Mostrando entradas con la etiqueta Toni García. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Toni García. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de abril de 2024

Bárbara Ayuso / Libros para no ir a la playa

 

Shirley Jackson


Libros para no ir a la playa 

Leer en la playa es una farsa, ya lo saben. Anualmente cumplimos con el sainete y fotografiamos libros que recortan la línea del mar y el cielo para hacer un alegato a favor de placeres mundanos: sol, lectura, rumor de olas. Mentira cochina, vaya. Exhibimos esas fotos diciéndoles a los demás que nos envidien en el disfrute, cuando, en el mejor de los casos, la cosa no va más allá del intento. Los miembros se entumecen en posturas imposibles, la toalla se tatúa en los codos, el sol pica, la arena esparce puntos suspensivos donde no toca y todo es, en fin, de una incomodidad ridícula y pegajosa. La silla playera solventa alguno de los problemas, cierto es, pero en época estival no conviene restarse más dignidad de la escrupulosamente necesaria.  

jueves, 5 de junio de 2014

Ralph Fiennes / En la piel de Dickens








Ralph Fiennes, caracterizado como Charles Dickens en 'La mujer invisible'
Ralph Fiennes, caracterizado como Charles Dickens en 'La mujer invisible'


Ralph Fiennes, en la piel de Dickens


El actor británico protagoniza y dirige 'La mujer invisible', la historia de amor entre Charles Dickens y una joven actriz


Toni García
Barcelona, 5 de junio de 2014

Rapado y de negro, Ralph Fiennes (1962, Ipswich, Reino Unido), entra en la habitación con la misma discreción que mostrará después en la entrevista: silencioso y –casi- cabizbajo, dejando largas pausas entre pregunta y respuesta en las que su mirada busca la ventana. Como actor alcanzó fama y fortuna gracias a El paciente inglés y La lista de Schindler y huyó de su estrellato como alma que lleva el diablo: “No encajaba en el mundo de las celebridades de entonces como no encajo en el actual. No soy un producto, y con esto no quiero decir que haya actores que sean productos, pero sí que una gran parte de lo que hacen entra en unos parámetros que no son los míos”.
El británico, quintaesencia del intérprete forjado en las tablas, entre Shakespeare y Chejov, ha logrado compaginar cine y teatro con igual fortuna y en su carrera como director ha demostrado una singularidad exquisita. “Coriolanus [su primer trabajo en la dirección] es una película que quise hacer durante años, probablemente por una obsesión personal con la obra. Tuve la suerte de encontrar la forma de hacerla sin renunciar a nada de lo que yo consideraba imprescindible, como la escenografía y el lenguaje. La mujer invisible ha sido otra historia completamente distinta: alguien me hizo llegar el guión a pesar de mis reticencias y la verdad es que me enamoré de él de inmediato”. La mujer invisible cuenta la historia de amor entre un Dickens en el apogeo de su fama y una jovencísima aspirante a actriz, en un romance encadenado por las severas convenciones sociales de la época. “Por extraño que parezca no creo que eso hay cambiado demasiado: la diferencia de edad en las relaciones sigue siendo un tabú. Ahora lo es menos, pero la prensa sigue incidiendo en ello, como si fuera algo inconcebible que siendo muy joven puedas enamorarte de alguien mayor”, dice Fiennes, que añade: “Es como si trataran de decirte cómo y cuándo debes sentir algo por alguien. Eso es algo que va en contra de la naturaleza misma del amor, un ser que cambia, que muda de piel, que te sorprende y te atrapa. Es imposible planificar de quién te vas a enamorar”.




El objeto amoroso de Dickens, una joven llamada Nelly (interpretada por Felicity Jones), obliga a Fiennes hacer una reflexión sobre el propio Dickens, interpretado por el propio actor: “Si soy sincero debo reconocer que sabía muy poco de Charles Dickens. Había leído obras sueltas, interpretado algunas otras, pero desconocía los detalles de su vida. Por eso cuando leí el guión y descubrí a ese Dickens íntimo recuperé toda su obra y en cierto modo me sentí feliz de haber descubierto a un autor tan brillante y comprometido”.




No sé si yo hubiera podido interpretar a James Bond. Me siento mucho más cómodo con M"

Una mujer invisible, basada en la novela de Claire Tomalin, fue recibida en Toronto con críticas entusiastas, alabando su condición de drama y su sensibilidad, y resaltando la delicadeza de Fiennes como director. “Intenté mostrar ese momento en que negociamos con nosotros mismos para negarnos y así poder adaptarnos a una situación que nos supera, que sabemos positivamente que va a llevarnos a un callejón sin salida. No hay nada más humano que esa sensación y creo que Nelly lidia con ello con una fuerza descomunal, aunque la cicatriz sea imborrable”.
Fiennes vuelve a estar en la cresta de lo ola tras dejar atrás Harry Potter (donde interpretaba a Lord Voldemort) por su papel de M en la saga de James Bond, sustituyendo a Judi Dench. Personaje que repetirá en la próxima entrega de las aventuras del agente secreto, otra vez a las ordenes de Sam Mendes: “Bueno, tampoco se puede decir que no a ciertos papeles [sonríe] y si todo va bien voy a interpretar a M durante algunas películas más, una o dos mínimo. ¿Paradoja? Ya sé por dónde vas, pero la verdad es que no sé si yo hubiera podido interpretar a James Bond. Me siento mucho más cómodo con M y el papel ha llegado en el momento justo. Espero que me dejen correr y disparar, con eso me daría por satisfecho [ríe]”. Tras El gran hotel Budapest y Grandes esperanzas, queda claro que prefiere el cine menos estridente: “No diría que no a algo que me interesase sólo porque llega de Hollywood. Ellos hacen películas para conquistar a multitudes y esos filmes no siempre me parecen atractivos. Cuando me han propuesto proyectos interesantes no he tenido ningún problema en aceptar, pero esto no pasa continuamente”.

martes, 4 de febrero de 2014

Philip Seymour Hoffman / Fundido a grande

Philip Seymour Hoffman
Foto de Victoria Will
Philip Seymour Hoffman, 
fundido a grande

Recorrido por la filmografía de uno de los mejores actores de su generación

Uno de los hombres con más talento que ha dado el cine moderno



    Philip Seymour Hoffman en su interpretación de Truman Capote.
    A Philip Seymour Hoffman, como a tantos otros grandes, no le gustaba lidiar con la prensa. Podía ser evasivo, rudo o simplemente seco, pero debajo de todo ello se intuía un malestar ligado a la timidez. Seymour Hoffman, el más grande actor de su generación, era de esos tipos que no necesitaba más de cinco minutos para montar un fuerte alrededor de su personaje: ese Lester Bangs pasado de vueltas de Casi famosos, el déspota clasista deEl talento de Mr Ripley, el profesor tímido y apocado de La última noche,el tipo deshilachado y quebradizo de Magnolia o el magnético líder de The master.No había ningún parecido entre esos personajes, hombres cortados por patrones distintos que solo se encontraban en el rostro del pelirrojo con más talento que ha dado el cine moderno.

    Se le recordará por su brillantez actoral pero también por ese particular abanico gestual que daba brío a sus personajes: de manos grandes y cuerpo curvado, el de Nueva York actuaba en primera cuando sus colegas tenían problemas para sentirse cómodos en turista. Muchos recuerdan al tipo de Boogie nights, al desgraciado de Antes de que el diablo sepa que has muerto o al atormentado protagonista de Happinessaunque sus grandes triunfos comerciales fueran TwisteroMisión: Imposible III, demostración de su capacidad como camaleón (aunque el sustantivo se antoje pequeño), de su vocación de eterno equilibrista.
    Al actor se le notaba cansado en las últimas entrevistas que concedió. Era difícil distinguir qué era hartazgo y qué cansancio, pero el aspecto de Seymour Hoffman se había convertido en una de las comidillas favoritas en determinados círculos de la profesión. Se supo que en mayo de 2013 ingresó en una clínica para intentar dejar la heroína. Naturalmente, nadie confirmó ni desmintió nada. Al intérprete le molestaba la fama, la idea de ser un personaje público, tanto como las preguntas estúpidas o las ruedas de prensa, y jamás dio carnaza a los que pretendían convertir su caso en columnas de tinta. Su muerte, al parecer por sobredosis, une al actor al triste círculo de grandes artistas que han sucumbido al lado más oscuro de sí mismos. En 2014 le esperaban tres películas y una serie de televisión, aunque su testamento fílmico (abrumador) quede ya a sus espaldas.
    A sus 46 años, con tres hijos pequeños, Seymour Hoffman deja un hueco gigantesco en la historia del cine y la incógnita de hasta donde hubiera llegado con un poco más de paciencia y algo de buena suerte. Al cinéfilo le quedan una docena de obras monumentales y el recuerdo de un hombre pegado a una pantalla de cine, el lugar donde vivió y en el que nunca será olvidado.

    EL PAÍS







    Toni García / Los que se van, los que se quedan

    Philip Seymour Hoffman

    Los que se van, los que se quedan

    Repaso urgente a algunas de las muertes más ilustres del mundo del cine y a las biografías de algunos de los que se salvaron de la caída


      Pocos universos han sufrido tanto el impacto de las drogas como el del espectáculo y, en concreto, el del cine. Sometidos al escrutinio del ojo público las veinticuatro horas del día, ricos y famosos, jóvenes y adulados hasta la extenuación, los actores han sido una constante en la lista de víctimas de una plaga que no deja títere con cabeza y que llena –día sí, día también- las páginas de los medios de comunicación.
      La combinación letal lo es aún más (si cabe) al otro lado del Atlántico, donde las estrellas viven en un mundo impermeable, más solitario que blindado.


      El actor John Belushi.
      La muerte de Philip Seymour Hoffman ha servido para desatar unos cuantos infiernos, los habituales rankings, los reportajes de costumbre sobre aquellos que sucumbieron al demonio de las drogas (River Phoenix, John Belushi, Heath Ledger, Cory Monteith… añada los nombres que considere oportunos).
      Cuando al mejor actor de su generación le encuentran víctima de una sobredosis, todo es posible. La aparición, además, de medios de comunicación dedicados íntegramente al cotilleo y el chascarrillo, provoca que –dinero mediante- cualquier detalle relativo a la autopsia, el informe policial o los atestados judiciales se filtre con una facilidad asombrosa. Mientras se escriben estas líneas ya circulan por la red el –presunto- número de papelas que había en casa de Seymour Hoffman, las conclusiones forenses, el índice de estupefacientes y opiáceos en la sangre del actor y hasta la ropa que llevaba puesta. Pronto alguien se atreverá a publicar lo que pensaba momentos antes de cerrar los ojos.


      El actor Heath Ledger, en el filme Brokeback Mountain. / AP
      Aún se recuerda en Hollywood el ruido que provocó la muerte del mencionado Ledger, allá por 2008, cuando algunos ofrecieron auténticas locuras por el diario del actor, en el que supuestamente se reflejaba el estado mental que le condujo a la muerte. El diario nunca apareció, y con él se esfumó la idea de sacar más jugo a la muerte de un gran intérprete en la cima de su carrera. Alguien debería haber escrito, a modo de escarmiento, lo triste que es perseguir fantasmas que llevan encadenado al pie una bola de latón.
      Pero ¿y qué hay de los que se quedan?


      El actor Robert Downey jr. / CORDON
      Pocos recuerdan en estas fechas a personas como Robert Downey Jr, Michael Douglas, Matt Damon, Samuel L. Jackson, Drew Barrymore o Robin Williams. Probablemente porque el hecho de que sus coqueteos con el alcohol, la cocaína y la heroína no acabó con ellos en el cementerio o sus cenizas en el océano. Los que se quedan tendrán que seguir soportando que sus debilidades (llámense adicciones, o rupturas, o –simplemente- un mal día) se expriman con todo lujo de detalles para que el público puedo comprobar que –al final, sí- también ellos eran humanos. También ellos tenían vecinos que les daban los buenos días, amigos que les echarán de menos y familias a las que proteger. No está de más recordar que el añorado Seymour Hoffman tenía tres hijos, de edades comprendidas entre los seis y los once años. No debería ser naif pedir comprensión (si no respeto) sobre todo aquello que tenga que ver con la muerte de un actor. Confirmada la sobredosis de Seymour Hoffman, la sustancia que la provocó y el destino final del intérprete, no debería quedar mucho más que ofrecer al rebaño. O quién sabe, quizás ahí empieza la historia que no interesa contar: la del hueco que tocará tapar a los que aún siguen aquí..





      viernes, 20 de diciembre de 2013

      James Gandolfini según Julia Louis-Dreyfus / El cine ha perdido un actor irrepetible

      James Galdolfini


      Julia Louis-Dreyfus

      “Yo he perdido a un amigo; el cine ha perdido 

      a un actor irrepetible”

      Julia Louis-Dreyfus, que protagoniza 'Sobran las palabras' junto con James Gandolfini, recuerda al intérprete, fallecido este año



      James Gandolfini y Julia-Louis Dreyfus, en un fotograma de 'Sobran las palabras'.

      Es un momento difícil para Julia Louis-Dreyfus (Nueva York, 1961). La actriz llega con los ojos humedecidos a la habitación de un hotel de Toronto, donde se desarrollan las entrevistas de Sobran las palabras. El motivo de sus lágrimas no es otro que la muerte de James Gandolfini, su compañero de reparto en la película, con el que la actriz mantenía una estrecha relación en el que fue uno de sus últimos trabajos (el penúltimo) para la gran pantalla. “Todos me preguntáis por Jim y es muy difícil tratar de mantener la compostura, es difícil hacerse a la idea de que no está aquí hoy con nosotros” confiesa la actriz, popular en todo el mundo por la serie Seinfeld y Emmy a la mejor intérprete de comedia por Veep, otro título televisivo de culto, donde da vida a una delirante vicepresidente de Estados Unidos.
      Louis-Dreyfus no se ha prodigado demasiado en el cine aunque para ella la cosa tiene una explicación muy sencilla: “Cuando hacía Seinfeld – y estuve 9 años con ello- tenía 7 u 8 meses ocupados con el rodaje, así que tampoco tenía demasiado tiempo para otra cosa. No es que no me llegaran proyectos, es que no tenía tiempo para nada más”.
      La neoyorquina sigue haciendo televisión pero esta vez ha encontrado hueco y firmado una de las comedias favoritas del año para la crítica anglosajona, que amenaza con repetir éxito en el resto del mundo gracias a un reparto de campanillas, donde además de los mencionados Louis- Dreyfus y Gandolfini, destacan Toni Collette y Catherine Keener. Dirigida por Nicole Holofcener, Sobran las palabrascuenta la historia de una sufrida masajista (Louis-Dreyfus) que conoce a un hombre (Gandolfini) que podría ser la pareja ideal. Naturalmente, las cosas no serán tan sencillas como podría parecer: “Me gustaba la idea de interpretar a alguien de carne y hueso, alguien con quien podría identificarme, esencialmente bueno pero capaz de meter la pata constantemente. Siempre recuerdo aquello que decía Larry David sobre que los los malos entendidos eran un elemento imprescindible de la comedia y no puedo estar más de acuerdo. Siempre me he sentido muy cómoda en ese terreno, el de la incomodidad y creo que es una gran herramienta para un comediante” cuenta la actriz, vestida de negro y con el rostro cansado.
      La innegable química entre Louis-Dreyfus y Gandolfini es la piedra angular de un precioso filme que bebe de los esquemas de la vieja escuela y que –inevitablemente- lleva a la pregunta que la actriz ha oído ya en un buen número de ocasiones en el festival de Toronto: “¿Cómo era trabajar con James [Gandolfini]? Pues era un hombre maravilloso, pero no solo eso. James tenía una sensibilidad tan inmensa y era tan generoso conmigo y con los demás actores que trabajar con él era una delicia. Creo que de algún modo él temía hacer este papel porque creía que la comedia no era lo suyo (lo cual es absurdo) pero una vez allí, en el set, era el hombre más poderoso del mundo. No puedo explicar con palabras la capacidad de Jim para conseguir que todo fuera sencillo, la confianza que te daba mirarle a los ojos cuando rodabas una escena con él. Si dijera que fue uno de los mayores placeres de mi vida trabajar con él no le estaría haciendo justicia: le echo de menos cada día y a veces (hoy mismo) hablo de él en presente porque no puedo creer que ya no esté aquí con nosotros” cuenta la actriz, cuyos ojos la traicionan una vez más al recordar a uno de los actores más amados de los últimos años. “Yo he perdido a un amigo pero el cine ha perdido a un actor irrepetible”, remata Louis-Dreyfus.

      EL PAÍS 

      jueves, 9 de septiembre de 2010

      Willem Dafoe / Las mujeres saben moverse mejor en Hollywood

      Willem Dafoe retratado en Venecia. / XAVIER TORRES-BACCHETTA


      WILLEM DAFOE
      BIOGRAFÍA
      "Las mujeres saben moverse mejor en Hollywood"

      Con más de 80 películas a sus espaldas y su rostro grabado a fuego en la memoria del cinéfilo gracias a su trabajo en filmes como La última tentación de Cristo, Calles de fuego, Corazón salvaje, Nacido el 4 de julio o Platoon, Willem Dafoe (1955, Wisconsin) se puede permitir a estas alturas de su carrera hacer lo que le venga en gana, sin más explicaciones. Por ejemplo, regalar a su esposa, Giada Colagrande, directora de cine por más señas, un papelón en A woman, la última película de Colagrande.
      Dafoe pasó como un cohete por el Lido, pero tuvo tiempo de hablar un rato de lo suyo... y de lo de su mujer.
      Pregunta. Se ha hablado mucho estos días de la tendencia a que las mujeres directoras tengan mayor presencia en el mundo del cine, ¿cómo lo ve usted?

      "No hay secretos en mi trabajo: debes servir a la situación y a la historia"
      Respuesta. [Pausa] Bueno, lo que voy a decir es algo perverso: a medida que los directores pierden poder en el universo del cine, menos hombres se interesan por el trabajo y deciden encontrar alguna otra cosa. Sin embargo, las mujeres son más listas y saben moverse mucho mejor dentro del sistema hollywoodiense.
      P. Tendrá una opinión de las dotes de mando de su esposa. ¿Qué tal la experiencia?
      R. Muy fácil [sonríe], en serio, es duro porque ella sabe muy bien lo quiere. Por mi experiencia sé que es difícil que un director consiga que el filme que está haciendo sea como el que imagina; así que cuando trabajas con alguien con esa determinación es algo bonito y satisfactorio.
      P. ¿Cuál es su actitud cuando se planta en un rodaje? ¿Le gusta colaborar o se siente mejor obedeciendo órdenes?
      R. Para mí, el director siempre ha sido lo más importante. A veces, los directores mismos te piden que interactúes con ellos, otras veces solo quieren que ruedes lo que te dan y a un tercer grupo les gusta que transformes las cosas en el plató. Estoy abierto a cualquier colaboración, aunque muchas veces no dependa de mí como actor.
      P. Lleva muchos años metido en el mundillo del cine. ¿Cómo se aproxima ahora a los papeles?
      R. Como siempre, mi prioridad es servir a la situación y a la historia. No hay más secretos. No metas nada en el papel que no deba estar allí.
      P. ¿Y la parte más complicada de su trabajo?
      R. El gran desafío es encontrar el balance correcto y no dejarse seducir por la prosa.
      P. ¿Puede hablar de su trabajo en John Carter of Mars, la primera película de Pixar con personajes de carne y hueso?
      R. Sí, por qué no... Acabé de rodar John Carter of Mars hace un par de semanas. La dirige Andrew Stanton. Es una novela gráfica o una pieza épica de ciencia ficción, o como quieras llamarlo, escrita por Edgar Rice Burroughs. Un proyecto precioso.
      P. ¿Y qué le ha tocado hacer?
      R. Soy un guerrero marciano de tres metros de altura [risas]. ¿Sabes? Ha sido bastante increíble, porque obviamente he rodado con uno de esos trajes llenos de sensores. Pero al mismo tiempo hemos hecho secuencias enteras compartiendo escenario con personajes reales. Todo me ha parecido un desafío importante, el proceso posterior con las imágenes generadas por ordenador, el CGI, es fascinante y el hecho de complementar la actuación con tecnología es muy interesante. Colaboré con Andrew Stanton en Buscando a Nemo y es bueno en su trabajo, tan detallista, preciso y meticuloso. Cuando estaba doblando esa película hice muchas sesiones con él y te digo que sabe tratar con los actores. Es el hombre perfecto para el proyecto.
      EL PAÍS



      sábado, 4 de septiembre de 2010

      Somewhere / Sofia Coppola seduce a cámara lenta

      Sofia Coppola seduce a cámara lenta

      'Somewhere' retrata el hastío de las estrellas de Hollywood


      Y el tercer día llegó a Venecia el clan Coppola. Ellos, la lluvia y todo tipo de desperfectos provocados por la tormenta. Luciendo camisa azul de puños y cuello blanco y con su aspecto impoluto de costumbre, Sofia Coppola (Nueva York, 1971) se sentó ayer por la mañana junto a su productor -y hermano- Roman Coppola, y los actores Stephen Dorff y Elle Fanning para hablar de su última película, Somewhere.
      La rueda de prensa empezó con cierto retraso debido al caos provocado por la lluvia, y los protagonistas parecían tan contentos de estar allí como poco interesados en contagiar su alegría. "¿Quién es mi personaje? Bueno, Sofia Coppola lo sabe mejor que yo porque ella escribió la película. Pero creo que Johnny Marco es una estrella de Hollywood metida en un estilo de vida endiablado. De repente todo cambia cuando empieza a pasar más tiempo con su hija. Es la historia de alguien que se transforma finalmente en un hombre. El guión era maravilloso así que solo puedo decir 'Grazie", se arrancó Stephen Dorff, un actor que hace años conoció mejores momentos en la industria cinematográfica con títulos como Sangre y vino.

      "Solo he pretendido mostrar el 'show business", según la directora

      Stephen Dorff: "Es el papel que llevaba esperando toda mi vida"
      A su lado, Stephen Dorff aseguraba: "Este es mucho más que el rol soñado, es el papel que llevaba esperando toda mi vida. Estoy trabajando desde hace mucho tiempo, y sin embargo, desde el instante en que Sofia me llamó pensé que era el personaje perfecto en el momento perfecto. Ha sido la experiencia más increíble que he tenido desde que me dedico a la interpretación". Lo cierto es que Dorff juega a la perfección en una liga difícil y no sería extraño verle compitiendo por premios importantes gracias a un personaje que en el papel parecería aburrido y que en su traslación a la gran pantalla convierte su insoportable levedad en algo trascendente. "Cuando empecé a escribir el guión, Stephen me vino a la cabeza y pensé que era el tipo perfecto para este papel: con un montón de talento aunque también mucho corazón y sinceridad", confesaba Coppola regalándole los oídos a un Dorff de aspecto radiante.

      La feminidad de Coppola y su militancia en el mundo de las directoras también fue motivo de interrogación: "No pienso en ello cuando hago una película. Obviamente me alegro de que cada vez haya más mujeres directoras en el mundo del cine", respondió como para sacárselo de encima y sin entrar en más detalles. Para detalles -parecía decir- echadle un vistazo a Somewhere. Lo cierto es que el aplauso entusiasmado (muy diferente al trato de cortesía que recibió hace un par de días Julian Schnabel en esta misma sala) de la prensa para el equipo de la película parece presagiar algo bueno.Somewhere nace y se hace en las mismas coordenadas que regían Lost in translation y brilla en toda su extensión. Y todo -dicho sea de paso- con un esqueleto argumental del grosor de un papel de fumar.
      A su lado la pequeña Emma Fanning, hermana de otra actriz, Dakota, asistía maravillada a las idas y venidas de periodistas y cineastas, sin responder a nadie (ya que nadie le preguntaba) y emocionada cuando le tocó por fin encender su micrófono y contar sus impresiones de un personaje al que hace respirar con naturalidad desarmante. Un papel que parece sentarle como un traje a medida: "Yo veía a mi personaje como una niña de 11 años, normal y corriente, y al mismo tiempo como alguien cuyos padres se han divorciado y pasa por un periodo difícil", acertó a responder con voz firme y pose profesional la nueva niña prodigio de Hollywood.
      Ya de paso le preguntaron a la directora si tenía un Ferrari (el protagonista del filme conduce uno) y por su visión de Italia. Coppola hizo un doble regate y acabó contestando otra pregunta, probablemente más interesante que la original. "Solo he pretendido mostrar el mundo del show business, que es igual en todo el mundo -no importa donde vayas-. Es un universo que conozco muy bien". Los 20 minutos que duró el acto no dieron para mucho más y los responsables de Somewhere emprendieron la huida tras dos discursos de sendos periodistas italianos que en realidad no contenían ninguna pregunta. Coppola ni se inmutó. Y los demás, tampoco.



      domingo, 7 de marzo de 2010

      Guionistas / Las neuronas de la caja tonta



      Las neuronas de la caja tonta


      Han conseguido que nos enganchemos de nuevo a la tele. Alan Ball, David Simon y Stephen Merchant mueven los hilos de exitosas series como 'A dos metros bajo tierra', 'The wire' y 'The office'. Tres de los creadores más importantes de la historia del medio revelan los secretos de los guiones que han revolucionado el universo catódico.

      Toni García
      7 de marzo de 2010


      Vale, los buenos siempre ganan, y los malos siempre reciben lo que se merecen. Muchas gracias ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? Que ya estamos creciditos, ¿eh? Buscamos algo distinto. Si todo eso que predican fuera verdad, algún ex presidente de este país estaría ahora mismo en la cárcel". Alan Ball (Atlanta, 1957), café en mano, clama contra la podredumbre de las cadenas generalistas estadounidenses cuando se le pregunta por qué así, de sopetón, la televisión parece el súmmum, la meta, lo máximo a lo que un creador como Dios manda puede aspirar. "Hace más o menos una década, a alguien se le ocurrió que a lo mejor el modelo de negocio que promulgaban las grandes cadenas de televisión no funcionaba como debería, que había que impulsar otros sistemas de gestión. De repente descubrimos que el cable podía ser una apuesta tan buena como la que ofrece el formato tradicional. ¿Revolución? Puede ser. Yo diría que mientras unos decidieron apostar por el riesgo, otros empezaron a encerrarse en su burbuja y a facturar productos cada vez menos relevantes, creyendo que así estarían a salvo. Obviamente, la filosofía ha resultado ser absurda, y la verdad es que no me importaría ver desaparecer a las grandes cadenas [risas]. Amigos, así es la vida".



      El exabrupto "que se joda el espectador medio" parece estar de moda
      "El mérito no es tanto de la gente del medio, sino de la propia televisión"

      La oficina de Ball está forrada de diplomas, menciones y premios (aunque la estatuilla a mejor guión que ganó en los Oscar de 2000 por la película American beauty no se ve por ninguna parte). Al otro lado de la puerta, donde su asistente se pelea con una montaña de papeles, el teléfono no para de sonar. Desde que, hace nueve años, este sureño bordó su nombre en el inconsciente de todos los aficionados a la buena televisión con la serie A dos metros bajo tierra, su apellido se ha convertido en garantía de éxito. Ball forma parte de esa élite de creadores empeñados en reivindicar un medio que hasta hace apenas una década encajaba golpes como un boxeador incapaz de resistir los envites de la mediocridad.
      Pero el padre de True blood (otra serie llamada a sentar cátedra) no llegó solo a la guerra. Le acompañaban otros nombres ilustres: David Milch (Deadwood), Ryan Murphy (Nip & Tuck, Glee), David Chase (Los Soprano), Shawn Ryan (The Shield) o quien podría ser el Padrino del sector, un hombre llamado David Simon (Washington, 1960), creador de lo que para muchos es el Santo Grial de la caja tonta: The wire.
      "¿Francamente? Me importa un pito lo de Jay Leno [uno de los presentadores estrella de la NBC, ahora con graves problemas de audiencia], o el fracaso de la televisión convencional, o que no sepan qué hacer con sus respectivas parrillas. Como escritor de dramas, lo único que quiero es ver más series dramáticas en la pequeña pantalla, más calidad, más coraje. Estoy harto de que todos traten de cubrirse las espaldas invirtiendo cada vez menos esperando lograr más. Eso se acabó". Simon es un hombre con fama de no tener pelos en la lengua y de ser poco amigo de los rodeos, las medias verdades o el peloteo: "¿Sabes lo que de verdad me preocupa y una de mis obsesiones cuando se trata de televisión? Todo ese rollo de los políticos cuando hablan de la verdadera América, la América de los valores la America rural. Lo cierto es que el 80% de los americanos vivimos en ciudades y entornos urbanos. Ésa es la gente que me importa, y desde que empecé he escrito para ellos". El ex periodista reflexiona sobre todo ello en una habitación de un hotel de Pasadena, donde cada seis meses se celebran los TCA, unas jornadas organizadas por la prensa del sector para pasar revista a las novedades. Si de algo puede presumir Simon es de haber arrastrado hasta el medio a una marea de escépticos para los que la tele era un enemigo, la idiotez al cuadrado. "No lo sé, la verdad es que no tengo ni idea de lo que conseguimos o dejamos de conseguir. Creo que nosotros hicimos la serie que buscábamos. La hicimos exactamente como queríamos. Nunca tuvimos que cambiar ni una maldita línea, ni amoldarnos a nada ni nadie".
      "¿Que si yo creo que he cambiado la televisión? Eso no es una pregunta para mí. Lo que puedo decirte es que, antes de santificarme, te leas lo que escribieron del episodio piloto de The wire [las críticas primerizas de la serie la tachaban de "aburrida" y "sin futuro"], sólo para que lo tengas claro", prosigue el ex periodista del Baltimore Sun.
      El famoso exabrupto de Simon, "que se joda el espectador medio", parece estar ahora de moda. "Nos equivocamos si creemos que haciéndolo todo más simple captaremos más atención, del mismo modo que nos equivocamos cuando creemos que todo es para todo el mundo. El espectador no puede condicionar la escritura: si el producto es bueno, la audiencia responderá; pero incluso si no es así, uno debe hacer las cosas tal como cree que deben hacerse", insiste el de Washington, que está a punto de estrenar su nueva propuesta para HBO, Treme, un retrato de lo que significó el paso del huracán Katrinapara la ciudad de Nueva Orleans. "Esta serie no tiene nada que ver con lo que he hecho anteriormente. Creo que lo mejor de escribir para televisión tiene que ver con la posibilidad de meterte en cualquier mundo, por específico que éste pueda parecer, y de desarrollar tu idea sin prisa".
      Ball está de acuerdo: "El cambio se produjo cuando las personas que trabajaban en televisión se dieron cuenta de que el medio no era ninguna limitación ni una ventaja, y que haciendo productos atrevidos, innovadores, valientes o hasta descabellados se abría un hueco que hasta ese momento no existía. Desarrollar un proyecto sin preocuparte de que en cualquier momento alguien te llame y te diga que ya puedes ir haciendo las maletas es algo fabuloso. Y algo de eso se ha conseguido en los últimos 10 años aproximadamente, gracias a ese cambio que comentaba antes".
      Lo cierto es que hasta la llegada de lo que podríamos llamar insurgencia, representada por los nombres propios antes mencionados y por algunas cadenas, pero especialmente por HBO, la televisión era un cementerio de elefantes. "A mí me encanta el cine, pero en televisión me encuentro muy cómodo, y creo que algunos de los mejores escritores del mundo del espectáculo se encuentran ahora en el sector. Mira Mad MenBreaking bad o South Park; son magníficos ejemplos de lo que puede hacerse en televisión sin renunciar a nada", prosigue Ball.
      La contribución europea al universo catódico, aunque más humilde, tampoco es desdeñable (más bien al contrario) y lleva sello británico. "No sé si cambiamos algo, pero demostramos que podía hacerse algo distinto", dice Stephen Merchant (Bristol, 1974). En 2001, Merchant y su socio, el actor Ricky Gervais, le dieron la vuelta al mundo de la comedia televisiva como si fuera un calcetín con una serie cuyo título no prometía grandes logros: The office (La oficina).
      El humor casi costumbrista de la propuesta, un tratamiento con honores de documental y hombreras de reality, convirtió a The office en un bombazo imprevisible, y hasta en Estados Unidos se animaron a hacer un remake de la serie con personajes locales y liderazgo de otro comediante con galones, el magnífico Steve Carell. "Lo que hicimos con The office fue hablar de un tema universal. Piénsalo bien: de repente llegas a casa y en la tele hay un jefe impresentable que trata a sus empleados como si fuesen imbéciles; hay un tipo enamorado de la secretaria y el tío que se pasa el día haciendo la pelota al superior. Todos hemos vivido eso de una u otra manera. Así que, sentado en el sofá, con tu lata de cerveza, piensas: 'Joder, no estoy solo [risas]".
      Merchant saluda a Simon cinco minutos antes de esta entrevista ("ese tipo es un genio", dice) y acomoda sus dos metros de altura en una silla de la terraza del Langham Hotel, cerca de Los Ángeles. "Ya no existe toda esa reticencia con la televisión, pero paradójicamente creo que el mérito no es tanto de la gente que trabaja en el medio, sino de la propia televisión, que finalmente se ha atrevido a ir un paso más lejos", afirma Merchant, quien empezó su andadura en la BBC para luego pasar a HBO (con la serie Extras) y posteriormente al cine, donde está a punto de estrenar Cemetery Junction, que escribe, dirige y protagoniza junto a su partenaire de siempre, el mencionado Gervais.
      Curiosamente, los currículos de estos creadores antes de acabar aterrizando en la pequeña pantalla no pueden ser más dispares. Simon era un reputado plumilla del Sun de Baltimore, famoso por su capacidad para husmear en los bajos fondos y sus contactos en todos los ámbitos. Así, investigando, fue como conoció a Ed Burns, un policía que vislumbró en el reportero a un cómplice perfecto para remover conciencias y con el que -a la postre- alumbró The wire. Merchant, en cambio, era un simple monologuista de Bristol y posteriormente fue un hombre de radio (allí entró en contacto con Ricky Gervais, quien le contrató) cuya mala leche acabó por generar un récord mundial: el de la emisión más bajada (en formato podcast), con un total de tres millones de descargas. El espacio en cuestión, The Ricky Gervais Show, ha sido adaptado por la HBO añadiéndole una mano de pintura (léase "animación") y estrenado hace unas semanas en la cadena por cable.
      Ball, por su parte, estaba concentrado en las tablas del teatro, escribiendo sin parar desde 1980. Adquirió fama como dramaturgo, primero durante seis años en Florida y posteriormente en Nueva York. Sin embargo, y según Ball, el momento que más influencia tuvo en su carrera posterior fue la muerte de su hermana en un accidente de coche cuando le llevaba a él al colegio.
      Así pues, el factor común en estos tres gurús del medio es el total desconocimiento del terreno al que se incorporaban y consecuentemente la ausencia de prejuicios a la hora de enfrentarse al mismo.
      Los otros grandes hallazgos que el trío comparte son su escepticismo a ultranza y su alergia a los mecanismos clásicos del ámbito: Merchant analiza desde un punto de vista casi forense el microcosmos de una oficina. Y aunque la comedia parece ser la base primordial de la serie, el propio devenir de la misma acaba transformándola en un drama bigger than life (una perversión de géneros francamente compleja). La excusa es el rodaje de un documental con trazos de reality, lo cual permite al creador observar sin implicarse (aunque la observación, como dicta la historia, acabe modificando la conducta de los observados), un recurso apto para incrédulos que resultó ser una arma: si la comedia televisiva moderna había pecado siempre de excesiva indulgencia para con el espectador, The office resultó ser todo lo contrario.
      Simon elabora por su parte un alambicado discurso donde el sistema (político, educativo, policial, incluso el que crece en paralelo al propio sistema) es examinado a través de un microscopio. El de Washington insiste en remarcar que no se puede confiar en el sistema? ni en la falta de él. Un discurso que remite a los viejos maestros del periodismo para los que no había noticias buenas o malas, sino simplemente noticias, pero que resultaban ser implacables a la hora de meterle mano a una historia.
      El mismo bisturí que Simon metía en las rendijas de los despachos donde se decide el destino del ciudadano de a pie lo utilizaba Ball para escarbar en las bisagras que articulan a la institución por excelencia: la familia. Su trabajo tanto en American beauty como en A dos metros bajo tierra es un completo muestrario de las contradicciones que habitan en el núcleo básico de cualquier sociedad. Para el guionista, pervertir el tópico y retorcer los roles clásicos que nos empeñamos en ocupar a diario parece coser y cantar: estamos perdidos en nuestra propia brújula, y a Ball le gusta recordárnoslo.
      Ball, Merchant o Simon fueron algunos de los pioneros al transformar el triciclo en una motocicleta de gran cilindrada. Siguen aquí, en el medio que los vio crecer. Y, como pasa en las películas bélicas con final feliz, los refuerzos ya han llegado: Mathew Weiner (Mad Men), Kurt Sutter (Sons of anarchy), Bear McReary (Battlestar Galactica) o Chuck Lorre y Bill Prady (The Big Bang theory) están dispuestos a demostrar que lo de sus antecesores no ha sido flor de un día.
      * Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 7 de marzo de 2010