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domingo, 3 de septiembre de 2023

Cees Nooteboom / “Soy parte de un mundo que está desapareciendo”




Nooteboom, en un momento de la conversación./TOLO MERCADAL

Cees Nooteboom, escritor: “Soy parte de un mundo que está desapareciendo”

El autor holandés, de corazón cosmopolita y errante, reflexiona desde su retiro estival menorquín sobre un mundo cambiante, un presente cada vez más efímero y las lecturas que nunca le abandonan. 'Círculos infinitos. Viajes a Japón' es su libro más reciente

Juan Cruz
3 de agosto de 2023

Este es Cees Nooteboom. Está sentado, pensativo, risueño, en su estudio rectangular, en medio del silencio de San Luis, Menorca, ante las paredes desnudas, frente a los libros clásicos con los que celebra el rigor y la alegría de su propia literatura, premiada en todo el mundo, editada en España desde hace medio siglo, mimada con el rigor que merece un clásico por la editorial Siruela, donde ahora Cees acaba de publicar Círculos infinitos. Viajes a Japón.

Cees Nooteboom / Alemania ha superado su pasado. España no


Cees Nooteboom: 

“Alemania ha superado su pasado. España no”

El autor holandés creció bajo la sombra de la ocupación alemana y se convirtió en referente europeo sobre Berlín, su pasado y sus misterios.

Viajero, poeta y novelista incansable a sus 81 años, cuenta a Babelia por qué un escritor debe aprender a convivir con su silencio.




Cees Nooteboom posa en el parque del Retiro de Madrid. /BERNARDO PÉREZ
Podíamos haber abordado esta historia como se aborda la historia: con método, con ciencia, con especialistas. Habría sido interesante, académico, irrebatible y digno de alguna irreprochable tesis doctoral más, por qué no. Pero había otra opción: hacerlo de la mano de un poeta que jamás se graduó, que no pudo con las matemáticas y que, por no entenderlas, se inventó sus propias reglas, su lógica. Cees Nooteboom (La Haya, 1933) se bebió el mundo viajando, aprendió idiomas escuchando a camioneros que poco sabían de gramática mientras se licenciaba en baches haciendo autoestop y se convirtió en autor sin darse cuenta. Sin planes.
Por eso, y porque escribió dos obras necesarias sobre Berlín y las cicatrices europeas (El día de todas las almas y Noticias de Berlín,ambas en Siruela), elegimos abordarlo a su manera.

Cees Nooteboom / El mundo está lleno de maravillas

Cees Nooteboom


Cees Nooteboom: "El mundo está lleno de maravillas"


El escritor holandés habla en esta entrevista de sus dos últimas obras y de los temas que lo obsesionan. Además, un adelanto exclusivo de Cartas a Poseidón, el libro que terminó de escribir hace pocos días, y un ensayo sobre el Quijote, en el que reflexiona acerca de la crueldad

Por Verónica Chiaravalli 
LA NACION
10 de febrero de 2012



En 1992, durante un simposio organizado en Múnich con el título "El giro de la literatura", el escritor holandés Cees Nooteboom (que ante la solemnidad declina inevitablemente hacia el tedio y sólo revive por la alegría de una paradoja o la posibilidad de alguna amable ironía) invirtió los términos del problema propuesto y planteó: "¿Creen ustedes realmente en la literatura? Porque, en ese caso, quizás habrían hecho la pregunta inversa: ?¿En qué medida depende la realidad de la literatura?'". Respuesta: "Sin Homero no habría guerra de Troya, sin Balzac no habría burguesía francesa del siglo XIX, sin Joyce no habría Dublín, sin Shakespeare no habría Ricardo III, sin Musil no habría monarquía austro-húngara". Sin Nooteboom, podríamos agregar, no habría montañas en Holanda (que la topografía niega pero allí están, en el título del libro En las montañas de Holanda ), ni un hotel con base en Shangri-La desde donde se puede ver la Estatua de la Libertad envuelta en la medianoche de Manhattan (el "Hotel Nooteboom", integrante de la cadena de relatos Hotel Nómada ); sin Nooteboom no habría conmovedoras resonancias socráticas en la muerte de un humilde profesor de griego y latín ( La historia siguiente , premio Grinzane Cavour), ni zorros nocturnos como heraldos de la muerte, zorros no del todo reales, acaso rojizos, metonimia del cabello de la hermosa mujer que en los últimos segundos de su vida siente por sí misma y por primera vez un amor lleno de compasión y serenidad ( Los zorros vienen de noche ).

sábado, 26 de agosto de 2023

Cees Nooteboom / El punto extremo



Cees Nooteboom
El punto extremo


    «Eso no es cosa de mujeres», dijo mi padre. «Son los hombres los que viajan al punto extremo, nunca las mujeres». Pero yo me negué a escucharle. En las islas existen muchos puntos extremos, más que en tierra firme. En esta isla, mi punto extremo favorito es Punta Nati, sobre todo cuando hace mal tiempo. Siempre que la tramontana doblega los árboles, sé que tengo que salir. Me pongo ropa de lluvia y abandono la ciudad. No es una ciudad muy grande, enseguida se llega a los edificios de la zona industrial. Unos hombres trajinan con carretillas elevadoras, trasladando cajas y baúles. Cada vez que retroceden, los vehículos emiten un sonido alto, monótono y repetitivo. Es como si sufrieran y no pudieran expresar su dolor. Sigo oyendo ese sonido cuando llego al angosto camino que va hacia el norte. El viento empieza a arreciar, me obliga a inclinar la cabeza como un sirviente. Me agita los cabellos. Si quisiera mirar al viento de cara no podría, tengo los ojos bañados en lágrimas. El camino está flanqueado por muros construidos con las piedras que aquí yacen por doquier en la tierra. El resto de la isla es verde, sólo este rincón es una llanura árida. No hay árboles. Los escasos matorrales están duros y resecos, el viento doblega hacia el sur sus formas caprichosas. Los corderos que pastan entre las rocas apenas encuentran alimento. Hay que caminar dos horas, lo sé, pero nunca estoy pendiente del tiempo. «Un minuto o una hora ¿qué más da? ¿Por qué quieres saberlo?», solía preguntar mi padre. Él ya murió. Me hubiera gustado explicarle el porqué, pero nunca fui capaz. Sólo lo sé cuando estoy en este lugar, pero después no consigo verbalizarlo. Hay rocas por todas partes. Nubes de tormenta intercaladas con zonas de luz. De repente el paisaje pedregoso se ilumina con un extraño resplandor. Oro muerto. Para librarse de tanta piedra, los campesinos levantaron en su día unas construcciones circulares que carecen de utilidad. Yo fantaseo con la idea de que en ellas vive una gente diferente de nosotros, aunque sé que no es verdad. Nunca se ve ni un alma por ahí y los campos de cultivo fueron abandonados hace ya mucho tiempo, porque no crecía nada en esta tierra. Al final del camino hay un faro con un par de edificios anexos. No hay farero, los edificios están deshabitados. El gran faro giratorio se acciona a distancia y se enciende automáticamente cuando se pone el sol. Antaño naufragaban en esta zona muchas embarcaciones. Yo me sé los nombres de esas embarcaciones. Mientras camino las voy recitando, como una letanía. El acceso al terreno del faro, rodeado de muros, está prohibido, pero sé que puedo entrar. A medida que me acerco, oigo el rumor del mar, furia y júbilo. Yo vengo aquí para bailar, eso no puedo contárselo a mi padre. El viento baila conmigo, me sostiene, me tira del cuerpo, de un modo brutal e irresistible, y yo me dejo llevar procurando que no me arroje al suelo. Las rocas son muy afiladas aquí, a veces me golpeo contra ellas y me arañan. Antes siempre tenía que ocultar esas heridas. Por aquel entonces había un camino que iba del faro hasta la ensenada, donde el mar, muy al fondo, se agita con furia. El camino es hoy una pista borrosa porque ya no viene nadie por aquí. Las rocas traicioneras apenas te dejan transitar. No hay nada a que agarrarse, pero yo quiero llegar al borde, quiero adentrarme en esa furia extática. Marejada, eso es lo que es, guerra, peligro. Grandes extensiones grises que se elevan y se precipitan contra las rocas. Se alzan con una ondulación gigantesca y luego se ahuecan por dentro como si quisieran emprender el vuelo. El gris contiene toda suerte de matices, desde el gris azulado con el falso brillo del petróleo hasta el negro apagado como un sudario. La furia del mar. La espuma que azota las rocas parece detenerse un instante en vertical contra el cielo gris, hasta que se desmorona de nuevo y se retira para embestir con más ímpetu. Latigazos, gritos de titanes. Esta es la razón por la que acudo a este lugar, por los gritos. En un primer momento me siento cohibida, a pesar de que no hay nadie que pueda verme u oírme. Pero enseguida empiezo a reaccionar y respondo al mar con mis gritos. Unos gritos al principio contenidos, aún no me oigo a mí misma, y luego cada vez más fuertes. Contesto a los gritos con mis gritos, con chillidos más fuertes que los de cien gaviotas, les grito a los náufragos que perecieron en este lugar, les llamo y ellos me llaman a mí. Quisiera desaparecer en las profundidades de este mar, perderme en el vaivén de las olas, y sé que no es posible, que el baile se ha acabado, que regresaré por el largo camino, perseguida por los latigazos del viento, flagelada por haber sido de nuevo demasiado débil. Tocada por la tramontana, dice la gente de por aquí, queriendo decir que has perdido la chaveta. Pero no, no es eso, yo sé exactamente qué me pasa. Fui feliz pero ya no hay nadie a quien pueda contárselo. Debo esperar a que la tormenta y el mar me convoquen de nuevo al punto extremo. Así lo hemos acordado.


Cees Noteboom
Los zorros vienen de noche

Cees Nooteboom / La última tarde







Cees Nooteboom
La última tarde

    Él murió de repente.
    Ella recordaría para siempre aquel instante, porque llegó acompañado de unas imágenes muy nítidas. Era septiembre, el sol ya bajo, la sombra del ciprés rozaba el muro del jardín, la tortuga avanzaba lentamente en dirección al hibisco en busca de la primera flor caída. Aquello era un pacto entre ella y la tortuga. Siempre a última hora de la tarde, que a su vez era la antesala de la noche. En Cerdeña oscurecía antes que en Holanda, pues estaba más cerca del ecuador. Fue él quien se lo explicó. El movimiento de la luz siempre le interesó. La luz tenía vida. Hablaba de ella como de un ser humano que uno aprecia y con el que mantiene una relación personal. Había días en los que él estaba inquieto. Esos días sucedía algo con la luz que ella naturalmente no era capaz de percibir. Siempre había sentido que él vivía rodeado de cosas invisibles, cosas que ella no era capaz de captar ni de describir. Habían estado juntos tres años. Sus mundos nunca tuvieron nada que ver, lo único que les unía era su voluntad de no vivir en Holanda y el hecho de trabajar en casa, en la vieja granja. Se habían conocido casualmente. Un hombre montado a caballo que miró hacia su jardín por encima del pequeño muro y la saludó con la mano.

Cees Nooteboom / Góndolas


Cees Nooteboom
GÓNDOLAS
Traducción de Isabel-Clara Lorda Vidal
Las góndolas son atávicas. No recordaba dónde lo había leído ni le apetecía pensar en ello por temor a que se desvaneciera la emoción del instante. Un sol bajo, la forma de ave negra de una góndola en la neblina de la laguna, los bolardos negros perdiéndose en la lejanía, en la otra orilla invisible del agua, como una solitaria falange de soldados en misión de muerte, y él aquí en la Riva degli Schiavoni, con una foto amarillenta, medio rasgada, en la mano. Si eso no es emoción… Fue en ese lugar aproximadamente donde amarró la góndola y fue en esos escalones o en los de más allá, cerca de la estatua de la partisana fusilada medio sumergida en el agua, donde desembarcaron. El tiempo era similar al de ahora, según se deducía de la fotografía. Se sentaron en los escalones, y al poco apareció un joven oficial para decirles, mientras señalaba un rótulo, que los escalones estaban reservados para la Policía de Aguas y que debían desocuparlos. Así que debía buscar aquel rótulo, seguro que no era muy difícil encontrarlo.

sábado, 8 de marzo de 2014

Cees Noteboom / Paul Theroux / Viajes cruzados

Cees Noteboom


Cees Noteboom y Paul Theroux, 

viajes cruzados

El escritor holandés y el estadounidense comparten sus experiencias literarias



Encuentro entre Cees Noteboom y Paul Theroux. / ALVARO GARCIA




El escritor Paul Theroux, nacido en Massachussets en 1941, estaba ayer feliz aunque había dormido poco, en su hotel junto a la casa en la que vivió su admirado Pío Baroja. Se despertó de madrugada, para ver, “feliz”, el triunfo de Obama; desayunó y en seguida se fue a encontrar, en un hotel de toreros y escritores, a su colega Cees Noteboom, nacido en La Haya en 1933. Con él compartió, en seguida, la felicidad por el triunfo del presidente norteamericano en las urnas. Su destino, como autores, es el viaje, y la consecuencia de sus largos trayectos es la literatura.
Pero antes de hablar de la sustancia de su escritura, Theroux compartió con Noteboom la crónica de un drama que finalmente resolvió. Hace treinta era íntimo amigo de Vidia Naipaul. Rompieron, Theroux escribió un descarnado retrato de quien luego sería Premio Nobel y la amistad se acabó del todo para siempre. Hace año y medio Ian McEwan descubrió a Sir Vidia entre los asistentes al Hay Festival de Gales e incitó a Paul a saludarlo. “La vida es muy corta, conviene que lo hagas”, le dijo entonces.
Theroux lo hizo. Vidia, “ya un hombre muy débil”, tomó sus manos, “también él tenía ganas de encontrarme, me dijo”. El fotógrafo Daniel Mordzinski inmortalizó el instante. Paul Theroux se tomó luego “diez expresos para recuperarme de la impresión que me produjo el reencuentro”. Luego se escribieron. Theroux le recita de memoria a Noteboom la carta que recibió, con puntos y comas. “Años antes lo conforté por la muerte de un hermano suyo. En su carta me decía que ese reencuentro le hizo recordar aquella carta”. No volvieron a transitarse, pero ese fue un momento culminante de su vida. “Ian tenía razón. La vida es demasiado corta, había que reencontrarse con aquel viejo amigo”, recuerda hoy.
Theroux habla con pasión, como viaja, pero en este momento, cuando un suspiro pone final a su recuento, mira a Noteboom, como si quisiera ver en la cara de este el efecto que en él mismo hizo aquella historia. Luego hablarían de viajes, del viaje interior, “hacia los climas”, de Noteboom, y del viaje “hacia la gente” del autor de El gran bazar del ferrocarril.
El escritor holandés, que viaja con su mujer, convirtió el camino de Santiago en un símbolo laico del alma de Europa; se fija en los símbolos que marcan las señales de la tierra, mientras que el estadounidense, trotamundos solitario, viaja siempre fijándose en las personas, “incluso las historias de ficción las imagino llenas de gente, y es con la gente con la que me encuentro como entiendo los países que visito”.
La literatura surge tras el viaje; usan mapas, deciden visitar lugares lejanos (ahora están preocupados: el fundamentalismo ha vedado la entrada a muchos países, “el mundo tiene más fronteras”, dice Noteboom), pero el libro se va haciendo con el recuerdo de lo que vieron, “ese es nuestro sedimento, el recuerdo”. El autor de Perdido el Paraíso recuerda situaciones, y a partir de esos datos reconstruye sus descubrimientos, mientras que Theroux (y esto le maravilla a su colega) es capaz de recordar conversaciones enteras, como demuestra en su libro sobre Naipaul y como le demostró a su amigo holandés recitando, palabra por palabra, como la carta que le dirigió Sir Vidia, lo que Cees dijo la primera vez que se vieron.
“El diálogo te descubre un país”, dice Paul Theroux, que ayer por la mañana, sin embargo, se iba al Museo del Prado para dialogar con las pinturas negras de Francisco de Goya y para ver una vez más su cuadro favorito, el perro semihundido de Goya, “acaso una expresión del pesimismo en todos los tiempos”. Son las suyas dos actitudes alejadas: a Paul Theroux le gusta viajar hablando, Cees Noteboom trata de “recuperar mirando el espíritu de la gente”.
Los dos han venido a Madrid, invitados por la Fundación Barreiros y la Fundación Mapfre, a hablar de la literatura y el automóvil, “ese invento”, dicen los dos, “que tan feliz nos ha hecho a los viajeros”. Ya que están aquí, les pido una rápida mirada al semblante español de este tiempo. Noteboom: “Vi el cambio entre el franquismo y la explosión económica que llevaba a los caballeros a beber whisky antes de comer. Ahora la cosa está mal, pero hay esperanza en que Europa se recupere”. A Theroux le parece una buena noticia que Barack Obama siga gobernando: “Eso es muy importante para que esta parte del mundo salve el ánimo”.
Los dos escritores tienen libros recientes en la mesa de novedades. Siruela acaba de publicar Tenía mil vidas y elegí una sola (Noteboom en diálogo con el filósofo Rüdiger Safranski) y la última obra antológica de recuerdos trotamundos de Theroux (El Tao del viajero) ha aparecido recientemente en la editorial Alfaguara.

http://cultura.elpais.com/cultura/2012/11/08/actualidad/1352353206_543834.html

martes, 18 de octubre de 2011

Cees Nooteboom / El holandés errante

Cees Noteboom
Medellín, 2011
Fotografía de Triunfo Arciniegas
Cees Nooteboom
EL HOLANDÉS ERRANTE

Por Jorge Fondebrider
Revista Eñe
Buenos Aires, 26 de agosto de 2011




Viajero incansable desde que era un adolescente y escritor prolífico, durante los últimos años, Cees Nooteboom, el holandés que más suena para el Nobel recorrió el mundo detrás de una obsesión: visitar las tumbas de los autores y filósofos que admira. De eso habla en esta charla en la que también repasa, con profundidad, humor e inteligencia, su vida durante la Segunda Guerra, su concepción de Europa y cuenta sus viajes a la Argentina, entre ellos éste que lo trae al Filba (Feria Internacional de Literatura de Buenos Aires).


Cees Nooteboom pertenece a una estirpe de escritores europeos que, como Elias Canetti o John Berger, se relaciona más con una suma de tradiciones fundamentalmente europeas que con una única nación. Muchas veces candidato al Premio Nobel de Literatura, es autor de más de cincuenta títulos, serie que comienza con la publicación de Philip y los otros (1954,  traducido al castellano en 2010) y llega hasta Los zorros vienen de noche (2011). Sus novelas, cuentos, relatos, poemas, libros de viajes y ensayos son todos géneros que confluyen en Tumbas de poetas y pensadores (2007), realizado en co-autoría con su esposa, la fotógrafa Simone Sassen, con quien ha recorrido el mundo entero para visitar las sepulturas de grandes escritores y filósofos de todas las épocas. Cuando se le pregunta cuál fue el origen de ese libro, Nooteboom responde: “El origen fue mi amor por Proust”, y ahí comienza una de las tantas historias que, dada la naturaleza digresiva de su charla, quedará contada a medias.
Sí, fuimos al cementerio de Pere Lachaise, en París, y yo le pedí a mi mujer que tomase una foto de la tumba de Proust. Y como salió muy linda, uno empieza a pensar… Después en los Estados Unidos, fuimos a la tumba del poeta Wallace Stevens, por quien siento un gran amor y... dicho sea de paso, descubrí en la revista Sur que Borges ya lo había traducido en 1944. Es increíble que estando en Buenos Aires, él lo haya encontrado en una fecha tan temprana.
-Permítame decirle que Borges reseñó “At Swim Two Birds”, la primera novela del irlandés Flann O’Brien, en 1938, seis meses después de su publicación en Dublín, cuando casi nadie se había enterado sobre la existencia de ese autor y de ese libro.
-Sí, sé que esas cosas están saliendo a la luz. Y es asombroso, porque en esa época no existía el New York Review of Books, no había Internet, por lo que el mérito es todavía mayor. A ver si me explico mejor: jamás diría que Buenos Aires en esa época estaba alejada del mundo, pero convengamos que estaba más concentrada en París que en los países de lengua inglesa. Por eso me resulta tan asombroso lo de Borges. ¿Cómo hacía para descubrir esas cosas? Porque puedo entender incluso que se interesara por Faulkner, pero me intriga saber cómo descubrió a Wallace Stevens.
-¿Y usted, qué es lo que encuentra en Wallace Stevens?
-Me fascina porque creo que era un filósofo –y no uno cualquiera– que consiguió llevar muy bien su pensamiento a la poesía. Como usted sabrá era un hombre de negocios, también un hombre de derecha. Y sin embargo, nada de eso importa cuando uno lo lee… Bueno, se podría llegar a creer que Stevens era cosmopolita porque, aparentemente sabía todo sobre la vanguardia francesa, pero lo curioso es que nunca fue a Francia ni a ningún otro lado. Sólo viajó a Cuba, donde vivía ese hombre, Julio Feo. El y Stevens mantuvieron una correspondencia muy interesante. Las cartas del cubano empezaban siempre con “Dear Don Wallacio” Y este Julio Feo, que debió ser muy joven, le escribió sobre Proust. Stevens en su última carta dice algo sobre una vaca en su jardín. Stevens buscaba el contacto con la vida real. Y el joven de alguna manera se lo aportaba… En fin, las ideas de Stevens me parecen muy interesantes; en cierto modo, una ficción suprema.
-Volviendo a “Tumbas de poetas y pensadores”…
-Sí, claro. Llegó un momento en que tenía diez fotografías de tumbas de escritores famosos y me pregunté qué tal si hacía un libro con eso. Había entonces que buscar dónde estaban esos poetas y pensadores. Por ejemplo, yo había traducido a César Vallejo al neerlandés…
-Sé que tradujo a varios poetas…
-A Antonio Machado, a Jaime Gil de Biedma, del italiano lo traduje a Cesare Pavese…
-Pero volvamos a Vallejo.
-Sí, Vallejo también No todos sus libros, pero sí muchos poemas. ¿Y dónde estaba Vallejo? Me puse a buscar. Yo sabía que había vivido y muerto en París, pero, ¿dónde estaba enterrado? ¿Y dónde estaban Strindberg o Pushkin? Fui averiguando esas cosas poco a poco.
-¿Qué observó de particular en las tumbas?
-Diría que hay algo así como dos especies de tumbas. En las tumbas de los que yo llamo “escritores latinos” siempre hay algo así como altares animistas. En la tumba de Vallejo, que está en el cementerio de Montparnasse –el mismo cementerio donde está Julio Cortázar– había un lápiz, papel y, por curioso que parezca, guantes de lana. En la tumba de Cortázar alguien había puesto una botella de ajenjo. En la de Samuel Beckett –que no es latino, pero que para mí pertenece a ese grupo– había un libro. Y uno se pregunta qué piensa la gente. ¿Que a la medianoche sale Beckett y recoge el libro? Y Antonio Machado… Ah, Machado está en Colliure, en el sur de Francia. Delante de su tumba hay un buzón de cartas. Es un buzón oficial y, como cuando fui no había nadie, pude abrirlo un poquito. Había por lo menos unas diez cartas. Entonces, ¿qué piensa la gente que le deja cartas a Machado? ¿Qué las va a leer?
-¿Cuáles son las otras tumbas, ésas que no son “latinas”?
-Las alemanas, por ejemplo.
-¿Y cuál es su teoría respecto de las diferencias que hay entre las tumbas “latinas” y las “alemanas”?
-No tengo una teoría, aunque diría que los alemanes –tanto los católicos como los protestantes– no son propensos al animismo. Esas tumbas alemanas son más severas. Pero quizás la nomenclatura se preste a error, ¿no? Vea Eugenio Montale, por ejemplo. A pesar de que Montale es italiano y, por lo tanto, católico y latino, su tumba está en un muro y, en consecuencia, no puede hacerse nada con ella.
-¿Qué otras cosas registró?
-Los malentendidos. La tumba de Joseph Brodsky, por ejemplo, en el cementerio que hay en la isla de San Michele, cerca de Venecia. Ahí había una cruz católica, pero Brodsky era judío. Con Elías Canetti pasó lo mismo, en su tumba había una cruz. Y, fíjese, la segunda vez que fuimos a ese cementerio, un año más tarde, las cruces habían desaparecido y las tumbas tenían lápidas comunes.
-Entiendo que la tumba de Brodsky no está lejos de la tumba de Ezra Pound.
-Efectivamente, Brodsky está cerca de Pound y Canetti está muy cerca de Joyce.
-Es la división del inframundo.
-Usted sabe que Canetti estaba furioso porque se tenía que morir. Realmente furioso. Y se nota en su firma, que es la que usaron para su lápida. También, en el caso de Robert Graves usaron su firma para la lápida.
-¿Borges dónde entra?
-Bueno, la tumba de Borges, que está en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, tiene apenas una lápida. Lleva una inscripción en anglosajón. El que me tradujo lo que dice fue Alberto Manguel.
-¿Sabe que acaba de salir un libro justamente sobre ese tema? Se llama “Siete guerreros nortumbrios” y es de Martin Hadis.
-Tengo que tener ese libro también. Desde que llegué, ya me compré un libro sobre los familiares ingleses de Borges. Creo que se llama Literatos y excéntricos: los ancestros ingleses de Borges
-Es del mismo autor.
-Debe de estar obsesionado con Borges, ¿no? Pero esa gente siempre es interesante... ¿Sabe que en el libro de Bioy Casares sobre Borges se dice que, cuando Borges supo que se iba a morir rezó el padrenuestro en anglosajón, en inglés antiguo, después en francés y después en español. Dice eso. No sé de dónde sacó Bioy esa información. Dice que le llegó a través de un Jean-Pierre Bernès, que fue el editor de las obras completas publicadas por La Pléiade.
-¿En qué otros lugares estuvo buscando tumbas?
-En Samoa, para ver la tumba de Robert Louis Stevenson. Aprovechamos que estábamos en Japón. Desde allí fuimos a Tonga, que es donde se encuentra el extremo horario internacional. Por lo tanto, si usted vuela de Fidji a Tonga, son dos horas de vuelo. Pero si va de Tonga a Samoa, saliendo a las 4 de la tarde, llega a las 6 de la tarde del día anterior. Curioso, ¿no?
-Sin duda.
-La cuestión es que a Samoa fuimos sólo por Stevenson. Su tumba está en una montaña. Hasta allí cargaron el ataúd los aborígenes, atravesando la selva, trabajo que debió haber sido terrible.
-Y que bien podría ser una escena de una de las novelas de Stevenson.
-Pero la vista que tiene Stevenson desde donde está enterrado vale la pena. Es magnífica. Allá arriba, Stevenson está solo. De hecho, son varios los que están solos y sus tumbas son las más fáciles de fotografiar. Porque fotografiar tumbas es difícil, ya que la mayoría tiene otras tumbas a su alrededor que insisten en querer salir en las fotos. A partir de la disposición de las tumbas se podría hacer una especie de sociología de la muerte.
-¿Qué otros están solos?
-Por ejemplo, Baruj Spinoza, Paul Claudel y el vizconde de Chateaubriand. De este último tengo una anécdota. Resulta que él no quería su nombre en la tumba porque, por vanidad, pensaba que todo el mundo lo conocería. Pero yo vi que había franceses que llegaban y leían en la placa que hay junto a la tumba: “Aquí descansa un gran escritor francés. Respetad su silencio”. Y esas personas que estaban ahí se preguntaban de quién era la sepultura. Y no va uno y dice: “Ah, yo sé. Es la tumba de Maupassant”. Y yo pensé: “Bien hecho, esa es la recompensa a la vanidad”.
Nooteboom me cuenta que en el libro hay unas ochenta y tres tumbas, ordenadas por orden alfabético, y me aclara que faltan muchos. Cuando le pregunto por qué, me dice que por decisión de su editor alemán, quien le dijo que, dado que era un libro grande, con buen papel y buena impresión, iba a ser muy caro y nadie lo iba a poder comprar. “Entonces, paramos –me aclara–. Pero vamos a hacer un segundo libro.”
-¿Va a seguir viajando por el mundo como hasta ahora?
-Sí, claro. Toda mi vida viajé por el mundo. Empecé de joven, haciendo dedo por Europa.
-Justamente ahí quería llegar. Usted ha escrito mucho sobre el hecho de ser europeo. ¿Es consecuencia de su conocimiento empírico del mundo o algo a lo que llegó luego de una larga elaboración intelectual?
-Para contestarle tengo que ir más atrás y contarle algo que ya conté en varias oportunidades. El 10 de mayo de 1940 se produjo un bombardeo terrible muy cerca de nuestra casa. Como vivíamos al lado de un aeropuerto militar y mi padre era curioso, puso una silla en el balcón para ver el fuego sobre Rótterdam a lo lejos y a los paracaidistas que descendían sobre Holanda. Miraba como si aquello fuese un teatro y ante nosotros todo era devastación. Yo, que tenía 6 años, tuve mucho miedo, pero sobrevivimos. Sin embargo, a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, mi padre murió durante un bombardeo inglés sobre La Haya, que era donde vivíamos. Yo no estaba presente porque en el invierno de 1944 en las ciudades se pasaba mucha hambre y me habían mandado al campo con mi madre. Mi padre se murió a consecuencia de las heridas. Para cuando terminó la guerra, yo tenía 11 años y podía entender ciertas cosas. Después, viajando por mi cuenta, conocí Europa. Vi las ruinas de lo que había sido Alemania y descubrí que muchos no alcanzaban a comprender las consecuencias de lo que había pasado y de lo que habían hecho. No podían hacer el duelo. Lo único que podían hacer era decir: no lo sabíamos, no lo hicimos, no fui yo. Hasta que lentamente la cosa decantó. Y debo decir que ahí los alemanes resultaron ejemplares viendo lo que pasó y lo que sus padres o sus abuelos habían hecho. Fue entonces cuando surgió la idea de Europa para no repetir los errores de Versalles, que los castigó reduciéndolos a nada, lo que en su momento había dado origen a Hitler. Sin embargo, para entonces había una mitad de Europa que ahora estaba excluida. Tuve también otra experiencia que, diría, me forjó. Una noche de 1956 me encontré con dos fotógrafos, periodistas que me dijeron: “Hay una revolución en Hungría, ¿quierés venir? Tenés 10 minutos. Yo también era periodista y escritor en ciernes, y no pude rechazar la invitación. Cuando llegamos, lo que vi me cambió la vida y mi visión política. Ver a esos agentes de la policía secreta, mutilados en el suelo con dinero en la boca y la gente que los escupía. Y nosotros sabíamos que los rusos vendrían… Yo había sido izquierdista y estaba acostumbrado a estar del otro lado, pero después ocurrió eso. Recuerdo que hubo una reunión del sindicato de escritores que querían echar a un escritor comunista. Entonces les dije: están cometiendo el mismo error que ellos. Yo sabía que cuando los rusos cerraran la frontera estarían allí durante años. Y después, los cuerpos mutilados y los muertos en medio del movimiento de camiones y de soldados soviéticos que cerrarían el país por treinta años, mientras la OTAN y los Estados Unidos permanecían quietos. Haber visto eso y mi estancia en Berlín del Este, contribuyeron a que perdiera la inocencia. Después discutí muchísimo con mis amigos de izquierda.
-Usted me ha hablado del norte de Europa. ¿Cuándo descubrió el sur y qué le significó ese descubrimiento?
-Europa era un lugar triste cuando yo tenía 17 años y empezaba a viajar. Todavía estaba destruida, gris. Y yo empecé a hacer dedo. Recuerdo que fui a Arles y a Provenza –eso lo cuento en mi primera novela, un libro que ahora veo como muy inocente– y me dije que era así como había que vivir. Había luz, la comida. Y fui a Italia, que me pareció fantástica, una suerte de opera bufa. Y después a España que me enamoró a pesar de Franco. Ya ve, tengo de verdad una identidad europea.
-Sí, pero, ¿en qué consiste?
-En una serie de datos comunes que hacen que, cuando leo un diario en Italia, siendo holandés, sepa de qué se trata. También en poder leer a Franz Kafka, a Milan Kundera, o a Sandor Marai sobre una base de conocimiento compartido. Esa Europa, que los políticos torpemente quieren vender como si se tratara de algo excepcional, siempre existió. Voltaire hacía imprimir sus libros en Holanda y Mozart tocaba en París. Entonces, Europa, su idea como conexión cultural, siempre existió. Eso fue lo que les permitió a los políticos establecer una Comunidad Europea.
-¿Y qué lugar les quedó a los artistas y a los intelectuales?
-Siempre pensé en las palabras del poeta estadounidense Robert Lowell después de haber sido invitado a la Casa Blanca por Kennedy: “Sólo nos usaron como decoración para la vidriera”. Eso es lo que hicieron y hacen los políticos. Si no, fíjese cuál es el presupuesto para cultura en la mayoría de los países de Europa. Y en la actualidad, claro, la única cuestión real parece ser el dinero.
-¿Qué pasó con su libro “Cómo ser europeos”?
-Mi libro no fue entendido. Fue leído simplemente como un cuento de hadas. No sé si usted leyó En las montañas de Holanda.
-No. No lo he leído.
-Es un libro anterior, que no es político para nada. Es, precisamente, sobre el norte y el sur, pero esta vez sí con la forma de un cuento de hadas. Transformé a Holanda en un gran país que llegaba hasta los Balcanes, basándome en “La Reina de la Nieve”, un cuento de hadas de Hans Christian Andersen. Traté de escribir una parábola sobre el norte y el sur, uno híper organizado y desarrollado y el otro, caótico y atrasado. Digamos que en todas partes hay un norte y un sur. Ahora, en España, los catalanes no quieren pagar por los andaluces, y los italianos de la Liga del Norte no quieren pagar por los italianos de Sicilia. Alemania no quiere pagar por los griegos y en Holanda o Suecia surgen movimientos de ultraderecha que refiriéndose a los vecinos del sur, dicen: “No nos gusta esta gente. ¿Por qué tenemos que ayudarlos?”.
Durante la charla, que transcurre en inglés, Nooteboom pasa insensiblemente de una lengua a la otra. Como buen holandés, habla varios idiomas y cita en francés y en alemán, hace acotaciones en castellano, pero sólo escribe en neerlandés.
-Usted escribe en un idioma minoritario y ha sido traducido a muchísimos idiomas.
-En castellano mis libros fueron publicados por la española Siruela…
-Y son carísimos…
-…razón por la cual, ahora que he pasado a De Bolsillo en Random House, resultó más accesible al bolsillo de los argentinos y van a poder leerme.
-Puedo entender que la narrativa y el ensayo pasen bien de una lengua a otra. Pero, ¿qué pasa con la poesía?
-La poesía también ha sido traducida. Hay un libro, Así pudo ser, que he traído, pero que no está en América Latina. En Bogotá, leí de ese libro de poesía en la Casa Silva y les pregunté a mis amigos cómo les sonaba. Me dijeron que las traducciones les parecían bellas.
-Sé que, además de haber leído en Bogotá, también estuvo en el Festival de Poesía de Medellín.
-Una curiosa experiencia. Leí ante cuatro mil personas, lo que, para alguien como yo, que soy un poeta de cámara, resulta excesivo. Recuerdo que había un poeta turco que leyó algo sobre el Che Guevara y desató una ovación de la multitud. Pura demagogia. Agradezco la invitación que me hicieron, pero me siento más cómodo en otro ámbito.
-¿Todos sus poemas pueden ser traducidos?
-No. Sé que muchos son intraducibles debido a los dobles sentidos. Podría explicarlos, pero no sé si la poesía debe ser explicada… Ahora encontré una nueva editorial en España, llamada Calembour, y me van a traducir un libro de poemas en prosa llamado Autorretrato de (un) otro. Los españoles dicen que mis poemas pasan bien, pero es muy difícil juzgar. Creo que el estilo en otro idioma es una proposición difícil. Mi nuevo traductor se llama Fernando de la Banda, es un académico, es profesor de holandés o algo así y a mí me parece muy bueno.
-Supongo que su éxito debe tener origen en alguna traducción afortunada.
-Efectivamente. Mi vida cambió cuando los alemanes empezaron a publicarme. Un editor alemán convirtió a uno de mis libros en lo que la gente quería leer. Los editores de España, Francia e Italia han sido constantes. Ahora, supongo, también me podrán leer en la Argentina.
-Usted ya vino varias veces al país.
-Sí. De hecho, mi último libro trata en parte sobre la Argentina. Ya salió en Holanda, pero todavía no ha sido traducido. Es sobre un viaje en barco desde Valparaíso, hasta Montevideo, rodeando el Cabo de Hornos. Vale decir, estuvimos en Ushuaia. También, en Río Gallegos. Y nos conmovió tanto Ushuaia que, cuando dejamos el barco volamos de nuevo a Ushuaia y alquilamos un auto para viajar hasta Purmamarca.
-¿En qué circunstancias transcurrió ese viaje?
-Son las ventajas de ser famoso en Alemania. Me pidieron que diera dos conferencias en un crucero de los antiguos, no en esos de lujo que parecen hoteles flotantes. Lo hice con mi amigo Rûdiger Safranski. El escribió una biografía de Heidegger. Dimos juntos una charla y dos por separado para unas 25 personas. Eso pagó todo el viaje. Estuvimos aquí un tiempo. Recuerdo haber visto mi libro Rituales en español, en versión de tapa dura. Costaba 42 dólares y yo pensé: “Nadie va a comprarlo”. Yo era muy caro en ese momento.

FICHA
III Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires
Fecha: del 9 al 18 de septiembre
Participan: John Coetzee, Cees Nooteboom, Luis Chitarroni, Andrés Barba, Kjell Askildsen y Luis Sepúlveda, entre otros.
Informes : www.filba.org.ar


lunes, 17 de octubre de 2011

Cees Nooteboom / Los zorros vienen de noche


Cees Nooteboom
LOS ZORROS VIENEN DE NOCHE
Por Rafael Narbona

El cuento es un género que puede prescindir del desenlace. Cees Nooteboom (La Haya, 1933) ha reunido ocho relatos que no esconden su vocación fragmentaria. No es un simple recurso estilístico, sino una posición vital, que refleja una mezcla de escepticismo y desencanto. No son cuentos inacabados, sino historias que no concluyen porque imitan la espiral de la vida, donde nada es definitivo.



             En “Paula II”, toma la palabra un muerto, pero eso no significa que el morir constituya un tránsito hacia un estado de plenitud o podredumbre. Nooteboom no insinúa ninguna forma de trascendencia. Sus cuentos rebosan incredulidad hacia los dogmas metafísicos y políticos, sin caer en el menosprecio del ser humano. Siempre prevalecen la ternura, la tolerancia, la resistencia a realizar juicios morales y una ilimitada indulgencia hacia las debilidades que a veces nos hacen actuar con egoísmo, estupidez o arrogancia.


Notablemente traducida, la prosa de Nooteboom es de altísima calidad. Es una prosa poética, con una enorme sensibilidad para reflejar el paisaje, la materia, los cambios de luz, los matices cromáticos, el ensimismamiento, la contemplación o las pasiones, con toda su carga de turbulencia, confusión y ambigüedad. Nooteboom sortea con elegancia el riesgo de un formalismo autocomplaciente, que acumula filigranas y metáforas hasta paralizar la narración. El lenguaje nunca es el protagonista absoluto, pero en ningún momento pierde su inspiración y su exactitud. Ambientado en Venecia, “Góndolas” es el primer relato de un libro caracterizado por la nostalgia, el sentimiento de pérdida y la dolorosa conciencia sobre el paso del tiempo. El protagonista es un hombre de cierta edad que evoca a una amante de su juventud. Sabe que persigue a “un espectro” y que, a pesar de un tardío reencuentro, no logrará desprenderse del trauma de la separación. Dos personas pueden reunirse después de muchos años, pero todo ha cambiado. De hecho, mirar hacia atrás, sólo es una forma de encarar la perplejidad de ser otro.


“Tormenta” narra los desencuentros de una pareja que presencia un insólito incidente. Nooteboom habla sobre la influencia de la luz en los estados de ánimo. El atardecer o el cielo nublado pueden provocar “el abatimiento más absoluto”. No es un recurso aislado, sino una observación recurrente. Esa aflicción súbita, desencadenada por el tránsito de la claridad a la penumbra, es uno de los síntomas del trastorno bipolar. Ignoro si Nooteboom conoce ese dato, pero su capacidad de enlazar lo biológico y lo emocional, refleja una profunda comprensión de la naturaleza humana. “Heinz” es uno de los relatos más ambiciosos. Protagonizado por un cónsul honorario, aficionado al alcohol, el sexo, las bufonadas y los gestos temerarios, Nooteboom evita una vez más los juicios morales. Con una fluidez narrativa que recuerda a Graham Greene, relata una vida sin grandes acontecimientos, pero con toda la trama de narcisismo, temeridad y excesos que define a las personalidades sin miedo a consumar sus deseos. “Finales de septiembre” es una historia atípica de amor, que incluye una infidelidad, donde la pasión se confunde con la fascinación por lo canallesco. “La última tarde” se detiene en la rutina de una tortuga para simbolizar la mezcla de vulnerabilidad y misterio del ser humano. 


“Paula” y “Paula II” son otras de las piezas mayores del conjunto. Su heroína es una mujer con un notable parentesco –no sé si deliberado- con los personajes femeninos de Cortázar. Algo frívola, “desertora del mundo real”, ajena a compromisos políticos y sociales, Paula es una especie de Monica Vitti atrapada en una interminable película de Antonioni. Es una poderosa presencia que no se desvanecerá ni con la muerte. De hecho, Nooteboom le concede el don de hablar desde el otro lado, revelando que su existir fue “un susurro, un murmullo”. Desde una inexistente eternidad, Paula se compara a sí misma con “unos zorros imaginarios”, irreales y fugaces. “El punto extremo” habla de un faro y una mujer presumiblemente ahogada. Es imposible no pensar en Portrait of Jennie (1949), la excepcional película de Dieterle. Al ser el último relato, se refuerza la impresión de encontrarnos en el fin del mundo. Nooteboom es un serio candidato al Nobel. Su literatura transita por todos los géneros y nunca defrauda. Los zorros vienen de noche es un prodigio de lirismo, profundidad y sabiduría. No prodiga esperanza, pero no deplora la existencia, acotada por límites insuperables y una imperfección consustancial. Las palabras son la única trascendencia a la que puede aspirar el ser humano, pero incluso ellas desaparecerán algún día y no hay que lamentarlo. La finitud es el precio acordado por mecerse en la corriente del ser.

Rafael Narbona
Into the Wild Union