física. Entonces, cuando la joven actriz entró en su vida, una bocanada de aire avivó los rescoldos de Mona, de June, Betty, Anais… y una vez más volvió a ser el joven y rebelde amante de sus primeros libros. ¡Qué suerte! Todo el mundo se sentía feliz por él, incluidos sus hijos y amigos, pues cualquier otra alternativa previsible que pudiera ofrecérsele se presentaba extremadamente árida. Se hubiera visto obligado a embotar sus últimos años con la aguja y la adormidera por toda compañía. ¡Pobre Henry! En cambio los vivió en un éxtasis de amor testificado, valorado y compartido. Brenda Venus interpretó el más alto papel que una actriz podría desear: Musa y Nurse de un gran espíritu en su declinar. Fue una suerte que llegase cuando lo hizo. Y fue una suerte que se tratase de una mujer sensible y compasiva, y perfectamente capaz de ponerse a la altura de su papel. 
Miller acababa de salir de una desgraciada experiencia matrimonial con la deliciosa pianista japonesa Hoki, y su autoconfianza estaba tan maltrecha como su salud. Él ha rendido un vívido y emotivo recuento de ese período en Insomnia: or the Devil at Large, porque no hay necesidad de repetir los detalles.
Con la llegada de Brenda Venus todo cambió. No había un sólo momento del día en que no estuviese pensando en ella, temiendo por ella, refiriéndose a ella… en realidad su conversación estaba tachonada de referencias a las cualidades de su corazón y su mente. Y casi con idéntica frecuencia podía interrumpir cualquier cosa que estuviese haciendo para escribirle unas líneas. Era muy consciente de encontrarse en el reflujo de su vida. Había mantenido un obstinado silencio acerca de sus operaciones… una de las cuales duró dieciséis horas. Pero la vivacidad de su mente y de su corazón le hacían tan alegre y ligero que uno se engañaba creyéndole más joven de lo que era. Sólo al ver su cuerpo comprendí cuan frágil y delgado se había quedado. Una arteria artificial, como un pedazo de manguera, que le iba desde un muslo hasta el sistema cardiaco le palpitaba ominosamente en el cuello y el pecho. Siendo un gran caminante —solía sentirse desdichado si paseaba menos de diez kilómetros diarios, y en París iba siempre caminando a todas partes— ¡se veía ahora totalmente conminado a permanecer en cama! Y por si fuera poco estaba completamente ciego de un ojo y casi del otro. Teniendo esas enfermedades en mente, el lector debería ahora hojear la correspondencia: creería estar leyendo la obra exuberante de un hombre de cuarenta años. Su humor y su ardor dicen mucho acerca de la tierna amistad y devoción de su último amor. 


Brenda Venus
Inevitablemente una correspondencia de esta naturaleza, y tan cerrada en su mayor parte, tiene algunas omisiones, así como repeticiones o incluso hiatos cuando los autores se están viendo diariamente; hay asimismo pasajes que podrían provocar un cierto malestar en el lector porque hay muchas cosas que se dicen abiertamente; Miller muchas veces recurre a lo que él llamó una vez su estilo «anatómico», como en Sexus; pero la señorita Venus capeó esos temporales con tranquila paciencia y perseverancia, lo cual demuestra claramente lo mucho que valoraba su amistad con él, y lo precioso que era para ella tenerle como mentor. En verdad, cualquiera que lo conoció podrá atestiguar que se trataba de un ser cautivador a pesar de sus imprevisibles momentos de intemperancia. Y aquí, como en sus libros autobiográficos, nos ofrece un completo retrato de sí mismo en el umbral de la muerte. 
El papel de Brenda Venus mantendrá su interés e importancia también como memorial de su última gran amistad, una Ariel para su Próspero, podría decirse. Ella le permitió dominar sus enfermedades y degustar las delicias del Paraíso. Todos le estamos agradecidos por su gentileza y su amorosa percepción.
Lawrence Durrell 
París, marzo de 1983.


Henry Miller
Querida Brenda 
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, pags. 50 -52

Título original: Dear, dear Brenda.




sábado, 9 de febrero de 2013

Henry Miller / Carta erótica a Brenda Venus


Henry Miller

Henry Miller

CARTA ERÓTICA A BRENDA VENUS

7 de agosto de 1976
(En francés para Brenda)


Brenda Venus
Queridísima Brenda:
    La idea que me sugeriste es tan audaz que no estoy seguro de ser capaz de hacer lo que me pides. Desde que te he conocido has ocupado perpetuamente mis pensamientos. En mis fantasías he hecho toda clase de cosas contigo. He guardado en mi cabeza la idea de no ofenderte. Al mismo tiempo a través de tus cartas tengo la sensación de no poder atreverme a hacer y decir mucho más de lo que realmente estoy haciendo. Tu mismo cuerpo es una invitación a hacer de todo.
     La escena que me viene a la mente se repite con frecuencia. 
Estoy en tu casa mirando tus cuadros. Inmediatamente me ofreces algo de beber. La bebida se nos sube a la cabeza. Vostes una camisa muy fina y transparente. Por encima del ombligo no llevas absolutamente nada. Tus pechos son espléndidos. Tienes el aire de una bailarina. (Como un Degás.) Tus piernas son fuertes y hermosas. 
     De repente me lanzo sobre ti y te arranco la camisa. El pelo negro y copioso de tu sexo me pone de inmediato tenso. Hundo mi mano entre tus muslos y advierto que ya estás húmeda. Pareces muy excitada, dispuesta a hacer lo que sea.
No me sorprende. Te conozco desde hace siglos, quiero decir de anteriores encarnaciones. Hemos sido amantes muchas veces. En ocasiones eras prostituta del templo, en la India, en Egipto y en otros países. Siempre eras una mujer para el placer, pero siempre religiosa. Tu religión era siempre el “sexo”, como los actuales practicantes del Tantra. Enseñás a los jóvenes, hombres y mujeres. Para ti es una cuestión artística. Por eso parece ahora que seas una experta. 
   Sin el menor rubor te acaricias suavemente el coño con la mano derecha. Entonces…con dos dedos de cada mano abrís la hendidura entre tus piernas y me muestras los pequeños labios que tiemblan como un pajarillo. El jugo fluye abundante; tus muslos centellean.  
Brenda Venus
   Sin decir una palabra pones la mano en mi pantalòn y empuñás mi pene (el tronco, si lo prefieres). Tus manos tan fuertes, pero delicadas, juegan con él como si fuese un instrumento musical. Estás sofocada e irresistible. Quiero “jugar” inmediatamente, sobre todo cuando pones tu lengua en mi boca. Después tu boca empieza a lamer suavemente mi sexo. Es difícil permanecer en pie. Afortunadamente está cerca el sofá. Caemos sobre él juntos, boca sobre boca, miembro contra coño. Pero todavía no te he penetrado. ¡Qué caliente estás!. Me llenas de besos. Deseo besarte. Estás entregada. Me agarras el pene y te lo pones entre las piernas. Entra suavemente, lentamente incluso. Tu órgano está deliciosamente formado. Es angosto y profundo. Me retienes como lo haría un dedo. Naturalmente no puedo aguantarme más. Me voy al igual que tú, al mismo tiempo.
   Permanecemos así durante algunos instantes, entrelazados como serpientes. Trato de librarme pero tú no me lo permites. Me sujetas con tu poderosa musculatura. Al cabo de un rato advierto movimientos en tu interior. Poco a poco empiezo a hincharme. Ahora alzas las piernas y las colocas sobre mis hombros. Estás totalmente abierta y mojada. No cesas de acabar. Tus ojos se dirigen hacia el techo. Me pides que continúe, que no me detenga. Me dices (en inglés), “cógeme, Henry, cógeme!. Métemela hasta la empuñadura. ¡Estoy tan caliente!”. Es la primera vez que utilizas ese lenguaje conmigo. Oírte me vuelve loco. “Dios, dame fuerzas, déjame poder”, me digo a mí mismo, “y te besaré eternamente”. No olvides que te estoy contando una fantasía. No entiendo de dónde salen las fuerzas para poder darte tan prolongado placer. 



Brenda Venus



Eres insaciable. Haces toda suerte de movimientos y, en ocasiones, gestos que resultan absolutamente delirantes y obscenos. Has perdido la cabeza. Eres sexo y nada mas que sexo. Sabiendo que podrías matarme te apartas de mí para que pueda recobrar el aliento. Pero no cesas de acariciarme, especialmente con la lengua. Y tu cuerpo sigue ondulando sobre mí. ¡Me besas como una posesa!. 
    ¿Y después qué? ¿qué posición? Soy yo el que te propone que hagamos el amor como los perros...





Henry Miller
Querida Brenda 
Las cartas de amor de Henry Miller a Brenda Venus
Barcelona, Seix Barral, 1986, pags. 50 -52

Título original: Dear, dear Brenda.