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martes, 3 de junio de 2025

Silvina Ocampo / Los objetos


Ilustración de Jeff Standford

Silvina Ocampo
LOS OBJETOS

Alguien regaló a Camila Ersky, el día que cumplió veinte años, una pulsera de oro con una rosa de rubí. Era una reliquia de familia. La pulsera le gustaba y sólo la usaba en ciertas ocasiones, cuando iba a alguna reunión o al teatro, a una función de gala. Sin embargo, cuando la perdió, no compartió con el resto de la familia, el duelo de su pérdida. Por valiosos que fueran, los objetos le parecían reemplazables. Sólo apreciaba a las personas, a los canarios que adornaban su casa y a los perros. A lo largo de su vida, creo que lloró por la desaparición de una cadena de plata, con una medalla de la virgen de Luján, engarzada en oro, que uno de sus novios le había regalado. La idea de ir perdiendo las cosas, esas cosas que fatalmente perdemos, no la apenaba como al resto de su familia o a sus amigas, que eran todas tan vanidosas. Sin lágrimas había visto su casa natal despojarse, una vez por un incendio, otra vez por un empobrecimiento, ardiente como un incendio, de sus más preciados adornos (cuadros, mesas, consolas, biombos, jarrones, estatuas de bronce, abanicos, niños de mármol, bailarines de porcelana, perfumeros en forma de rábanos, vitrinas enteras con miniaturas, llenas de rulos y de barbas), horribles a veces pero valiosos. Sospecho que su conformidad no era un signo de indiferencia y que presentía con cierto malestar que los objetos la despojarían un día de algo muy precioso de su juventud. Le agradaban tal vez más a ella que a las demás personas que lloraban al perderlos. A veces los veía. Llegaban a visitarla como personas, en procesiones, especialmente de noche, cuando estaba por dormirse, cuando viajaba en tren o en automóvil, o simplemente cuando hacía el recorrido diario para ir a su trabajo. Muchas veces le molestaban como insectos: quería espantarlos, pensar en otras cosas. Muchas veces por falta de imaginación se los describía a sus hijos, en los cuentos que les contaba para entretenerlos, mientras comían. No les agregaba ni brillo, ni belleza, ni misterio: no hacía falta.
Una tarde de invierno volvía de cumplir unas diligencias en las calles de la ciudad y al cruzar una plaza se detuvo a descansar en un banco. ¡Para qué imaginar Buenos Aires! Hay otras ciudades con plazas. Una luz crepuscular bañaba las ramas, los caminos, las casas que la rodeaban; esa luz que aumenta a veces la sagacidad de la dicha. Durante un largo rato miró el cielo, acariciando sus guantes de cabritilla manchados; luego, atraída por algo que brillaba en el suelo, bajó los ojos y vio, después de unos instantes, la pulsera que había perdido hacía más de quince años. Con la emoción que produciría a los santos el primer milagro, recogió el objeto. Cayó la noche antes que resolviera colocar como antaño en la muñeca de su brazo izquierdo la pulsera.
Cuando llegó a su casa, después de haber mirado su brazo, para asegurarse de que la pulsera no se había desvanecido, dio la noticia a sus hijos, que no interrumpieron sus juegos, y a su marido, que la miró con recelo, sin interrumpir la lectura del diario. Durante muchos días, a pesar de la indiferencia de los hijos y de la desconfianza del marido, la despertaba la alegría de haber encontrado la pulsera. Las únicas personas que se hubieran asombrado debidamente habían muerto.
Comenzó a recordar con más precisión los objetos que habían poblado su vida; los recordó con nostalgia, con ansiedad desconocida. Como en un inventario, siguiendo un orden cronológico invertido, aparecieron en su memoria la paloma de cristal de roca, con el pico y el ala rotos; la bombonera en forma de piano; la estatua de bronce, que sostenía una antorcha con bombitas de luz; el reloj de bronce; el almohadón de mármol, a rayas celestes, con borlas; el anteojo de larga vista, con empuñadura de nácar; la taza con inscripciones y los monos de marfil, con canastitas llenas de monitos.
Del modo más natural para ella y más increíble para nosotros, fue recuperando paulatinamente los objetos que durante tanto tiempo habían morado en su memoria.
Simultáneamente advirtió que la felicidad que había sentido al principio se transformaba en malestar, en un temor, en una preocupación.
Apenas miraba las cosas, de miedo de descubrir un objeto perdido.
Desde la estatua de bronce con la antorcha que iluminaba la entrada de la casa, hasta el dije con el corazón atravesado con una flecha, mientras Camila se inquietaba, tratando de pensar en otras cosas, en los mercados, en las tiendas, en los hoteles, en cualquier parte, los objetos aparecieron. La muñeca cíngara y el calidoscopio fueron los últimos. ¿Dónde encontró estos juguetes, que pertenecían a su infancia? Me da vergüenza decirlo, porque ustedes, lectores, pensarán que sólo busco el asombro y que no digo la verdad. Pensarán que los juguetes eran otros parecidos a aquellos y no los mismos, que forzosamente no existirá una sola muñeca cíngara en el mundo ni un solo calidoscopio. El capricho quiso que el brazo de la muñeca estuviera tatuado con una mariposa en tinta china y que el calidoscopio tuviera, grabado sobre el tubo de cobre, el nombre de Camila Ersky.
Si no fuera tan patética, esta historia resultaría tediosa. Si no les parece patética, lectores, por lo menos es breve, y contarla me servirá de ejercicio. En los camarines de los teatros que Camila solía frecuentar, encontró los juguetes que pertenecían, por una serie de coincidencias, a la hija de una bailarina que insistió en canjeárselos por un oso mecánico y un circo de material plástico. Volvió a su casa con los viejos juguetes envueltos en un papel de diario. Varias veces quiso depositar el paquete, durante el trayecto, en el descanso de una escalera o en el umbral de alguna puerta.
No había nadie en su casa. Abrió la ventana de par en par, aspiró el aire de la tarde. Entonces vio los objetos alineados contra la pared de su cuarto, como había soñado que los vería. Se arrodilló para acariciarlos. Ignoró el día y la noche. Vio que los objetos tenían caras, esas horribles caras que se les forman cuando los hemos mirado durante mucho tiempo.
A través de una suma de felicidades Camila Ersky había entrado, por fin, en el infierno.

Hermana de Victoria, amiga de Borges y Manuel Puig, esposa de Bioy Casares y, según algunos, amante de Alejandra Pizarnik. “Una de las mujeres más ricas y extravagantes de la Argentina, una de las escritoras más talentosas y extrañas de la literatura en español”. Poeta y cuentista. Mariana Enríquez publicó un precioso libro sobre su vida y sus milagros, “La hermana pequeña”, donde se precisa que “todos esos títulos no la explican, no la definen, no sirven para entender su misterio”. (p. 13) Enríquez menciona una y otra vez las legendarias, bellísimas y fantásticas piernas de Silvina.
Borges, Bioy y Silvina constituían un afectuoso monstruo de tres cabezas. Comieron juntos la mayoría de las noches de sus vidas. Silvina se retiraba y los hombres continuaban la feliz conversación. Silvina oía entonces el alboroto desde otra parte de la casa y se decía: “¿De qué se reirán estos idiotas?” (p. 60)






Silvina Ocampo / Malva

 


Silvina Ocampo
Malva


    Era preciosa, pero de improviso se volvía fea. Sus enormes ojos, sin perder el brillo afiebrado, podían achicarse; su boca sin labios también. La recuerdo en un casamiento rodeada de flores el día que la conocí. ¡Pobre Malva López! Como en las cabinas de transmisiones, en las paredes de su dormitorio había corcho; como en las ciudades muy frías, géneros rellenos de guata; como en los cuartos de juguetes para niños, colores celestes por todas partes. De igual modo los picaflores instintivamente hacen sus nidos con el algodón del palo borracho, que aísla los ruidos, con flores de tilo que son sedantes, con pétalos de jazmines del cielo que son celestes. Yo sé que tomaba en lugar de té agua de azahar y en lugar de aspirina, Sedobrol, que ya pasó de moda. No parecía sin embargo nerviosa.

Silvina Ocampo / Los sagrados mastines del templo de Adrano


 


Silvina Ocampo
Los sagrados mastines del templo de Adrano




    Los sagrados mastines, ministros y sirvientes de Adrano, son más hermosos que los perros de Molosia. El templo donde viven, en Adrano, nunca es demasiado claro ni demasiado oscuro: una luz celeste o dorada se filtra por los vidrios de la cúpula. El lujo del templo no consiste en los adornos o en las proporciones del edificio, como algunos creen, sino en sus famosos reflejos. Durante el día los mastines reciben, atienden y acompañan a la gente que visita el altar y el bosque; pero de noche guían con bondad a los que, embriagados a veces, vacilan por la senda, para llegar a sus casas; castigan, rompiéndoles los vestidos, a los que en el camino se deleitan en groseras travesuras; desmembran con ferocidad a los que se dedican a robar o a cometer otros delitos.

    Más les hubiera valido a Helena y a Cristóbal, el día que visitaron el templo, no haberse enamorado. Fue a la hora del atardecer. La luz celeste que se filtra por los vidrios de la cúpula iluminaba los dos rostros conmovidos. Se amaron. Al volver, aquella noche, escoltados por los mastines, deslumbrados por las estrellas, por el amor que los unía, no sabiendo cómo expresar la alegría que les embargaba el alma, rieron como niños, con esos juegos tan cándidos y ruidosos del amor, que consiste en enojarse y desenojarse por todo y por nada. Entraron en una cabaña abandonada para echarse en los brazos el uno del otro como amantes. Los mastines, inquietos, los miraban: a ellos también, cuando estaban cansados, cualquier lugar les servía de lecho.

    Pero algo insólito sucedía: la pareja no dormía: arrullaba como una horrible paloma delictuosa. Una extraña risa, que parecía un llanto, brotaba de las gargantas. Los mastines saltaron sobre los enamorados y les desgarraron las vestiduras. Con un cuchillo Cristóbal defendió a Helena. Los mastines heridos se enardecieron y los destrozaron. Siempre unidos, los dos enamorados cayeron al suelo, muertos. Entonces, como entendiendo que habían cometido un crimen, los mastines rodearon a la pareja y levantaron las cabezas hacia el cielo sin luna y aullaron hasta la hora en que salió el sol y no volvieron al templo, donde los esperaban.



  

Silvina Ocampo / Los libros voladores

 


Silvina Ocampo

LOS LIBROS VOLADORES


Había muchos libros en aquella casa, tantos que nadie pudo contarlos, porque todos los días aparecían nuevos ejemplares que se alojaban en los anaqueles sin que supieran quién los traía ni dónde estarían. Pero de noche los libros seguramente se levantaban, cambiaban de sitio o se juntaban para parecer más numerosos. Entonces yo, con una curiosidad ridícula, resolví mirarlos en la tenue oscuridad, para ver en el silencio si se movían, en cuanto empecé a sospechar. ¿Qué pasaba con esos libros de noche, cuando el sol se acostaba, los sonidos de la calle morían meticulosamente y las hojas, que no eran hojas sino páginas, se movían con rumores de alas y de nidos en los estantes? A mi hermano le gusta jugar con ellos, pero papá dice que es un pecado y me mira a mí.

Silvina Ocampo / La soga

 



Silvina Ocampo

La soga


    A Antoñito López le gustaban los juegos peligrosos: subir por la escalera de mano del tanque de agua, tirarse por el tragaluz del techo de la casa, encender papeles en la chimenea. Esos juegos lo entretuvieron hasta que descubrió la soga, la soga vieja que servía otrora para atar los baúles, para subir los baldes del fondo del aljibe y, en definitiva, para cualquier cosa; sí, los juegos lo entretuvieron hasta que la soga cayó en sus manos. Todo un año, de su vida de siete años, Antoñito había esperado que le dieran la soga; ahora podía hacer con ella lo que quisiera. Primeramente hizo una hamaca, colgada de un árbol, después un arnés para caballo, después una liana para bajar de los árboles, después un salvavidas, después una horca para los reos, después un pasamanos, finalmente una serpiente. Tirándola con fuerza hacia adelante, la soga se retorcía y se volvía con la cabeza hacia atrás, con ímpetu, como dispuesta a morder. A veces subía detrás de Toñito las escaleras, trepaba a los árboles, se acurrucaba en los bancos. Toñito siempre tenía cuidado de evitar que la soga lo tocara; era parte del juego. Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a regañadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestría Antoñito lanzaba la soga y le daba aquel movimiento de serpiente maligna y retorcida, que los dos hubieran podido trabajar en un circo. Nadie le decía: «Toñito, no juegues con la soga».

domingo, 1 de junio de 2025

Silvina Ocampo y las amantes de Bioy Casares

 

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares


MARIANA ENRÍQUEZ

Silvina Ocampo y las amantes de Bioy Casares

Las frecuentes fugas amorosas de Bioy Casares fueron minando las fuerzas y enriqueciendo la literatura de su esposa. Este fragmento del libro La hermana menor. Retrato de Silvina Ocampo, próximo a ser publicado por la Universidad Diego Portales, revive esas décadas de versos heridos y mutua resignación.

Fantástica y misteriosa Silvina Ocampo


Fantástica y misteriosa Silvina

Fantástica y misteriosa Silvina Ocampo


A 118 años del nacimiento de Silvina Ocampo, recordamos a esta escritora que vivió una vida acomodada y un poco enigmática, rodeada por las fuertes personalidades de Borges, Bioy Casares y su hermana Victoria. Su obra ha sido revalorizada en el último tiempo y hoy es considerada una autora fundamental de la literatura argentina.

28 de julio de 2021


Silvina Inocencia María Ocampo nació el 28 de julio de 1903 en la casa familiar de Viamonte 550 en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Fue la menor de seis hermanas de una de las familias más ricas y tradicionales de la Argentina.

Silvina es secreta / Un retrato de la menor de las Ocampo

 

Silvina Ocampo


Silvina es secreta: un retrato de la menor de las Ocampo

Existen dos clases de biografías: las que consiguen atravesar los velos que envuelven al personaje revelándonos sus más intrincados secretos, arrojando luz sobre sus zonas de penumbra y desenredando sus contradicciones a veces hasta el extremo de presentarnos –en ocasiones un solo dato basta para que nuestra visión cambie por completo–, a un hasta entonces completo desconocido; y las que, por otro lado, no pretenden o no logran ir más allá de la representación de un fresco móvil en el que el personaje se nos escapa a cada instante, no consigue ser nunca completamente enfocado para derramar sus múltiples identidades, esa «pluralidad en la unidad», a lo largo de las páginas del libro.

Silvina Ocampo / “Llegué a los 40, a los 50, y seguí enamorándome y deseando a la gente hermosa”

Silvina Ocampo

Silvina Ocampo
“Llegué a los 40, a los 50, y seguí enamorándome y deseando a la gente hermosa”

Hugo Beccacece
10 de mayo de 2020

Esta entrevista (una versión reducida de la original) se publicó en LA NACION el 28 de junio de 1987.

Es una de las mujeres más seductoras del país y también una de sus escritoras más importantes. Es también la menor de las célebres hermanas Ocampo. La mayor, la legendaria Victoria, directora de Sur, fue la primera en ingresar en el mundo de las letras. Pero mientras Victoria se dedicó a rendir testimonio de la realidad, Silvina dio rienda suelta a una imaginación tan poderosa como original. Escribió libros de cuentos como La furiaLas invitadas e Informe del Cielo y del Infierno; obras de poesía como El viaje olvidado, Lo amargo por lo dulce y Poemas del amor desesperado. Convencerla para que conceda una entrevista es una tarea que debería encarar un corresponsal de guerra. Pero uno no tiene que eludir balas ni granadas, sino sus excusas, su deseo de estar sola, sus temores, su timidez. No quiere que nadie grabe lo que dice y le desagrada que se tomen notas. Quiere que todo sea lo más parecido posible a una conversación entre amigos. Uno no debe jugar al reportaje, sino a las visitas, cuidar los silencios para no quebrar el clima íntimo que ella sabe crear con sus anécdotas, sus reflexiones y también sus graciosas impertinencias.

lunes, 20 de enero de 2025

Escritores en busca de alma gemela

 

Michel Houellebecq (izquierda) y H. P. Lovecraft.
Michel Houellebecq (izquierda) y H. P. Lovecraft.CRISTÓBAL MANUEL / WIKIPEDIA

Escritores en busca de alma gemela

En 1991, un desconocido Michel Houellebecq publicaba una brevísima pero intensa biografía de H. P. Lovecraft y se sumaba a una corriente que ha existido siempre: la de los autores que dedican biografías a sus maestros

Laura Fernández
LAURA FERNÁNDEZ
Barcelona - 06 ABR 2021 - 22:30 COT

Los escritores tienden a enamorarse de otros escritores. John Fante, explicaba su hijo Dan, cogía al azar los libros de su biblioteca y ensayaba en ellos la firma de Knut Hamsun, su escritor favorito. Jugaba Fante a meterse en su cabeza. Su obra cumbre, Pregúntale al polvo, es de hecho un intento de reformular la marginalmente canónica Hambre. Fante no escribió sobre Hamsun, pero podría haberlo hecho. Es probable que hablase sobre él con quien quisiera escucharle y que entendiese exactamente por qué había hecho lo que había hecho y cómo lo había hecho. Después de todo, como dice Lorrie Moore, “nadie como un escritor para entender a otro escritor”. Y esto podría aplicarse a cualquier artista, pero el escritor, dice Moore, es el único que puede expresarlo, además, en el arte que practica. Lamentablemente, añade, “no se puede bailar una reseña de una obra de arte”.

martes, 6 de agosto de 2024

Silvina Ocampo / Cielo de claraboyas



FICCIÓN BREVE


Silvina Ocampo



CIELO DE CLARABOYAS


La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste viendo desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los cables del ascensor.
Era la casa de mi tía más vieja adonde me llevaban los sábados de visita. Encima del hall de esa casa con cielo de claraboyas había otra casa misteriosa en donde se veía vivir a través de los vidrios una familia de pies aureolados como santos. Leves sombras subían sobre el resto de los cuerpos dueños de aquellos pies, sombras achatadas como las manos vistas a través del agua de un baño. Había dos pies chiquitos, y tres pares de pies grandes, dos con tacos altos y finos de pasos cortos. Viajaban baúles con ruido de tormenta, pero la familia no viajaba nunca y seguía sentada en el mismo cuarto desnudo, desplegando diarios con músicas que brotaban incesantes de una pianola que se atrancaba siempre en la misma nota. De tarde en tarde, había voces que rebotaban como pelotas sobre el piso de abajo y se acallaban contra la alfombra.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Borges / Bioy Casares / Silvina Ocampo / ¿De qué se reirán esos idiotas?

Borges (de pie a la izquierda), testigo del casamiento
de Silvina Ocampo con Adolfo Bioy Casares


¿De qué se reirán esos idiotas?


Durante 30 años Jorge Luis Borges cenó en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los dejaba a solas, Silvina, la mujer de Bioy, oía las carcajadas


MANUEL VICENT
22 JUN 2018 - 16:49 COT




Desde la izquierda, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Enrique Luis Drago, en Cannes en 1949.
Desde la izquierda, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Enrique Luis Drago, en Cannes en 1949.

"Todos caminamos hacia el anonimato", dijo Borges, "solo que lo mediocres llegan un poco antes". Este era la clase de ingenio malvado, el único permitido como postre en las cenas que durante 30 años mantuvo todas las noches Jorge Luis Borges en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los dejaba a solas, Silvina, la mujer de Bioy, oía las carcajadas. "¿De qué se reirán estos idiotas?", pensaba. Se reían de la propia crueldad con la que pasaban por la piedra a otros colegas, y según parece Borges tenía una risa desgañitada muy desagradable. Silvina, la menor de las seis hermanas Ocampo, fue pintora, discípula de Giorgio de Chirico, poeta y escritora de cuentos. Permaneció siempre en un segundo plano, oscurecida por la prepotencia avasalladora de su hermana mayor Victoria, que desde la revista Sur tenía bajo absoluto control la cultura argentina de entreguerras, y por el talento literario y la seducción de su marido, de quien tuvo que soportar en silencio su voracidad consumidora de amantes. La figura de esta artista emerge ahora desde la sombra. Sucede a veces que los mediocres regresan del anonimato solo para vengarse.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Genios con siete vida


Mary Shelley
Ilustración de Fernando Vicente

Genios con siete vidas

De Leonardo da Vinci a Joan Miró pasando por Shelley, Fernando VII o Simone de Beauvoir, un recorrido por momentos cruciales de biografías recientes donde no solo se ve la evolución del personaje sino el momento que iluminará su destino


Winston Manrique Saboga
3 de octubre de 2018

Leonardo aún era muy pequeño cuando un milano se posó sobre la barandilla de su cuna y con su cola ahorquillada le abrió la boca golpeando sus labios varias veces. Es la génesis del genio que habría de ser Leonardo Da Vinci.

sábado, 25 de marzo de 2017

Silvina Ocampo / La hermana menor

La pequeña Ocampo

Una nueva biografía arroja luz sobre la figura de Silvina, brillante cuentista, amiga de Borges y esposa de Bioy Casares

J. ERNESTO AYALA-DIP
5 SEP 2014 - 06:27 COT

Todo el mundo cultural de habla hispana conoce el nombre de Victoria Ocampo. Sabe de su trayectoria vital y literaria. De su amistad con grandes nombres de todas las latitudes de la cultura del siglo veinte. Conoce el nombre de la revista Sur, célebre por sus colaboradores y por el sello personal que aportaba su mentora y dueña. Pero no ocurre lo mismo con una de las seis hermanas Ocampo. Me refiero a Silvina Ocampo (1903-1993), una de las cuentistas más relevantes de la literatura argentina, además de la mujer de Adolfo Bioy Casares durante más de cincuenta años. (Compartió generación con otras conocidas escritoras argentinas: Silvia Bullrich, Beatriz Guido, Carmen Gándara y Marta Lynch). Las hermanas Ocampo fueron inmensamente ricas. Cuando una de ellas heredaba una vivienda, esa vivienda no era un piso sino una finca entera de seis o siete plantas. Sus viajes a Europa duraban meses. Su servicio ocupaba a varias personas siempre muy fieles. Sus segundas residencias eran casonas inmensas incrustadas en la Pampa o situadas a escasos metros del océano Atlántico. Siendo hijas de la oligarquía agroganadera argentina, no siempre les convino esa condición para que se las tratara sin prejuicios de clase o ideológicos: aun cuando fueron radicalmente antifascistas (además, claro, de feroces antiperonistas). La publicación de la biografía de Silvina Ocampo, La hermana menor, escrita por la periodista y escritora argentina Mariana Enríquez (1973), invita a reconsideraciones sobre la figura y obra de esta gran escritora, no siempre tratada con la justicia poética que se merecía.

domingo, 16 de noviembre de 2014

La herencia de Bioy Casares / Amores secretos y muertes en un juicio de película




La herencia de Bioy: 

amores secretos y muertes en un juicio de película

A 100 años del nacimiento del escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo extramatrimonial.

Clarín, 14 de septiembre de 2014

  • Raquel Garzón
“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en Descanso de caminantes, una edición de sus diarios íntimos publicada en forma póstuma, resume como ninguna lo que pasó cuando apareció su propio testamento, pocos días después de su muerte, el 8 de marzo de 1999. En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes (que incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor de La invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su enfermera.

sábado, 15 de noviembre de 2014

La biblioteca de tres maestros en 400 cajas y en un depósito de alquiler


La biblioteca de tres maestros, 

en 400 cajas y en un depósito de alquiler

Son 20 mil tomos con notas de Bioy, Silvina y Borges. Su valor cultural es incalculable.
Clarín, 14 de septiembre de 2014

  • Mauro Libertella
Dicen que era impactante. Que ocupaba las paredes de varios ambientes del enorme piso de la calle Posadas, de 697 metros cuadrados y dos plantas, donde Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares pasaron 45 años juntos viviendo en el corazón caliente de una biblioteca. Hoy esos libros no parecen tener destino en esta tierra. Fueron infructuosas las serias tratativas de la Biblioteca Nacional y otras entidades por comprarlos. Esta, con certeza la mayor biblioteca argentina del siglo XX, está guardada en 400 cajas.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Silvina Ocampo / Soñadora compulsiva

nude girl van gohg
Nude Girl Van Gogh
Sophia Budak
Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
SOÑADORA COMPULSIVA

Había un millón de miradas en mis ojos, por eso pensé que un milagro me había hecho nacer en un lugar de rocas y de mar sin límites. Pensé muchas cosas que no me acercaban a la verdad y ya cansada dejé de mirar y resolví entregarme a la magia sin temor y sin remordimientos. Había un mazo de cartas en nuestra casa; lo tomé y lo oculté bajo mi abrigo. Nunca nadie me vio jugar con naipes, ni me enseñó ningún juego... Trabajaba en casa una mujer que sabía tejer y destejer y que afirmaba que el tejido se parecía íntimamente a la adivinación del porvenir, sin dificultad. Acepté la idea y así empezó mi carrera de adivina. Todas las cosas que aquí relato, o casi todas, las soñé antes de vivirlas.

Silvina Ocampo / Invenciones del recuerdo

Aurum
Dino Vals
Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
INVENCIONES DEL RECUERDO

Por un camino bordeado de personas en vez de árboles, en el recuerdo llego a mi infancia. Pero no sólo las personas son importantes: hay casas, jardines, objetos, paisajes, sabores, fragancias y músicas que son como esas plantas que crecen debajo de los árboles y que miramos más que a los propios árboles. Catalina Iparaguirre, con sombrero y guantes negros puestos, se mira en el espejo. Su pelo es la parte más impersonal de su cuerpo, la más engañosa, la más importante, la que más le gusta; tiene vetas amarillas, verdes y marrones oscuras. Hace más de treinta años que se lo tiñe y más de setenta que brilla sobre su frente manchada, sin perder ese vigor que le permite enroscarlo sobre su cabeza sin batirlo y sin rellenarlo. Con la falda larga de lustrina y la escoba, Catalina Iparaguirre barre el piso como nadie. Ni una hilacha ni una basura quedan. Sus prendas más preciadas son para ella el estuche de sus anteojos y el paraguas del cual no puede separarse porque sirve tanto para la lluvia como para el sol, tanto para alcanzar objetos que están colocados sobre el armario como para abrir las banderolas, tanto para castigar a un gato como para sostenerse cuando camina, tanto para acariciar una alfombra como para matar a un hombre obsceno, si pudiera.

Silvina Ocampo / La raza inextinguible



Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
LA RAZA INEXTINGUIBLE

EN AQUELLA CIUDAD todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar qué raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el informe:

martes, 23 de septiembre de 2014

Silvina Ocampo / La hermana menor



Silvina Ocampo

La hermana menor

Una nueva biografía arroja luz sobre la figura de Silvina, brillante cuentista, amiga de Borges y esposa de Bioy Casares


J. ERNESTO AYALA-DIP 5 SEP 2014 - 13:27 CEST

Todo el mundo cultural de habla hispana conoce el nombre de Victoria Ocampo. Sabe de su trayectoria vital y literaria. De su amistad con grandes nombres de todas las latitudes de la cultura del siglo veinte. Conoce el nombre de la revista Sur, célebre por sus colaboradores y por el sello personal que aportaba su mentora y dueña. Pero no ocurre lo mismo con una de las seis hermanas Ocampo. Me refiero a Silvina Ocampo (1903-1993), una de las cuentistas más relevantes de la literatura argentina, además de la mujer de Adolfo Bioy Casares durante más de cincuenta años. (Compartió generación con otras conocidas escritoras argentinas: Silvia Bullrich, Beatriz Guido, Carmen Gándara y Marta Lynch). Las hermanas Ocampo fueron inmensamente ricas. Cuando una de ellas heredaba una vivienda, esa vivienda no era un piso sino una finca entera de seis o siete plantas. Sus viajes a Europa duraban meses. Su servicio ocupaba a varias personas siempre muy fieles. Sus segundas residencias eran casonas inmensas incrustadas en la Pampa o situadas a escasos metros del océano Atlántico. Siendo hijas de la oligarquía agroganadera argentina, no siempre les convino esa condición para que se las tratara sin prejuicios de clase o ideológicos: aun cuando fueron radicalmente antifascistas (además, claro, de feroces antiperonistas). La publicación de la biografía de Silvina Ocampo, La hermana menor, escrita por la periodista y escritora argentina Mariana Enríquez (1973), invita a reconsideraciones sobre la figura y obra de esta gran escritora, no siempre tratada con la justicia poética que se merecía.